Nagasaki

Tras 80 años, cuando han pasado generaciones desde la colosal tragedia que en forma de bomba arrasó Nagasaki y previamente Hiroshima, no debe este largo tiempo transcurrido ser motivo para restarle importancia al recuerdo de aquel concluyente episodio de la II Guerra Mundial. Bien al contrario, en esta época nuevamente convulsa deviene clave la rememoración de aquello.

El punto final del mayor conflicto bélico de la humanidad se puso sobre Nagasaki dejando decididamente patente lo que aquí hemos llamado triste norma histórica, ese lamentable principio por el que, según parece, los grandes cambios históricos no se pueden acometer sino tras dolorosos y profundos daños hacia y entre los propios humanos. Fue tan descomunal, sin embargo, lo que finalizó en Nagasaki que cabría suponer que tal norma no podría volverse a repetir, que habríamos aprendido la lección.

Continuando hoy desarrollándose el camino, ya intuible entonces, hacia la posmodernidad, estamos otra vez, en cambio, con la amenaza de lo mismo. Aprendámonos, por tanto, sin mayor demora, la lección para que a este nuevo ciclo de la historia vuelva la esperanza por un mundo pacífico y pacifista.

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