Un primer, tercer e incluso segundo mundo

Era de esperar que en el mundo civilizacional siga resultando lamentablemente la conflictividad una constante como no ha dejado de serlo a lo largo de la historia de la humanidad. Aunque lo deseable sería que la nueva etapa en la que tal mundo puede encuadrarse, la posmodernidad, hubiese sido lo contrario, la guerra provocada por Rusia contra Ucrania ha confirmado que esta etapa no ha podido escapar a lo calificable de triste norma histórica.

Que los efectos que en la actualidad esa conflictividad esperable tenga devengan lo más leves que sea posible, dentro de las desgracias ya acaecidas, pasa por el hecho de que las partes implicadas y en las que se ha concretado fuertemente tal conflictividad asuman que tienen que dar ejemplo de entendimiento civilizacional no sólo para el presente, sino para las generaciones venideras. Desde las partes más específica y directamente implicadas, Ucrania y Rusia, hasta las más general e indirectamente afectadas, Occidente y civilización de base ortodoxa, conseguir ese entendimiento permitirá vertebrar de nuevo un primer mundo tal y como creíamos conocerlo.

Cuestión aparte es que Rusia desee o no auténticamente pertenecer al primer mundo como se suponía que desde el fin de la Guerra Fría pertenecía. La propia naturaleza civilizacional del mundo actual, y puesto que esta concepción de un primer, tercer e incluso segundo mundo sería esencialmente occidental, puede seguir impulsando a Rusia, sobre todo en sus más altas esferas de poder si no cambian, a rechazar su asimilación o por lo menos cierto entendimiento respecto a Occidente.

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Norte y sur

Tras la Guerra Fría, el mundo quedaba a grandes rasgos dividido de una manera muy, tal vez demasiado, fácil. En el quizá mayor nivel contextual que se ha solido concebir para comprender la diferencia de unas zonas y otras del planeta, pasó a entenderse que había un primer mundo norplanetario y un tercer mundo surplanetario.

Importantes excepciones a esa simple división entre norte y sur planetarios resultan seguramente apreciables para cualquiera, pero lo cierto es que en cualquier caso parecía no haber duda de que Rusia, aun con sus diferencias con Occidente, se mantendría englobada en el primer mundo dentro del norte avanzando: de ahí que, si no se aplica la perspectiva civilizacional, devenga sobremanera difícil comprender por qué, con su invasión en Ucrania, ha optado Rusia por atacar en territorio que en teoría es de su mismo o casi mismo bagaje socioeconómico. Lo esperable, hubiese sido que, sin dudar que un contundente choque civilizacional amenazase en algún momento, tal peligro no se protagonizase en especial desde el primer mundo.

Una excepción que ya de manera muy diáfana podía apreciarse de antes en cuanto al norte planetario avanzado puede identificarse en el caso de Corea del Norte. La excepción de mayor claridad que respecto al sur subdesarrollado o emergente es posible señalar la forman Australia y Nueva Zelanda.

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Tan supuestamente ejemplares naciones avanzadas

Las civilizaciones no tienen, por supuesto, sólo elementos que las diferencian entre sí, también los tienen comunes y es en éstos en los que debiera ponerse el foco para encontrar mayores afinidades y entendimientos. Urge que esto se aplique entre la civilización occidental y la de base ortodoxa, más concretamente entre los países noratlánticos y el gran bloque de tradición ortodoxa que Rusia es.

No debiera resultar excesivamente difícil que países noratlánticos y Rusia, al fin y al cabo áreas civilizacionales diferentes pero de sólidos fundamentos culturales comunes, lleguen a entenderse sobre todo cuando se trata de dejar de perder vidas humanas por una absurda guerra emprendida por el Kremlin contra Ucrania. Tales fundamentos tan comunes entre Occidente y la gran área de base ortodoxa que es Rusia podían hacer prever, de hecho, que la probabilidad de profundo conflicto de línea de fractura y peligroso gran choque civilizacional fuese bastante remota entre estas zonas del planeta.

Se presuponía al fin y al cabo que, tras la Guerra Fría, ese conjunto territorial norplanetario que Occidente y Rusia constituyen quedaba configurado en lo que sería el primer mundo: ¿cómo iban entonces a ser precisamente tan supuestamente ejemplares naciones avanzadas las que protagonizasen esta tragedia que injustamente ha cobrado forma en Ucrania? Para desconcierto del mundo entero, la crudeza de lo que el pueblo ucraniano tiene que estar aún hoy padeciendo ha respondido a esta cuestión.

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La perspectiva nodal de las civilizaciones

Tanto en civilizaciones como en términos culturales y sociales, la interactividad bidireccional es clave porque la unidireccional no lleva sino a conductas absolutistas por alguna de las partes y de ahí a que se produzca o ahonde una fractura no hay mucho trecho. Que el mundo deje atrás, pues, conflictos como el tan lamentable e inhumano que Rusia está provocando en Ucrania requiere que haya una perspectiva más nodal en civilizaciones y términos culturales y sociales.

Lo que la perspectiva nodal de las civilizaciones y, por extensión, de las culturas y sociedades comporta es que, en efecto, pueda establecerse una relación interactiva entre las partes a modo de red que une nodos de interactividad en doble dirección, y que así un punto nodal y otro reconozcan desde sus diferencias aquello que mutua y recíprocamente pueden intercambiar, máxime si es el caso de civilizaciones, culturas o sociedades colindantes y entre las que pueda haber un potencial o, como es ahora el de Ucrania y Rusia, efectivo conflicto de línea de fractura. Si la interactividad pretendida es unidireccional, se produce por cada parte lo que vendrían a ser sus respectivos algoritmos de resolución del conflicto.

Ese algoritmo que cada parte quiera ejecutar sobre la otra de manera unidireccional responderá a una situación de conflicto agravado hasta que uno se imponga definitivamente al otro, o bien hasta que haya una mutua resolución de pasar a la interactividad bidireccional. Cabe confiar en que la diplomacia in extremis que entre Ucrania y Rusia se ha tenido que establecer y el algoritmo de paz aplicado desde Occidente consigan que la perspectiva nodal entre estos países devenga bidireccionalmente interactiva.

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Actualización e interacción democráticas

El aislamiento en términos culturales, sociales y civilizaciones, ya sea por propia iniciativa de la cultura, sociedad o civilización en cuestión, ya sea por acción de las demás, puede probablemente en por lo menos la mayoría de casos asociarse a la condición muy o por completo absolutista del poder que precisamente rija en la cultura, sociedad o civilización aislada. El actual caso de Rusia, se ajustaría plenamente a este principio.

Las democracias, aun con todos sus defectos, no sólo son los mejores modelos de representatividad en la toma de decisiones colectivas, son además sistemas políticos que tienden a la interacción bidireccional las unas con las otras para beneficiarse mutuamente en los diferentes aspectos de las vidas de sus respectivas poblaciones. En este sentido, y hasta si se trata de democracias dirigidas desde posturas conservadoras, conforman marcos políticos de convivencia que muy acertadamente no se autoconciben desde la perfección, sino que requieren una constante actualización e interacción democráticas dentro y fuera de sus fronteras.

Desde una perspectiva de sociedad red y era de la información, sí cabe reconocer que las democracias occidentales responden mejor a los importantes cambios a los que la historia parece querer conducir. Así tenía que ser cuando sociedad red y era de la información son, tal y como se les interpreta, conceptos desarrollados y arraigados en Occidente, pero que en otras civilizaciones puede que aún les cueste ser asimilados, máxime ante modelos absolutistas.

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Una civilización bien como esté

Por mucho que una determinada civilización actual se encontrase en situación de considerarse bien como está y no aspirar a una nueva era, no puede eludirse la realidad de que en todas las civilizaciones y entre todas o casi todas las civilizaciones continúa habiendo conflictos: de ahí que a todas les convenga emprender una etapa histórica diferente. Considerarse bien como se está, hoy en cualquier civilización viene a ser como creerse falsamente que se ha llegado a una especie de perfección.

Lo hemos comentado también en otros aspectos: no es deseable la perfección por lo que en definitiva entraña en cuanto a final de camino, a no poder seguir dando más de sí aquello de lo que se trate. Si aplicamos esto a la gran escala de toda una civilización actual, sea la occidental, sea la de base ortodoxa u otras que a diferencia de éstas puedan ahora mismo no estar tan de actualidad por la inevitable atención que atrae la invasión de Rusia en Ucrania, hallaremos que particularmente a día de hoy considerarse una civilización bien como esté es interpretable como una nada recomendable conciencia propia de perfección.

A una civilización que se autoconciba como perfecta, poco futuro le esperará que, lejos de una paz duradera, no pase por un aislamiento autoimpuesto que no puede sino muy seguramente derivar en alguna clase de fuerte conflictividad interna. Esto puede justo encajar, y de hecho la disidencia rusa parece que da señales de ello, con el devenir próximo de Rusia por ese aislamiento del mundo que su guerra sin sentido comporta.

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Sin un entendimiento intercivilizacional

Hasta haciendo referencia a posmodernidades podría quizá presuponerse, desde marcos civilizacionales distintos al occidental, cierto eurocentrismo pese a la bastante clara intención de que posmodernidades se refiera a fenómenos equivalentes y no asimilaciones ni imposiciones de Occidente. La cuestión está entonces en hallar el propio término de cada civilización en cuanto a sus respectivas nuevas etapas históricas que debieran abrir.

¿Por qué tendrían, sin embargo, que estar todas las civilizaciones ante un cambio histórico como hay pocas dudas de que Occidente lo está? ¿No podría haber por lo menos alguna que otra que estuviese bien como está y no aspire a una nueva era? Aun con las máximas diferencias, y de ahí en muchos casos fracturas, que entre civilizaciones pueda haber, todas necesitan, o cuando menos a todas les conviene, terminar entendiéndose unas con otras porque el aislamiento, que no obstante a Rusia parece no importarle con su actual actitud contra el resto del mundo, no lleva sino más pronto que tarde al declive de la civilización aislada; sin un entendimiento intercivilizacional bajo otra etapa histórica de cada civilización, serán bastante improductivas las convivencias y más probables los aislamientos.

La paz no lograda en el mundo, y que tantos conflictos comporta como el que de especial relevancia es el actual en Ucrania, puede atribuirse en como mínimo buena parte a las mayores divergencias que similitudes entre marcos civilizacionales. Ni con una cierta homogeneización global que la tecnología de Internet conlleva se ha solventado esa situación de paz no lograda, por lo que el entendimiento entre civilizaciones no sólo de aspectos tecnológicos deberá derivar, sino de más profundos.

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Varias posmodernidades

De algún modo, el marco civilizacional de tradición ortodoxa, y en particular el gran bloque que Rusia constituye, tiene que dar su propio paso específico a la posmodernidad. Es en este sentido que el entendimiento y la convivencia entre Occidente y Rusia tiene que producirse por la consolidación de los anhelos que la actual disidencia social rusa muestra.

Lejos, pues, de que tengan que ser una imposición occidental, ya que de hecho no debiera ser propia del tan democrático Occidente moderno y posmoderno la imposición, tienen que emanar el entendimiento y la convivencia entre Occidente y Rusia de la propia evolución que la misma sociedad rusa da signos de querer emprender hacia una nueva forma de entender su genuina civilización, igual que en su momento hizo, y en verdad está aún haciendo, Occidente. Tal vez, este histórico paso en Rusia que tendría que englobar una acuciante regeneración política del país pueda, e incluso deba, no denominarse asimismo posmodernidad, aunque venga a ser su equivalente civilizacional.

Requerirá, en cierta manera, de varias posmodernidades la paz en la futura configuración del orden mundial. Un pleno entendimiento entre el conjunto de civilizaciones del planeta seguramente llegará, pues, en buena medida según cada una, sin tener que rechazar de lleno sus respectivas tradiciones civilizacionales, vaya haciendo el correspondiente paso hacia el equivalente a la posmodernidad de Occidente.

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Es acuciante la regeneración política rusa

Ya que pocas intenciones son apreciables en la oligarquía rusa de dar la más mínima marcha atrás en la locura de guerra que ha montado en Ucrania, cabe estar a la expectativa del resultado que lo que puede denominarse algoritmo de paz dé a la mayor brevedad posible. Entiéndase resultado tanto en lo que al final de la propia guerra respecta, como al hecho de que es acuciante la regeneración política rusa cuanto antes.

Asumir, como bien conviene hacerlo, que en efecto Occidente y Rusia responden a civilizaciones distintas y que ello ha comportado el actual conflicto de línea de fractura en Ucrania no tiene que llevarnos a descartar cualquier tipo de entendimiento y sana convivencia entre estas civilizaciones; de hecho, pensábamos que tales entendimiento y convivencia eran hasta ahora, más o menos, una realidad. Lejos de que el entendimiento y la convivencia tengan que ser una pura imposición occidental, tiene que producirse por la consolidación de los anhelos que la actual disidencia social rusa tiene.

Que se identifique al conjunto de la sociedad rusa con el neoimperialista gobierno que tiene sería un error mayúsculo, sobre todo cuando con el peligro que para cualquier disidente hay en Rusia no dejan de haber importantes y valientes muestras sociales de disconformidad por parte del pueblo ruso respecto a la invasión perpetrada por su gobierno en el territorio ucraniano. La rusofobia, como cualquier fobia a cualquier cultura porque sí, es completamente reprobable y condenable.

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La diplomacia como otra forma de interactividad

En términos de sociedad red y era de la información, bien puede interpretarse la diplomacia como otra forma de interactividad que tiene que dar resultados pacíficos ya en Ucrania. Si quienes dialoguen, como podrían ser en la actualidad Ucrania y Rusia, se consideran iguales, la interactividad será bidireccional; pero si uno quiere dominar al otro, la interactividad sólo podría establecerse en modo unidireccional.

Si nos atenemos a la concepción civilizacional, cabría plantearlo como que la interactividad bidireccional es la vía por la que habría auténtica esperanza de resolver la fractura que Rusia ha hecho ahondar emprendiendo una insensata guerra contra Ucrania. Lo que, en este sentido, a todas luces no parece dejar de perseguir Moscú es erigirse como prácticamente única parte que dictamina directrices ante cualquier posible resolución, y esto metafóricamente no representa sino una interactividad unidireccional en la que el régimen moscovita asume el rol de usuario y Ucrania el de computadora que sumisamente ejecuta las órdenes.

Hay otros territorios de los que civilizacionalmente podría haberse esperado antes que actuase de modo tan unidireccional como lo ha hecho una supuesta parte del primer mundo que es Rusia. No obstante, lo que tras la Guerra Fría se creía primer mundo parece que no había dejado atrás por completo la configuración previa del orden mundial.

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Territorios civilizacionalmente diferentes

En la diplomacia in extremis que se está presenciando para la resolución de la guerra en Ucrania, sería clave una perspectiva de diálogo intercultural y ello conllevaría reconocerse como iguales quienes dialoguen. Si bien por parte ucraniana no parece que habría problema alguno con ello, la postura de Rusia demuestra, más bien, que no está dispuesta a considerarse en plano de igualdad respecto al país que está invadiendo.

De no practicarse la diplomacia in extremis con diálogo intercultural debido a que, en efecto, estamos ante una fractura entre territorios civilizacionalmente diferentes, poco resultado recíprocamente beneficioso dará con toda probabilidad cualquier reunión diplomática que entre las partes ucraniana y rusa se siga manteniendo. Va a quedar poca alternativa, entonces, a seguir creyendo en que surta efecto la continuidad de las medidas politicoeconómicas aplicadas desde Occidente al régimen de Moscú.

El Kremlin acusa una inaplazable regeneración de su clase política cuando las acciones sociales que tanto desde el propio Occidente como desde la misma sociedad rusa están teniendo lugar con fuerza contra tal forma oligárquica de gobernar. Una regeneración de esta guisa podría hacer que el concepto de primer mundo incluyese de nuevo a Rusia, pero esta vez en serio.

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Diálogo intercultural

Por ser el actual un mundo tan globalmente interconectado, cabría no estar, por lo menos desde el primer mundo que tan ejemplar debiera ser, llevándose a cabo guerra alguna. Tendría que demostrarse justo en el primer mundo lo positivo del diálogo intercultural que gracias a Internet en general y la blogosfera en particular es factible emprender hoy como nunca antes.

Máxime cuando los países primermundistas debieran en teoría ser una suerte de centinelas globales en pro de que el resto del planeta vaya en efecto equiparándose a ese primer mundo, es vergonzante para tal primer mundo estar protagonizando la dolorosa y nada ejemplar fractura civilizacional que el Kremlin ha hecho ahondar sin escrúpulos en Ucrania en forma de invasión. Que precisamente por parte rusa se esté además practicando internamente una tan brutal censura, de hecho nada extraña a tenor de la ya conocida represión habitual a cualquier disidencia en Rusia, degrada todavía más la legitimidad del primer mundo como ejemplo a seguir.

Sea cual sea la resolución del conflicto en Ucrania, queda bastante claro que Occidente y Rusia van a muy seguramente no poder seguir compartiendo una clasificación como incluidos en, y, de hecho, únicos integrantes de, ese primer mundo. A la práctica, esto tal vez signifique poco, pues primermundismo, tercermundismo y similares conceptos no dejan de ser denominaciones a efectos convencionales, pero denota el fracaso en aquello en lo que tendrían que haber sido ejemplarizantes los países avanzados.

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Las potencias emergentes

Desde que terminó la Guerra Fría y eclosionaron el mundo civilizacional y la era de la información, han quedado situados una serie de países en una especie de limbo entre el primer y tercer mundo pero con una supuesta clara tendencia a acabar derivando hacia el primermundismo. Se presenta el momento actual como uno probablemente decisivo para que bien tomen la delantera, bien se equiparen por completo al primer mundo o que, en cambio, se queden como están o incluso peor.

Países como en particular parece que especialmente debieran ser India y Brasil tendrían que ser las potencias emergentes con mayores opciones de, sea ahora o no mucho más tarde, por lo menos equipararse al nivel de lo que es ese primer mundo que se está quebrantando a raíz del conflicto en Ucrania; quedaría por determinar si esa equiparación se dará más bien por el propio impulso de estas potencias o porque son las del primer mundo las que se autodegradan por el mismo conflicto ucraniano. Tendrían que demostrar, para ello, que pueden dar ese impulso por cierta capacidad de no depender de ese primer mundo; de lo contrario, si la fractura de éste ahonda, las potencias emergentes acusarán esa dependencia al quedarse, en el mejor de los casos, más o menos como están.

India debiera por su posición geográfica ser la que de las potencias emergentes principales tuviese mayor preocupación por precisamente la invasión rusa en Ucrania. Que Brasil quede situada a mayor distancia no debiera sin embargo hacerla creer, si es que lo hace, que no va a, en cualquiera de los casos, poder afectarle esta guerra cuando estamos en un mundo tan interconectado.

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Un mundo más igualitario

Supuestamente, ir hacia un mundo igualitario debía consistir en que los países más desfavorecidos fuesen alcanzando los niveles de bienestar propios del primer mundo. En función de cómo el primer mundo se siga fracturando a partir de la guerra que Rusia ha cometido la insensatez de provocar en Ucrania, un mundo en su conjunto más igualitario puede que justo cobre forma por el procedimiento inverso.

En lugar de que un mundo de mayor igualitarismo se logre con cada vez más países integrando el denominado primer mundo, puede haber riesgo de que el desarrollo del conflicto de línea de fractura precisamente en pleno supuesto primer mundo derive en que la igualdad entre países vaya en sentido de que sean los países del primer mundo los que acusen una considerable degradación económica y social hasta niveles casi o por completo comparables a los del tercer mundo. A eso puede verse abocado el conocido como primer mundo si este conflicto bélico emprendido sin razón alguna por Rusia sigue perdurando y empeorando.

Las posibilidades que se presentan para lograr un mundo más igualitario se diferenciarían, en esencia, entre si es un igualitarismo que va hacia el primermundismo o hacia el tercermundismo. También podría, por otra parte, incluso acontecer una plena inversión de roles entre primer y tercer mundo, de modo que el hasta ahora primer mundo pase a tener características tercermundistas, mientras los típicos países tercermundistas toman la delantera pasando a una posición primermundista.

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Primermundistas o tercermundistas

Quizá otras zonas del planeta que no suelen considerarse del denominado primer mundo avancen más que este supuesto primer mundo en sus respectivos avances hacia la era de la información, dependiendo de cómo la fractura que civilizaciones primermundistas experimentan por el conflicto de Ucrania afecte a tales civilizaciones, que son Occidente y el marco civilizacional de base ortodoxa. Esto, dentro de lo malo que para estas civilizaciones supone, quizá equilibre el progreso en el mundo.

La injusta desigualdad que la humanidad no ha logrado resolver aún entre los países que normalmente se clasifican según se les considere primermundistas o tercermundistas es posible que, de nuevo por lo de que de todo lo malo puede salir algo bueno, acuse un reajuste por el retraso que para el primer mundo está suponiendo la guerra que Moscú ha provocado. Una reconfiguración del orden mundial de esta índole sería una ocasión para que, mientras el supuesto primer mundo se quebranta, sean civilizaciones tradicionalmente no tan avanzadas las que tomen la delantera en lo que a sociedad red y era de la información respecta.

A un primer mundo que termine produciendo una todavía más grave fractura entre civilizaciones va a seguramente costarle mucho, aun en el mejor de los desenlaces a la guerra entre Ucrania y Rusia, recuperar el pretendido nivel de lo que justo cabe entender por primer mundo. Ya con lo que lleva de confrontación bélica, parece que el futuro nuevo orden mundial implicará para el primermundismo, definitivamente o no, otro rol.

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Si alguna vez el primer mundo ha tenido sentido

Una fractura civilizacional que siga derivando en la escalada que está suponiendo la invasión en Ucrania por parte de Rusia no hace sino representar un fenómeno que nos aleja de la interconectividad y el colaboracionismo que la era de la información supone desde el nivel más local hasta justo el de mayor dimensión civilizacional. Que se trate de una guerra red no conlleva que tal conflicto refuerce especialmente los mejores aspectos de la sociedad red.

A la espera de que todavía dé sus resultados esperados, lo que a modo de algoritmo de paz puede entenderse que es la suma de acciones politicoeconómicas y sociales contra Rusia va a tener sin duda que tomarse en consideración para futuras ocasiones en las que eventuales circunstancias similares de peligrosidad nuclear puedan acontecer. Por esto, bien puede que la guerra albergue como mínimo algún posible aspecto positivo en ese sentido respecto a lo que una perspectiva en red entraña y por aquello de que de todo lo malo puede salir por lo menos algo bueno; ahora bien, los mejores aspectos de la sociedad red quedan muy dañados a nivel civilizacional.

Que Ucrania y Rusia en particular y, en general, Occidente y el marco civilizacional de base ortodoxa puedan recomponer lazos de confianza para fomentar un firme diálogo intercultural se presenta tristemente como algo de considerable dificultad en tiempos próximos, aun si en breve se acaba el conflicto. Si alguna vez el primer mundo ha tenido sentido, se ha alejado ahora de ese sentido y de la posibilidad de que, en su caso, tal sentido se recomponga asimismo en breve.

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La peor versión civilizacional

Para que esta diplomacia internacional que se encuentra en modo in extremis posibilite el alto el fuego definitivo que tanto merece el mundo, y en particular Ucrania, cabe que la peor versión civilizacional que por parte de Moscú ha llevado hasta la dramática situación presente se nutra de lo mejor que lo informacional puede proveer. Sólo a base de bienintencionada información compartida con la que llegar a un acuerdo recíprocamente beneficioso, quedará lo incivilizado atrás.

Una postura de claros tintes neoimperialistas como la que sin duda mueve a Rusia para haber llegado a los extremos tan inhumanos de desencadenar la guerra contra Ucrania va a difícilmente estar dispuesta a rebajarse para acercar postura alguna con la perspectiva de su oponente ucraniano. Es esperable, aun así, que a las acciones politicoeconómicas y sociales que, desde una perspectiva en red, por parte del bando occidental conforman para esta contienda el algoritmo de la paz no les quede demasiado para surtir efecto y hagan, junto a la heroica resistencia militar mostrada por el propio pueblo ucraniano, entrar al Kremlin en razón.

Máxime cuando a estas alturas Rusia debiera haberse percatado de que decididamente nada positivo reporta esta invasión a nadie, ni lo puede reportar siquiera a largo plazo a la misma Rusia incluida, poco tendría que estar ahora dudando Moscú en abandonar esta guerra que nunca debiera haber hecho estallar y en impulsar la vía diplomática. Tal vez así estaría aún Rusia a tiempo de salvar algo de sus deliberadamente maltrechas imagen y proyección internacionales.

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Diplomacia in extremis

Cuando el mundo civilizacional eclosiona, lo hace a su vez propiamente la era de la información. Si bien desde entonces hasta que ha acontecido la presente guerra con la que Rusia pretende invadir Ucrania ha predominado supuestamente, quizá incluso desde una perspectiva un tanto ingenua, un clima de paz en por lo menos el primer mundo, ahora este mismo conflicto pone de relieve la potencial dimensión del choque civilizacional y la importancia de lo informacional.

El ahondamiento de la fractura civilizacional que ha dado lugar a esta contienda puede llevar hasta un choque de civilizaciones que, especialmente si escala hasta el uso del armamento nuclear, puede causar una posible devastación global sin precedentes que nadie en su sano juicio impulsaría si es que servir al pueblo es lo que guía a cualquier clase dirigente de un pretendido país del primer mundo como Rusia. Pese a todo, hasta en el peor de los desenlaces, tarde o temprano es previsible que la era de la información siga probablemente su avance, esperemos que acompañando a un marco civilizacional nuevo alejado de la presente fractura.

Tener que salir, llegado el caso, de un planeta devastado por las peores consecuencias que pueda desencadenar esta guerra habrá significado que lamentablemente lo civilizacional fue apresado por la conducta más incivilizada del hombre. Otras épocas han estado, en efecto, marcadas por tal clase de conducta que ahora está repitiéndose, pero tendría que haber por parte de lo que ya no puede sino denominarse diplomacia in extremis una determinación diplomática en cuanto a que el entendimiento entre diferentes, y hasta opuestas, posturas puede todavía triunfar.

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Quizá civilizacional, pero civilizado ni de lejos

Conflictos como las guerras y similares sería deseable que por parte de todos los bandos en contienda se librasen, de entrada por lo menos, por medios estrictamente politicoeconómicos y sociales como los que Occidente aplica sobre Rusia, en vez de por medios propiamente armamentísticos militares típicos. En caso de que Rusia hubiese empezado por ahí, habría demostrado por lo menos que su clase dirigente conservaba todavía un poco de cordura y humanidad.

Habiendo empezado la contienda con Ucrania poniendo ya desde el mismo principio el acento en la acción militar convencional y hasta poniendo el énfasis en la posibilidad de recurrir al armamento nuclear, decididamente el Kremlin demuestra que procede bajo un prisma quizá civilizacional, pero civilizado ni de lejos en absoluto. Esta guerra, igual que el mundo en el que se enmarca, de hecho es civilizacional tal y como es propio de la configuración internacional surgida tras la Guerra Fría; no es, en cambio, una guerra, como en definitiva no lo es ninguna, civilizada; en este caso específico, porque no obedece la invasora Rusia a ningún atisbo de conducta precisamente civilizada que la lleve a tener como mínimo cierta consideración por las vidas humanas que su infamia fuese a llevarse por delante.

Poca alternativa le quedaba entonces a Ucrania más que tratar de defenderse por los mismos procedimientos ante Rusia. Dentro de la encrucijada que a Occidente esto le supone porque el riesgo atómico es patente, dar el máximo apoyo a Ucrania en todos los sentidos, el militar inclusive dentro de lo posible para evitar ese riesgo nuclear, era lo mínimo que podía y debía hacerse.

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El algoritmo de la paz

Si a base de las medidas politicoeconómicas y de las muestras sociales de condena y rechazo a Rusia se logra detener el calamitoso conflicto perpetrado por la propia Rusia a Ucrania, podría determinarse que, según una lógica en red, se habría conseguido un algoritmo de paz que borraría cualquier peligro de desatar peores consecuencias como las que se derivarían de llegar al extremo nuclear. Un algoritmo, pues, de resultados muy necesarios y acuciantes.

No siendo propiamente mundial, esta guerra en red es mundial tácitamente y el hecho de que se solucione sin pasar de esa condición tácita está condicionado por el éxito que, en la configuración de tal red o tal conjunto de redes, el algoritmo de la paz que en este caso concreto está en marcha tenga para poner fin al horror bélico que Moscú ha emprendido. Que este algoritmo compuesto de medidas politicoeconómicas y de muestras sociales de condena y rechazo dé sus frutos acabando cuanto antes la guerra podría servir de fórmula a aplicar en otras confrontaciones, especialmente las que puedan volver a entrañar riesgo atómico.

En medio de la encrucijada en la que se encuentra, Occidente no hace mal en apostar por evitar intervenir abierta y directamente en la guerra, máxime habiendo peligrosidad nuclear. Si en efecto se puede acorralar al enemigo con medidas coordinadas entre países aliados occidentales y con esto hacer llegar el drama pronto a su final, seguro que, teniendo en cuenta cómo se ha estado desarrollando la guerra, esta opción habrá valido la pena más que cualquier otra.

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Nueva filosofía bélica

La guerra como un fenómeno en red cabe entenderla bajo la perspectiva de nodos y enlaces o vínculos entre los mismos. De ahí que terminen entretejiéndose unas redes con otras en varias áreas y distintos niveles que trascienden lo que únicamente caracterizaba al conflicto bélico tradicional entre ejércitos de dos respectivos países o de dos respectivas alianzas de países.

Tal y como se está apreciando en la injusta contienda que Rusia lleva a cabo contra Ucrania, el enfrentamiento en sí entre los ejércitos de los países formalmente implicados está complementándose con medidas politicoeconómicas tomadas y aplicadas en red por parte de países que apoyan a Ucrania pero que formalmente no están en el conflicto; y se complementa asimismo con las muestras sociales que condenan y rechazan a Rusia ante esta triste realidad valiéndose de la comunicación telemática, que por lo tanto es una comunicación también en red. Esto en su conjunto, y en particular las medidas politicoeconómicas, está evitando que esta lucha derive propiamente en guerra mundial.

De no salirnos de los esquemas clásicos de las guerras, poco podría quizá haberse hecho para que no terminase ésta siendo ya una guerra mundial como las dos anteriores, con la prácticamente inevitable dimensión atómica que de ahí pudiera haber surgido. Así pues, la nueva filosofía bélica que la tecnología actual nos facilita se presenta como una manera de no llegar, por ahora, a las peores consecuencias.

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Una verdadera guerra en red

Sumando, a las medidas politicoeconómicas de sanciones y similares, muestras sociales de condena y rechazo o viceversa como es propio en una suma por aquello de que no altera el orden al resultado, parece que, cuando menos, algo de efecto sobre el potencial ruso se está causando y ojalá con esto bastase para que el régimen moscovita diese término a la lamentable situación en la que ha puesto a Ucrania y al resto del mundo, la propia Rusia incluida. Y que diese término de inmediato.

Una clase dirigente como la actual en Rusia, que no duda en lanzar a su propio país al más absoluto descrédito y aislamiento global y que sigue, aun así, adelante con sus mismos planes con las vidas humanas y la destrucción que ello conlleva puede apenas calificarse de otra forma que no sea como mínimo de paranoica. Con la suma por la paz que medidas politicoeconómicas de sanciones y similares y muestras sociales de condena y rechazo constituyen, esperemos que muy en breve al Kremlin sólo le quede la opción de deponer las armas. Que la suma de la paz dé resultado efectivo evitaría cualquier otra fórmula para la resolución de este conflicto en la que entrasen como elemento las armas nucleares.

Tanto en las muestras sociales de condena y rechazo como en las medidas politicoeconómicas de sanciones y similares, el empleo de redes tecnológicas como las propias redes sociales para lo social o los sistemas de interconexión financieros para las operaciones económicas está siendo clave. Además, pues, de en un sentido más clásico de vínculos y alianzas entre países, deviene una verdadera guerra en red esta contienda.

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La definitiva cicatrización de esta fractura civilizacional

La esperanza en las mejores virtudes del ser humano no debe ser perdida por completo porque son cada una de tal esperanza depositada en respectivamente una distinta virtud lo que ante la adversidad contextual más extrema puede seguir dándonos empuje por mínimo que sea para creer en la configuración de una realidad mejor. De lo contrario, demasiado simple lo tendría encima quien impulse tan sumamente reprobables hechos como el de la guerra que en Ucrania ha montado Rusia.

Que en la circunstancia particular de este conflicto de línea de fractura sumemos muestras sociales de condena y rechazo a las medidas politicoeconómicas de sanciones y similares está deviniendo el modo específico por el que ahora estamos dando consistencia a cada una de esa esperanza a depositar en virtudes del ser humano que, esperemos que no a mucho tardar, destaquen decidida y mayoritariamente a lo largo y ancho de ese supuesto primer mundo que no tendría que haber provocado la calamidad hoy tan sufrida por Ucrania. Estará entonces la definitiva cicatrización de esta fractura civilizacional en condiciones de resultar una realidad bastante próxima.

Lo que a todas luces parece ser una clara traslación de lo que ha sido el proceder represivo interno en Rusia al ámbito de su acción internacional tiene que dejar de ser el perjudicial elemento de fractura que está siendo y revertirse hasta conllevar una regeneración a fondo de la degradada y tóxica política rusa. Es por el bien de la propia Rusia y del, no sólo primer mundo, sino mundo entero.

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Contratacando al belicoso régimen moscovita

Las muestras de condena y rechazo que, desde todas las partes del mundo, incluso dentro de la propia Rusia, se hacen contra la guerra emprendida por Moscú hacen que la esperanza en las mejores virtudes del ser humano no deban perderse por completo. Uniendo esto a las sanciones económicas que a nivel internacional se suceden contra Putin, se da todavía mayor fuerza a tal esperanza.

No merece menos que estas esperanzadoras acciones el pueblo ucraniano ya que ha recaído sobre él una inmerecida guerra fruto de una grave fractura representativa del que no parecía ser un tan dividido primer mundo. Aunque no obstante se consiga, tal y como sería deseable, parar este aterrador conflicto bélico con tales acciones y cuanto antes, de no haber un claro y manifiesto cambio de parecer en el Kremlin en cuanto a sus intenciones respecto al armamento nuclear, poca tranquilidad podrá sin embargo volver a reinar en el contexto internacional.

Tengamos fe en que, pese a haber tenido que requerir unas dosis de dolor que no debieran haber tenido lugar nunca, las acciones que fuera y dentro de Rusia están contratacando al belicoso régimen moscovita surtan pleno efecto. Si además desde las más altas instancias políticas rusas se entra en razón y se abandona cualquier intencionalidad de recurrir a las armas atómicas, la fractura civilizacional podrá comenzar a cicatrizar.

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¿Qué fue de la era del conocimiento?

Hubo, ya a medida que se apreciaba que la era de la información surgía, un interesante planteamiento de si asimismo, o en vez de eso, cabía considerar esta nueva etapa como era del conocimiento. A tenor del cariz tan vergonzosamente bélico que está cobrando el contexto actual en el supuesto primer mundo, determinar que se está en cualquier época calificable como del conocimiento queda, más bien, fuera de lugar.

Así como va quedando claro, especialmente por la amenaza nuclear que se cierne sobre el mundo, que al ser humano le queda muchísimo para aprender a utilizar sus herramientas e infraestructuras para lo mejor, queda también claro, por esta misma guerra, que los valores y conocimientos civilizados que, en principio, a estas alturas del siglo XXI debiéramos compartir en como mínimo la inmensa mayor parte del mundo avanzado están lejos de ser aprovechados para lo mejor, que sería una sana convivencia entre países, culturas y civilizaciones. Entonces, aunque en la era de la información sí estamos, a la que sería la del conocimiento se la está tirando por la borda.

Si alguna vez llega como debería acabar llegando irreversiblemente una auténtica era de algo más que la información sólo, no será extraño que, respecto a esta época que vivimos, alguien se plantee en aquel futuro instante: ¿qué fue de la era del conocimiento? En lo que hemos denominado triste norma histórica, que esperemos que para entonces haya dejado de regir siempre tanto, podrá identificarse una respuesta.

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Movilización atómica

Cabe esperar que el nuevo uso bélico que de la energía nuclear se está haciendo no pase de la movilización de determinados efectivos ofensivos que la Rusia de Putin ha puesto en marcha. Pasar de movilización atómica a la orden de fuego con esos u otros efectivos nucleares representaría la muy probable no vuelta atrás de una escalada que llevaría al tan arrasador choque civilizacional.

Incluso si Putin limitase a la propia Ucrania un eventual ataque atómico, lo cual ya de por sí terminaría de confirmar el completo carácter desalmado e inhumano del dirigente ruso y de su régimen, sería prácticamente inevitable desde ese momento una escalada hacia el choque que a su vez, por no poder sino conllevar la implicación directa occidental que hasta ahora se contiene, desataría un conflicto propiamente de dimensiones mundiales. La rapidez de tal escalada dependería entonces de realmente hasta qué punto esté dispuesto Occidente a seguir sin intervenir cuando, dado el caso, hubiese sido pulsado el botón atómico por Rusia pero sin suponer un ataque a un país propia y formalmente aliado.

Las dimensiones mundiales y de choque de civilizaciones que a la guerra de armas nucleares acompañarían sólo pueden empujar hacia un descorazonador futuro inmediato. Comportarán, además, la confirmación definitiva de que al ser humano le queda todavía una largo camino para aprender a sacar el mejor provecho de las cosas, en este caso la energía atómica, antes que en cambio emplearlas para lo peor.

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Una era de la información aún mejor

La energía nuclear, que puede que por lo menos hasta cierto punto injustamente ha adquirido mala fama, acusa seguramente ahora un recrudecimiento de tal perspectiva peyorativa por algo que, de hecho, ya le debió suponer el arranque de la misma: su uso bélico, en concreto como punto final de la II Guerra Mundial. Curiosidades de la historia: ahora además viene esto motivado no sólo por otro nuevo uso bélico, sino porque ocurre en un país como Ucrania, ya castigado por un gravísimo incidente nuclear.

También, en definitiva, aviones, barcos y vehículos de tierra pueden recibir mal uso para la vida humana si justo se utilizan en la guerra. La mucho mayor magnitud del daño que comparativamente puede sin embargo hacer, y ha hecho, la energía nuclear da lugar a que su mala fama sea fácil de acrecentar a la más mínima; pero cabe muy seriamente plantearse que, un buen uso, como podría ser para alimentar y abaratar el consumo eléctrico, máxime cuando tendría que ser cada vez más todavía la gente en el mundo que se sume al uso de lo telemático, llevaría en cambio a beneficios de enorme magnitud, acordes hasta con el ecologismo.

Igual que siempre que se plantea lo de que algo es bueno o malo según el uso que se le dé, en el caso de la energía nuclear no se trata, en esencia como mínimo, de algo diferente. El buen uso que, con la debida seguridad y los pertinentes controles, se le diese podría conducir muy probablemente a una era de la información aún mejor que la que hemos vivido hasta este momento; su mal uso, ya lo puedes apreciar por el riesgo que el actual drama bélico provocado por Rusia entraña, es capaz de devastar el planeta.

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La triste norma histórica

Parecía que, en comparación a probablemente la mayoría de, si no todos, los importantes cambios de etapa histórica, el de la modernidad a la posmodernidad entrañaba auténticas posibilidades de desarrollarse de manera apenas calamitosa, sin perjuicio de que, no obstante y lamentablemente, en el mundo no dejaría de haber, por pocos que fueren, conflictos bélicos y demás tragedias habidas y por haber. El horror que la guerra en Ucrania supone ha venido a devolver a la senda de la triste norma histórica este cambio.

Si alguna vez habrá un profundo cambio de ciclo histórico en la humanidad sin que tenga que venir protagonizado por acontecimientos tan sumamente dramáticos como los que tenemos la desgracia de estar viviendo es algo que queda ya para la próxima ocasión en la que otro cambio tal venga a producirse, dentro seguramente de otras muchas generaciones. Es una verdadera pena que, ante tanto positivo potencial que con Internet y los valores posmodernos puede ser aplicable de manera global como nunca antes había sido posible, tengamos que estar abocados a que la historia recuerde esta cambiante etapa como otra de tantas en que el ser humano ha tenido que caer en desgracia.

Ha vuelto a demostrarse, desde la más amarga de las perspectivas, aquello de que el hombre tropieza con la misma piedra. El, ya en otros episodios no tan lejanos de la historia, dividido y autodestructivo primer mundo está reflejando en Ucrania tal tropiezo de nuevo; ojalá que cueste lo menos posible levantarnos, rectificar y no volver a desencadenar un infierno como el que al pueblo ucraniano está injustamente afectando.

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Taiwán y México

Lo inquietante que, por si no lo fuese suficiente por sí sola, la guerra de Rusia a Ucrania plantea más allá de incluso cómo y cuándo concluya la misma radica muy particularmente en lo que pueda pasar en otras dos poderosas naciones. Por una parte, nada sorprendente habiendo ocurrido lo de Rusia, está lo que China pueda llevar a cabo con Taiwán; por otra, y ya sería lo más rocambolesco que cabría imaginar, lo que Estados Unidos pudiera hacer estando bajo la presidencia de Trump otra vez.

Pese a la ausencia de cualquier implicación o posicionamiento de China en el horror desatado por Rusia en Ucrania, pocas dudas puede haber de que el gigante comunista debe estar tomando nota de cómo se están desarrollando los acontecimientos para evaluar su más que probable mismo proceder respecto a Taiwán. Rusia no tenía claro cómo iba a ser la reacción occidental, pero si China cometiese asimismo la insensatez de emprender en Taiwán una invasión, sabría encima a qué atenderse, por lo que quizá esté ya preparándose al respecto para mitigar con suficiente antelación el efecto de cualquier sanción como las actuales que en su caso se le aplicase.

Confiemos en que la postura de Trump en cuanto a hacer suya la actitud de Putin y aplicarla a México no corresponda sino a una irrealidad manifestada de manera tan condenable como desafortunada por la excentricidad propia de alguien que tiene más de showman que de político, pero cabe que la ciudadanía estadounidense lo tenga muy en consideración si, llegado el momento, Trump es de nuevo candidato a la presidencia. Una más en el corto y medio plazo, otra más en el largo, Taiwán y México puede que tristemente sean próximos puntos de grave fractura al estilo del que Ucrania lo está siendo ahora.

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Occidente en la encrucijada

Formalmente, la guerra que tan inconscientemente ha desatado Rusia contra Ucrania es un conflicto bélico del tipo más convencional entre países, como tantas otras o similares contiendas bélicas que tristemente se libran o se han librado en el mundo. No hay que olvidarlo, por descontado: todavía a estas alturas de la historia, la sinrazón del ser humano que le lleva a luchar a muerte con sus propios semejantes es manifiesta, sin que el actual caso ucraniano suponga, pues, una única excepción a la deseable paz mundial.

Tampoco una eventual perspectiva eurocéntrica es necesariamente lo que hace de por sí esta cruel batalla más destacable o denunciable que otras; pero no hay que dejar de lado que, guste más o menos, y justo porque se emprende por parte de una determinada nación como es Rusia, supuestamente del primer mundo y que, en cualquier caso, es además una potencia nuclear, esta guerra pone el orbe en serio riesgo a diferencia de cualquier otra guerra librada hasta hoy. Que Rusia no recurra al armamento nuclear si Ucrania se mantiene formalmente como su único rival o si a ésta como mucho se le suma militarmente otra nación u otras naciones que asimismo no fuesen nucleares ni de la OTAN, seguramente es bastante probable; que Ucrania resista y, más aún, venza sin, en cambio, la acción directa de la OTAN, y las potenciales implicaciones nucleares que ello alberga, no lo es.

Se encuentra, por lo tanto, Occidente en la encrucijada que tal vez sea la de mayor trascendencia para que, si estamos como en verdad parece que estamos abriendo la etapa histórica de la posmodernidad, ésta no tenga que ser recordada por haber nacido de un tan dramático como global episodio de caos nuclear. Mientras, bien es cierto que lo deseable sería que, por sí sola, la política de sanciones contra el régimen de Putin consiguiese ahogar la capacidad rusa para continuar con esta locura un solo segundo más.

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La dimensión mundial de las guerras

Que surgiese, cuando menos, la posibilidad de percibir la invasión rusa de Ucrania como una guerra mundial era más que comprensible y no ha faltado prueba de una percepción tal a tenor de lo que en redes sociales ha proliferado. Se trata, sin duda, de un conflicto civilizacional y están implicadas varias naciones en uno y otro lado, pero ¿es en verdad esto una guerra mundial?

Tenemos que evidentemente definir qué caracterizó a la I y II Guerra Mundial para, según entendamos de ahí lo que la dimensión mundial de las guerras representa, esclarecer si estamos ante otra guerra igual. Basta con que tomemos tan sólo la implicación de lo que propiamente son ejércitos de varios países tanto en un bando como en otro para, de momento, determinar que no estamos en la III Guerra Mundial, aunque sí que casi se va tomando esa forma. Hasta ahora y en estos términos, continúa siendo un puro enfrentamiento entre Rusia y Ucrania; no hay oficialmente nadie más involucrado, salvo al parecer Bielorrusia en el bando ruso y desde hace escaso tiempo. El apoyo propiamente de defensa que esté recibiendo Ucrania, se limita al suministro material pero no hay ningún ejército como tal de otro país a su lado.

De alcanzar este conflicto dimensiones mundiales bajo el mismo esquema que las guerras mundiales anteriores, y en particular si esto deriva en que intervenga la OTAN, entonces es cuando esta contienda bélica sería, además de civilizacional como ya lo es, un choque de civilizaciones en su pleno sentido, no sólo un conflicto de línea de fractura. Desde ese punto al choque nuclear, si Rusia mantiene su postura para no dudar en usar este tipo de armamento, lamentablemente habrá muy poco.

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