El potencial de Internet

La globalización estaba llamada a representar un extraordinario cambio politicoeconómico que, sin embargo, con el paso del tiempo se ha visto que, a falta de un mayor enfoque social seguramente, no ha supuesto tal cosa. Es más, el propio primer mundo, o lo que se suponía que lo conformaba, se ha quebrantado por un lamentable conflicto de línea de fractura.

¿Cómo podría, en pro de un mejor mundo civilizacional, haberse puesto en marcha, por lo menos en un primer momento, una globalización sociocultural y no tan politicoeconómica? El diseño y aplicación, en todo el mundo, de planes educativos que desde hace algunas décadas hubieran incidido más en la teoría y práctica de las verdaderas virtudes del ciberespacio hubiera sido muy probablemente una apropiada y fructífera medida en esta línea.

En buena parte, el potencial de Internet es algo a lo que estamos aún habituándonos y es normal que ante tal circunstancia no sea el mejor de los usos posibles el que todavía le estemos dando a la red de redes, ni por lo tanto tampoco a la blogosfera. Sea como fuere, en inculcar los apropiados valores educativos reside, en gran medida por lo menos, la esperanza para que la interactividad multimedia, tanto uni como bidireccional, se practique a nivel global desde el respeto entre, y la curiosidad hacia, las civilizaciones.

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De modernidad a posmodernidad

Las redes sociales están convenientemente diseñadas para cultivar la interactividad bidireccional que tan buena función puede desempeñar en el conocimiento mutuo entre civilizaciones. Tras la puesta en marcha de los weblogs al uso, devinieron el último estadio que prácticamente hasta hoy siguen siendo en cuanto a interactividad multimedia.

Por su propia naturaleza, no puede lo analógico manejarse con la potente interactividad bidireccional que con Internet sí se logra; de ahí que la tradicional distinción sociológica entre actores y espectadores no pudiera superarse sino con otra tecnología que, además de digital, fuese también telemática. En tal punto la blogosfera, primero con los blogs al uso o macroblogs y después además con las redes sociales o microblogs, es donde se presenta como el canal que apunta a otro modelo de sociedad.

La transición de modernidad a posmodernidad es a lo que, en concreto, la función de la red de redes en su conjunto, pero particularmente la blogosfera, responde como canal comunicacional que de esa transición emerge como determinante. Esto se correspondería con el paso de sociedad de masas a sociedad red si lo analizamos desde la perspectiva sociológica específicamente.

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Lo multimedia a través del ciberespacio

En general, y en el mundo civilizacional en particular, la unidireccionalidad conviene que esté orientada especialmente a las relaciones con los métodos y herramientas que como humanos dedicamos a la confección de lo original para, luego, mediante la interactividad bidireccional, expresarlo empáticamente al prójimo. Aplicar la unidireccionalidad con otra persona, pues, es pretender casi o por completo instrumentalizarla.

Antes de Internet, la informática ya permitía desarrollar sobremanera la interactividad unidireccional en comparación a los tradicionales procederes analógicos. Lo que Internet facilitó con su eclosión es que además continuase potenciándose la interactividad bidireccional al posibilitar el contacto con gente de todo el planeta de manera instantánea y desde cualquier lugar. Previamente, lo unidireccional estaba, a partir del concepto multimedia, en la senda de su gran desarrollo.

Sin la red de redes, no hubiese la interactividad multimedia, tanto uni como bidireccional, tenido quizá tanta proyección o, por lo menos, tan rápida como la ha tenido en las últimas décadas. Tal interactividad habría permanecido, pues, probablemente bastante estancada en comparación a cómo puede practicarse en la actualidad lo multimedia a través del ciberespacio y, específicamente, de la blogosfera.

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Una globalización bidireccionalmente interactiva

Si se da una globalización que, desde cada civilización, incida más en conocer y respetar otros marcos civilizacionales, esto va a poder representar ese logro que sería combinar diversidad cultural y globalización. Dejarían así de ser conceptos habitualmente concebidos como antagónicos.

Desde la perspectiva de la interactividad, estaríamos refiriéndonos en definitiva a la práctica de la interactividad bidireccional que la red de redes tanto permite desarrollar, además de seguir facilitando asimismo el cultivo de la unidireccional y que es igualmente apropiada y necesaria siempre que se emplee de forma creativa en un sentido amplio, no sólo necesariamente referida a lo propiamente artístico. Buena interactividad bidireccional, esto es empática, a través de lo telemático redundará en una globalización bidireccionalmente interactiva en lo que a cada acto de interactividad entre una civilización y otra respecta.

También fuera de lo telemático hay que extrapolar lo que globalización bidireccionalmente interactiva supone. Debieran, de hecho, nutrirse mutuamente la interactividad bidireccional manifestada dentro de Internet y fuera por parte de cada usuario.

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Lo educativo en la posmodernidad

Durante la modernidad puede convenirse que el fin de la educación se ha, cuando menos, centrado más en forjar y reforzar la identidad social propia. Con el potencial de la tecnología telemática, va a poder lo educativo en la posmodernidad estar mucho más orientado a conocer y respetar otros marcos civilizacionales.

Antes de la globalización, de hecho, puede que quepa excusar por lo menos un poco al sistema educativo en cuanto a incidir en forjar y reforzar la propia identidad, pues técnica y logísticamente, con unas infraestructuras que, en el mejor de los casos, todavía eran en buena medida analógicas y no tan digitales como hoy, no podía seguramente la educación vertebrarse prácticamente de otra forma. Tampoco, sin embargo, durante lo que llevamos de globalización parece haber cambiado esto, aun disponiendo ya de las aún a menudo denominadas nuevas tecnologías.

Cabe sacar el máximo partido a lo que las avanzadas herramientas tecnológicas e infraestructuras tanto nos permiten hoy en cuanto a posibilidades de conocimiento intercivilizacional física y telemáticamente. A consecuencia de ello, podremos dar el paso a la posmodernidad con la fuerte convicción de que será una etapa próspera y prometedora.

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La interactividad bidireccional a escala global

Hacer una globalización social requeriría una mayor base educacional en todas las civilizaciones respecto al conocimiento de precisamente las demás civilizaciones. Los modelos educativos alrededor del mundo deberían incidir en la conjugación entre sus fines ya tradicionales como forjar y reforzar la identidad cultural propia y los fines de conocer y respetar otros marcos sociales, culturales y, en definitiva, civilizacionales.

Una educación tal estaría, entonces, muy acorde con el desarrollo de aptitudes para la interactividad bidireccional a escala global, tanto en el entorno propiamente físico como en el digital, particularmente el telemático. Si aprendemos a ser bidireccionales desde edades tempranas, seguro que en la etapa adulta seremos mucho más resolutivos en lo que a eventuales conflictividades con el otro concierne.

Resultaría, de hecho, fuera de cualquier lógica que una herramienta como Internet, surgida en buena parte del y para el sector académico y educativo, dejase de servir a tales efectos, cosa que a veces lo parece a tenor del uso impulsivo y ofensivo que de, sin ir más lejos, la blogosfera, en particular las redes sociales, se hace. Tiene que justo impulsarse esa primigenia finalidad educativa de la red de redes.

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Si la globalización social se hubiese hecho antes

Probablemente, si la globalización social se hubiese hecho antes que la económica podrían haberse encauzado, tras la Guerra Fría, las relaciones intercivilizacionales por lo menos un poco mejor. Quizá hasta el punto de que conflictos de línea de fractura como el tan grave al que actualmente asistimos podrían estar lejos de producirse.

Habría sido esperable, de hecho, que una, la globalización social, llevase prácticamente por inercia a la otra, la económica, pues las relaciones económicas entre quienes comparten vínculos sociales tienden a proliferar casi de por sí. En el presente, estaríamos con toda probabilidad en un mundo asimismo civilizacional pero con unas relaciones mucho más respetuosas y tolerantes entre sus civilizaciones.

Las líneas de fractura no serían seguramente tales; puede que tan sólo fuesen simples límites naturales entre las civilizaciones. Ahora, sin embargo, el proceso histórico ya se ha desarrollado con la, en términos de convivencia pacífica, poco fructífera globalización económica primero; no hay, por tanto, sino hacer cuanto a nuestro alcance esté para reconducir el transcurso hacia la globalidad desde perspectivas más esencialmente sociales.

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Una pluralidad en evolución

Hacer referencia a una globalización de las culturas, en plural, es significativo cuando lo que se pretende, como es el caso, es incidir en la idea de que la globalización, a diferencia de lo que parece haber representado hasta ahora, no debiera orientarse a la globalización de una cultura por encima de las demás. Vale esto para cualquier cultura y civilización, pero especialmente para Occidente.

La pluralidad de las culturas es un tesoro a cuidar y a preservarse desde el respeto mutuo entre las distintas que el conjunto de civilizaciones del mundo contienen; si no, es probable que hagamos ahondar en mayor grado aún las fracturas civilizacionales y entonces, por desgracia, se exacerben todavía más la clase de conflictos como los que el de Ucrania representa. La globalización, pues, tiene que ser, además de no sólo eminentemente económica y política, una globalización social y culturalmente en plural, no de una única pretendida sociedad y cultura global hegemónica.

Cierto es que, a partir de ahí, tenemos que estar dispuestos a que, en efecto, las sociedades, culturas y civilizaciones se relacionen, se nutran y se enriquezcan mutua y recíprocamente, y por lo tanto que, entonces, cambien y evolucionen para, en principio, siempre mejorar en lo que a convivencia pacífica respecta. Tal mejor convivencia desde una pluralidad en evolución hará que la globalización dé paso a unas óptimas globalidad y posmodernidad.

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La globalización de las culturas

Aquella tendencia globalizadora que se tenga que desarrollar desde nuestros días en adelante debiera incidir en lo social y cultural o, de lo contrario, siempre será una globalización inacabada, dejando sin aplicar mucho de lo extraordinario que su potencial alberga. Cabe, así pues, poner énfasis en lo tan positiva que es la diversidad cultural que a la humanidad caracteriza.

Quien sólo asimile globalización a un fenómeno que, como hasta ahora, ha respondido en esencia a los intereses capitalistas y primermundistas, probablemente no encuentre, por lo menos de entrada, lógica alguna al relacionar justo diversidad cultural y globalización. Es más: desde tal perspectiva, la globalización es en sí una realidad que, más bien, tiende a difuminar esa diversidad cultural en pro, precisamente, de los valores capitalistas, primermundistas y, en general, occidentales principalmente.

Hoy queda claro que, a partir de la triste norma histórica que hemos identificado, existen serias fracturas civilizacionales, y por ello culturales, a resolver dentro mismo de ese marco capitalista y primermundista en el que Rusia parecía ocupar un lugar. Debe y puede, no obstante, llevarse a cabo la globalización de las culturas de otra manera que no responda a este tipo de relación cultural conflictiva, sino a un mutuo y recíproco enriquecimiento en valores culturales de todos los rincones del planeta.

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Transcurso hacia la globalidad

En el transcurso hacia la globalidad puede hablarse de la globalización como un todo, pero bien es factible empezar a identificar varias. Hubo, por lo menos, una tras la Guerra Fría hasta la actualidad y otra que tendría que perfilarse a partir de este instante de la historia.

La globalización que conocíamos y que se habría demostrado, por lo menos relativamente, poco fructífera arrancó al tocar a su final el enfrentamiento que la Guerra Fría supuso; se trató de una globalización eminentemente económica y en la que el capitalismo se erigía como modelo a seguir, especialmente por descontado en el primer mundo, si bien incluyendo a una Rusia que en la actualidad ha hecho que tal esquema se diluya. Ahora, ese transcurso hacia la globalidad implica tomar otros derroteros.

Por globalización, a partir de ahora, cabría entender un fenómeno que sea social ante todo. En este mismo sentido, consistiría en una globalización que, aunque también política, tenga más de componente cultural.

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La actual globalización

Siendo definitoria como es la condición civilizacional respecto a nuestra época, van a seguir resultando con toda probabilidad los conflictos de línea de fractura una constante a lo largo de la globalización y de la globalidad. Más allá de la lamentable situación en Ucrania, esto apunta a producirse en muchos otros lugares del planeta.

No obstante, ojalá sepamos resolver otros conflictos como tales de una mejor manera y, en ningún caso, llegando a las armas. Si aprendemos a aprovechar debidamente la tecnología telemática para el potencial que tiene para el fomento de la empatía, hallaremos mucho mejor aquellas soluciones que permitan mediar en tal índole de conflictos sin que tengan que derivar en guerras.

Logremos orientar la red de redes en general y la blogosfera en particular hacia una sana interactividad bidireccional entre los integrantes de los distintos grandes nodos que las civilizaciones son y seguro que ya la actual globalización podrá apuntar a una convivencia en paz y concordia. Todavía más lo debiera hacer, entonces, la propia globalidad posterior.

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El mundo de las civilizaciones

La razón por la que en el mundo civilizacional todavía no hemos aprendido a sacarle provecho a la tecnología telemática para ese tan buen potencial que para la empatía tiene, es porque parece quedar bastante claro que este episodio de cambio histórico queda bajo el condicionante de lo calificable como triste norma histórica. Un cambio de ciclo histórico que queda, pues, como tantos otros que ha habido, protagonizado por acontecimientos sumamente dramáticos.

El mundo civilizacional que tenemos tan buena oportunidad para aprovechar al máximo y de la mejor manera posible está, en virtud de tal triste norma histórica, siendo condicionado por la peor versión de la interactividad en base a la cual puede la humanidad relacionarse. El resultado: un conflicto armado a las puertas de Europa; un conflicto armado que se desarrolla bajo la forma de conflicto de línea de fractura y en el que tácitamente se produce un choque civilizacional.

Tal es el mundo de las civilizaciones en el que hoy, habiendo pensado hasta ahora que tal vez no sería conflictivo en la manera específica en la que lo está siendo, vivimos y convivimos. Esperemos que cambios venideros de ciclos históricos puedan producirse al margen de la mencionada triste norma; mientras, hay que afrontar la resolución de éste, empezando muy particularmente por la necesidad de que Ucrania deje de sufrir.

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Mayor empatía, menor conflictividad

Las sociedades y las culturas han interactuado, a lo largo de la historia, en unas ocasiones empáticamente y en otras conflictivamente. Podremos estar de acuerdo en que, según sean las sociedades y las culturas más civilizadas, más empáticas o, lo que es lo mismo, menos conflictivas deberían ser.

¿Por qué entonces en un momento de la historia en el que, gracias a la tecnología, tan accesibles son la educación, la cultura y en general la información estamos ante conflictos tan graves como el de la guerra desatada por parte del Kremlin? Hasta el momento de este conflicto que tan injustamente castiga al pueblo ucraniano, podía parecer que, considerando que Rusia era primermundista o bastante orientada hacia el primermundismo, justo habíamos alcanzado ese esperable punto de mayor empatía, menor conflictividad y, de ahí, un contexto generalmente de paz como sería propio de civilizaciones avanzadas.

Estamos ante conflictos tan graves como el que nos ocupa porque, en verdad, no formamos aún, incluso seguramente en buena parte también el propio Occidente, civilizaciones tan avanzadas como deberían ser las existentes hoy. La tecnología como Internet es en sí facilitadora de ese avance hacia mejores civilizaciones, así que sepamos sacarle el merecido provecho.

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Flujos de mutuo conocimiento civilizacional

El camino que lleva a unas relaciones intra e intercivilizacionales que pasen por, y lleven a, la paz y la concordia tiene que ser un camino que se sustente en la empatía, y para ello la interactividad que cabe poner especialmente en práctica es la bidireccional. Una clase de interactividad, la bidireccional, a la que de hecho las redes sociales nos tienen acostumbrados.

No obstante, bien cierto es que, en las redes sociales, a menudo no destaca precisamente ese tipo empático de interactividad bidireccional para el que tienen tan buen potencial a desarrollar. Por esto, si cada vez más gente va haciendo sus posts con unos enfoques constructivos y, por ende, a partir de la sana dialéctica y el debate enriquecedor, estaremos asimismo cada vez más aproximándonos a un mundo mejor para el conjunto de la humanidad.

Las sociedades, culturas e ideologías podrán así beneficiarse recíprocamente al establecer flujos de mutuo conocimiento civilizacional entre las de unas y otras civilizaciones. Reúne, pues, la blogosfera capacidades suficientes como para contribuir a que las fracturas civilizacionales y demás conflictos tiendan a resolverse en pro de una posmodernidad en la que la convivencia pacífica predomine claramente en todo el mundo y con todo el mundo.

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¿Qué es la ideología?

Frecuentemente la ideología se vincula mucho, o hasta por completo, a la política y la economía; ¿por qué, entonces, deberíamos alinearla, más bien, con lo social y cultural? En la suma diferencia que el cambio de la Guerra Fría al mundo civilizacional implica hallaremos en gran medida una respuesta que pueda darse por bastante válida como mínimo.

Durante la Guerra Fría, en efecto, el sistema político y económico de cada uno de los bloques enfrentados lo condicionaba todo dentro del respectivo bloque, a saber: el capitalista y el comunista; bien puede considerarse que era a partir de ahí de donde emanaba la tendencia a quedar supeditado lo demás: sociedad, cultura e ideología. Al pasar, no hace tanto en definitiva, de los bloques a las civilizaciones, nos queda como reminiscencia esa habitual inercia a vincular ideología a especialmente lo político y económico, pero lo cierto es que la dinámica de la historia parece apuntar a otro tipo de lógica.

Entonces, ¿qué es la ideología?, ¿es más política y economía?, ¿o tal vez es más sociedad y cultura? Según a qué etapa histórica nos refiramos, observarás que puede definirse de un modo distinto, en función de si lo uno o lo otro determina en mayor o menor medida el contexto del momento. Hoy, la respuesta más acertada, por lo menos aparentemente, se situaría hacia el énfasis en lo sociocultural; mientras que, unas décadas atrás, lo politicoeconómico era lo que condicionaba más cada ámbito de la vida.

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El alcance de lo civilizacional

Sociedad y cultura, y por supuesto y por ello mismo ideología, configuran muy especialmente cualquier civilización. Van unidos a ello lo económico y lo político, pero son éstos unos condicionantes que, a diferencia de lo característico en la Guerra Fría, donde eran los determinantes, más bien siguen o se anexan, en la actualidad, a los anteriormente mencionados.

Pese a que el alcance de lo civilizacional llega a cada ámbito de la vida humana de una determinada civilización, sería en lo social y cultural donde en mayor grado tomaría forma básica; de ahí surgirían, entonces, las tendencias, y sus sistemas y estructuras en concreto, tanto en el ámbito económico como político. Así es como justo se puede convenir lo que hemos apuntado en alguna ocasión aquí sobre el hecho de que tuviese que ser en el racional Occidente donde naciera una infraestructura como Internet, tan fundamentada en lo algorítmico.

La irrupción, y disrupción, que la Internet que conocemos conllevó en su momento pueden fácilmente dar la impresión de que es más lo infraestructural aquello que condiciona luego a las ideas y no tanto a la inversa. Sin dejar de ser cierto que una infraestructura tal condiciona y replantea nuestros valores, son éstos los que, si analizamos épocas previas de la propia Internet, llevaron a concebir la necesidad de la red de redes, que hoy es definitoria de la civilización occidental.

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Guerra ideológica

A tenor de la justificación por la que supuestamente la propia Rusia asegura haber emprendido su invasión de Ucrania, queda por completo de manifiesto la raíz social y cultural de este conflicto: una raíz, de hecho, particularmente ideológica. Moscú apela a combatir el nazismo que bajo su perspectiva estaría vigente en Ucrania y amenazaría al territorio ruso.

Siendo en mayor o menor medida tal motivo el que, aun siendo un motivo falso, mueva al Kremlin para acometer esta insensata guerra que tan poco merece el pueblo ucraniano, la cuestión es que responde a la misión de combatir una ideología, en este caso tan demoníaca como es el nazismo. Por más falso que sea, como en verdad es, que Ucrania sea un país nazi, bien puede que el régimen ruso se lo crea, autoconvenciéndose así de que hay algo con lo que justificar tal salvaje invasión.

Bajo la propia perspectiva rusa, la guerra que el Kremlin está llevando a cabo aporta motivos para poder definirla como guerra ideológica a la que, en efecto, acompaña asimismo una guerra propiamente de conquista territorial. Por extensión, pero ya al margen de lo que Moscú piense o deje de pensar, se trata a su vez de un conflicto en el que precisamente están chocando dos civilizaciones.

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Un decisivo condicionante de la posmodernidad

La forma en la que está desarrollándose el conflicto civilizacional al que responde la guerra en Ucrania se diferencia sustancialmente, sin embargo, de lo que con propiedad supuso la Guerra Fría. Aquel conflicto fue en esencia uno entre dos concepciones eminentemente económicas y políticas.

Este conflicto emanado de lo que puede definirse como línea de fractura es, justo desde su pertinente enfoque civilizacional, uno en el que, si bien las causas y las consecuencias económicas y políticas no son en absoluto ajenas, pesan sobre todo factores sociales y culturales: factores, en definitiva, civilizacionales. Se trata de lo que, a diferencia de lo definitorio en el siglo XX hasta buena parte de su tramo final, resulta un decisivo condicionante de la posmodernidad y del camino hacia ésta.

Teniendo en cuenta factores civilizacionales para entender la naturaleza de los conflictos en la globalización y en la era globalizada, seremos muy capaces de hallar mejores soluciones a los mismos. Es una tarea para la que, en términos de interactividad, la bidireccionalidad se postula como opción óptima.

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Los conflictos en la era globalizada

Cuando quede superada por completo la globalización, debería la humanidad haber alcanzado un suficiente grado de concordia y convivencia como para que la conflictividad se situase en unos niveles mínimos a escala mundial. Más allá de la sana dialéctica y el buen debate inter e intracivilizacionales, no debieran los conflictos en la era globalizada o de la globalidad ser graves ni dolorosos.

En ese caso de llegar a consolidar civilizaciones en y entre las cuales dialogar y debatir fuesen de entre lo máximo que se pareciera a una contienda, quizá podríamos determinar que estaríamos entonces, a toda luz, en una sociedad del conocimiento. A ello puede contribuir perfectamente Internet como infraestructura a la que tanto tenemos acceso y de la que tanto hacemos un uso habitual.

Internet se concibió en un entorno militar y en el contexto de Guerra Fría que hoy parecen de algún modo revivir con tremendas consecuencias mundiales. Hagamos, no obstante, de Internet un vehículo para lo que asimismo tanto potencial y aplicación práctica tiene esta infraestructura desde sus propios inicios: el acceso al conocimiento y la compartición de éste; la empatía, y no la guerra, podrá así proliferar mejor en y entre las civilizaciones.

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Interactividad entre iguales

En términos de interactividad, los conflictos bélicos pueden entenderse como de las peores formas de interactividad supuestamente bidireccional. Son, en cualquier caso, una lucha para tratar de imponer la interactividad unidireccional de uno u otro bando.

El fundamento de una verdadera interactividad entre iguales, la bidireccional, yace en la empatía, la tolerancia y la reciprocidad: resulta ser lo propio de lo que entre humanos civilizados es esperable en cuanto a relaciones económicas, sociales, culturales y políticas. Imponer la unidireccionalidad es pretender instrumentalizar al otro, al modo de cómo se procede con una herramienta cualquiera, desde sencillos utensilios hasta máquinas avanzadas.

Con una etapa de la historia a las puertas, como es la posmodernidad, que tan prometedora es mientras sepamos aprovecharla, estar el mundo azotado por un tan terrible conflicto de línea de fractura como es el de Ucrania es una auténtica lástima. A mayor duración de esta guerra, más tiempo estaremos desperdiciando para hacer de este mundo ese mejor lugar que ya podría empezar a ser.

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La globalización política

Unas organizaciones internacionales constituidas por países y a las que se las supone una relevante función a desempeñar tendrían que representar nodos clave para que la globalización desde la vertiente política se desarrolle. A base de la idea de Estado red, tales organizaciones pueden y deben derivar en un fortalecimiento de la eficiencia de la diplomacia.

Si a una globalización económica, social y cultural no la acompaña la globalización política y, a partir de ésta, una diplomacia eficaz que consista en un fructífero diálogo y en evitar mejor las confrontaciones, es muy probable que gobiernos que, como el actual de Rusia, pretendan seguir erigiéndose en razonantes únicos continúen, si no proliferando, por lo menos manteniéndose cuanto puedan aferrados a sus autoritaristas estructuras de poder. Los tiempos apuntan a una globalización a la que siga una globalidad asimismo en lo que a política concierne.

Van a tener que combinarse, pues, las vertientes económica, social, cultural y política para que de la globalización surja una globalidad que para el conjunto del mundo sea un marco de concordia y paz. Reducirlo todo, como parece haberse hecho en esencia hasta ahora, a lo económico contribuirá poco a que las civilizaciones acerquen posturas y se respeten mutuamente.

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Empatía entre las civilizaciones

Con una globalización también social y cultural, no sólo fundamentalmente económica, el mutuo conocimiento entre civilizaciones tendría que ir intensificándose en proporción directa a la a su vez intensificación del vínculo o lazo empático entre las mismas. Esto debería derivar en menor, o prácticamente nulo, belicismo al llegar la globalidad a su pleno desarrollo.

La prolongación del que puede, más allá del actual caso de la guerra de Ucrania, definirse como algoritmo de paz vendría a ser el vínculo empático entre civilizaciones al que cabe que nos dirijamos en lo que pueda quedar de globalización y, tras ella, propiamente la globalidad. Estaríamos, con una globalidad de tal guisa, en un contexto histórico y, en concreto, en un marco intercivilizacional que responderían a lo que una posmodernidad de paz y concordia ha de suponer.

Fomentándose empatía entre las civilizaciones tal y como precisamente debiera ser propio del mundo civilizacional en el que ya estamos viviendo, unos conflictos tan graves como los de línea de fractura podrán, cuando menos, remitir notablemente. Es de esperar que los líderes mundiales hagan cuanto a su alcance esté para ir en esa dirección.

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Globalidad y posmodernidad

En la medida en que el conocimiento y respeto intercivilizacionales prosperen, lo harán sin duda el conjunto de valores posmodernos con los que, al consolidarse plenamente, la globalización podrá considerarse cumplida. A partir de entonces, debiera ser lo denominable como globalidad lo propio del contexto histórico.

Tendría que suponer la etapa de globalidad unas ya completamente corrientes y mutuamente beneficiosas relaciones a todos los niveles entre civilizaciones. Suficientemente limitado e ineficaz es concebir la globalización desde sólo el plano económico como para que eventualmente pueda concebirse desde sólo tal plano lo que precisamente debiera representar la culminación de la tendencia globalizadora a la que en las últimas décadas estamos asistiendo.

Una globalización que dé paso a una globalidad y posmodernidad en un contexto de paz y de concordia tiene que ser también una globalización social y cultural. Asimismo, cabe que política y, en concreto, diplomáticamente a la globalización la siga una globalidad que solvente mejor conflictos internacionales en general y conflictos de línea de fractura en particular.

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Un punto de inflexión social

Por lo menos en términos generales, se ha ido históricamente de la realidad a la virtualidad, pero tal vez ahora, gracias al ciberespacio, sirvan justo la virtualidad y el contacto y respeto interculturales que ésta debiera conllevar para revertir la tendencia yendo la virtualidad hacia la realidad y lograr así mejores relaciones sociales entre civilizaciones. Conseguiríamos materializar un punto de inflexión social muy interesante.

Fracturas, brechas y demás fenómenos parecidos en eminentes y evidentes períodos históricos de cambio como el que estamos experimentando actualmente suponen puntos de inflexión que, sin embargo, aprovechando bien las herramientas tecnológicas hoy a nuestro alcance podremos más que probablemente revertir en más poco tiempo del que cabría esperar y acabar así con las adversas circunstancias que azotan las presentes posibilidades de paz en el mundo. La sociedad red y la sociedad global tienen que encaminarse hacia ello.

Las civilizaciones tienen que terminar entendiéndose en algún momento por mucho que esto tarde en producirse. Empezar a hacerlo mediante el conocimiento mutuo a través de Internet, y la blogosfera, representa una óptima base con la que perseguir y alcanzar tal meta.

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Civilizaciones que colindan

Entre civilizaciones parecidas tendría que haber menos conflictividad pero éstas acostumbran a ser justo las que a su vez colindan territorialmente y, por ende, se generan en ellas líneas de fractura. Que civilizaciones que colindan puedan convivir habiéndose sanado cualquier fractura entre las mismas es lo que cabe perseguir en pro de la concordia.

Precisamente Internet nos enseña que las distancias y las fronteras se minimizan en los tiempos actuales; hay motivos, pues, para desechar todo conflicto de línea de fractura y hacer del mundo civilizacional que hoy se configura un lugar en el que las civilizaciones interactúen más igualitariamente que antes en cualquier época de la historia. Tanto es así que hasta debiéramos, gracias a esta tecnología, cada vez conocernos más y mejor culturalmente hasta entre sociedades alejadas, ya sea territorialmente, ya sea en sí culturalmente.

Con la interactividad de alcance global que la red de redes nos proporciona, las civilizaciones pueden, por lo tanto, colindar cada vez más unas con otras por lo menos en el plano cibernáutico. Si ello, traducido en un buen respeto mutuo y recíproco, se traslada al plano territorial, bien puede que los conflictos de línea de fractura tiendan más pronto que tarde a desaparecer.

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Actitudes posmodernas

La propia bidireccionalidad que hace de los estratos sociales unos nodos de más igualitaria interactividad tendría, de por sí, que contribuir a que asimismo de las grandes capas sociales entre la población común se trasladen actitudes posmodernas a las esferas políticas y diplomáticas. Las relaciones entre civilizaciones probablemente mejorarían.

Ucrania es la mayor prueba acuciante que ahora mismo tiene por delante la era civilizacional para hallar un modo de aunque sólo sea atisbar un mundo en el que las civilizaciones puedan convivir en concordia. Poner fin a este injustificable drama al que el pueblo ucraniano se ha tenido que ver sometido por las trasnochadas obsesiones de una oligarquía rusa que ni ante su propio autoperjuicio se detiene es lo que la humanidad tiene que lograr de inmediato.

Reforcemos, en la línea de las expectativas generadas en Madrid a raíz de la cumbre de la OTAN, ese algoritmo de paz con el que puede y debe demostrarse ante un régimen oligárquico que hoy el mundo no es el de autoritaristas propios de épocas modernas y premodernas. Cumplir con tales expectativas es lo que Ucrania merece ante la inhumana invasión de su territorio.

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Una diplomacia de tipo nodal

Para contribuir a que las fracturas civilizacionales no ahonden y a que se solventen por completo, cabría concebir justo bajo la idea nodal aquello que a la diplomacia concierne, de modo que no tenga que plantearse igual que ahora una diplomacia in extremis, que finalmente no dio resultado. Si las civilizaciones se conciben como grandes puntos nodales, la cosa podría cambiar sustancialmente.

De impulsar lo que podría ser una diplomacia de tipo nodal, estaríamos ante un escenario en el que, por basarnos en el concepto red, se desarrollarían las relaciones diplomáticas de una manera mucho más interactivamente bidireccional, con lo cual el trato entre iguales resultaría mucho más notorio de lo que lo está siendo hoy en la lamentable circunstancia en la que Rusia ha puesto a Ucrania. Si desde las altas esferas políticas se da ejemplo de interactividad bidireccional, seguramente ello cale en otras capas de la sociedad y ésta prospere mejor.

Al suponer los valores posmodernos que debieran acompañar a una infraestructura como Internet un cambio rotundo en la historia, esto tiene que reflejarse en los varios estratos de la sociedad. Estratos que, precisamente por encaminarnos a una sociedad red, son cada vez menos estratos y más nodos.

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Colaboración y bidireccionalidad

Las ideas de colaboración y bidireccionalidad van estrechamente unidas porque con la unidireccionalidad se desprende en cualquiera de los casos un mínimo de jerarquía. Unidireccionalidad que no está mal aplicarse cuando conviene pero no de forma tan predominante como hasta antes del desarrollo de la posmodernidad.

Tampoco la unidireccionalidad, poniendo un caso actual, es eficaz ni mínimamente lícita cuando se practica de una manera tan eminentemente neoimperialista como lo está haciendo una irracional Rusia al pretender invadir territorio ucraniano. La cooperación y colaboración de las que Occidente está más acostumbrado a valerse son, por su parte, una buena muestra de lo que representa la bidireccionalidad que puede considerarse propia de la sociedad red y la era de la información.

El colaborativismo bajo el que propongo hacer especial referencia específica a los lazos que tiene que reforzar Occidente entre sus propios países integrantes se correspondería con lo que a su vez he creído apropiado denominar algoritmo de la paz. De la eficacia de Occidente en tal sentido depende el devenir de Ucrania en estos momentos.

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La vía diplomática

Para que haya un cooperativismo nuevo en cuanto a su significado, basta con que en efecto se le considere como sinónimos colaboracionismo, con la aprobación de una significación más amplia para éste, y colaborativismo, con la aprobación completa de éste como vocablo en sí. Además de esto, claro, cabe que tal nuevo cooperativismo tenga su reflejo en la práctica.

Valga la propia expresión referida a un mayor colaboracionismo, empleada recientemente aquí mismo por mí, para justo entender colaboracionismo como una idea mayor, en el sentido de una significación distinta, a la que parece ser la habitualmente recogida por el ámbito académico en general y los diccionarios en particular. El colaboracionismo como entendimiento con un invasor como es Rusia respecto a Ucrania podría, sólo quizá, comprenderse de alguna manera en el marco de unas negociaciones diplomáticas que en cualquier caso, lejos de tolerar al invasor, tendrían que precisamente haber evitado o corregido la terrible invasión perpetrada, por parte del Kremlin, en Ucrania.

Ante lo que a estas alturas ha supuesto tristemente un auténtico fracaso de la vía diplomática en las relaciones internacionales relativas al conflicto de línea de fractura en Ucrania, toda colaboración que en según qué sentido pudiese haberse entendido que convendría con el Moscú invasor queda descartada y sin efecto. Sólo queda, tal y como se desprende de las expectativas generadas por la OTAN tras su cumbre de Madrid, reforzar entre las naciones occidentales lo que creo que podría definirse como colaborativismo.

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El antiguo y nuevo cooperativismo

Según el modo en que la utilizo, la idea de colaboracionismo o, si se prefiere y se acepta, colaborativismo no es, de hecho, nueva más allá de la perspectiva más general a la que propongo ampliarla sin restringirla, en particular como colaboracionismo, a una colaboración con el enemigo o invasor. Una idea más parecida a tal propuesta que hago sería la del concepto de cooperativismo, ya también existente.

No obstante, cooperativismo, aun con su esencia más amplia, y no peyorativa, en comparación al colaboracionismo, me parece que formalmente remite demasiado fácil al ámbito concreto de las cooperativas como forma de persona jurídica, en especial haciendo uso de las formas adjetivas. Desde una perspectiva formal, pues, la referencia a la idea de colaborar es mejor, pero nos encontramos con que, si nos limitamos a recurrir a un concepto existente y aceptado por lo académico, existe colaboracionismo pero no colaborativismo.

Recurrir al concepto de cooperativismo si a éste le atribuimos una significación que distinga entre el antiguo y nuevo cooperativismo es una opción bastante acertada. Siempre va bien disponer de cuantos sinónimos se pueda para hacer de un texto reflexivo uno que además no resulte reiterativo y redundante.

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Un colaboracionismo alternativo

Tradicionalmente al colaboracionismo parece habérsele desarrollado una significación peyorativa, recogida en el común de los diccionarios. Ante la necesidad, sin embargo, de hacer referencia a una doctrina o una tendencia en cuanto a la colaboración como la que pienso que le es propia a nuestra era cabían un par de opciones.

Al igual, en definitiva, que a la hora de expresar en palabras una nueva idea, cabe la opción de recurrir a una palabra ya existente y atribuirle el nuevo significado o bien proceder a elaborar un vocablo nuevo: en el caso del colaboracionismo, tal y como a él me refiero, se daría la primera de estas opciones. Se podría contemplar, no obstante, en virtud de la segunda opción, otro vocablo como ya propuse en el caso del abreviadismo, con lo cual podría proponerse algo así como colaborativismo, por ejemplo.

Gestionar y lograr que se reconozca el uso general de propuestas de nuevos significados en el ámbito del análisis y el estudio, sea recurriendo a expresiones existentes o completamente nuevas, quedará en cualquier caso a la espera de su aprobación por parte de las autoridades académicas competentes. Pero mientras, no puede detenerse la reflexión en general y, en particular, la de fenómenos como el que un colaboracionismo alternativo como al que me refiero, o colaborativismo, supone.

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