En la era de la complejidad

La presente no es, por lo menos según cómo la consideremos, la única etapa civilizacional que ha existido. Asimismo, implicando como implica tal presente etapa que estemos en la era de la complejidad, ya ha habido en la historia otras eras calificables de complejas; y la simplificación, igual que la propia complejidad, ha sido unas veces resolutiva, pero otras ha llevado al conflicto.

El inmediatamente previo marco de bloques propio de la Guerra Fría demuestra a toda luz ser, en términos de simplicidad y complejidad, definible propiamente como un marco más bien simple: el mundo entero dividido prácticamente en sólo dos modelos, capitalismo y comunismo, que, siendo en ellos la política y la economía preeminentes, lo condicionan todo. A penas es concebible un mundo más simple de lo que en esencia era ése.

Cuando tal marco se disolvió, una aparente indiscutible victoria y consiguiente hegemonía del primer mundo y de su modelo capitalista hizo parecer que todo devenía más simple aún. La historia nos está demostrando que, en cambio, el marco de civilizaciones que eclosiona tras la Guerra Fría y, de hecho, tras la Edad Moderna implica una era, una nueva era si preferimos así denominarla, de complejidad; el reto es ahora hacer de ella no una era conflictiva como por el momento está siendo, sino una era resolutiva.

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Brasil

Ideológicamente, el mundo posmoderno se presenta como una realidad compleja que, no obstante, gracias a Internet puede vehicularse en pro de la debida convivencia pacífica global. Es cuestión de poner ideologías y tecnología al servicio de un equilibrio de respetuosas y recíprocas interactividades entre civilizaciones.

La nueva reconfiguración del orden mundial será compleja, pero la complejidad no está necesariamente ligada al caos; al contrario, ideologías demasiado simples pueden conducir más precipitadamente al conflicto y ahí es donde la política, preeminente hasta ahora en la configuración del orden mundial, suele caer no en pocas ocasiones. Si, por su parte, lo cultural se aprovecha al máximo, sus perspectivas acostumbran a proporcionar valores con los que manejar provechosamente la complejidad.

Valgan las actuales elecciones decisivas en Brasil entre Bolsonaro y Lula para poner precisamente énfasis en cómo puede que estos comicios sirvan, en mayor o menor medida, de ejemplo para lo descrito. En caso de que el resultado no mitigue el inestable escenario que vive el país sudamericano, sería muy seguramente achacable a que el simplismo ha predominado en el discurso de una y otra postura.

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Ideologías civilizacionales

A partir de los nuevos valores posmodernos con los que cabe orientar el actual cambio de etapa histórica y consolidar tal etapa en sí, que es civilizacional, resulta esperable que cristalicen ideologías civilizacionales que den sentido a la reconfiguración del orden mundial que se atisba. El respeto a la propia civilización y a la de los demás es lo que estas ideologías tienen que contemplar.

Lo que sería calificable como ideología civilizacional desde una perspectiva autoritarista, esto es fuertemente unidireccional, queda claro a dónde nos lleva: a los conflictos abiertos de línea de fractura, entre otros. Las ideologías civilizacionales han de responder a una interactividad unidireccional en el sentido de amar y proteger la propia civilización y a una interactividad bidireccional que haga compatible esto con el respeto y la reciprocidad en cuanto a las otras civilizaciones.

Hoy tenemos a nuestro pleno alcance siendo, de hecho, de uso común la tecnología que nos facilita cultivar amor y protección por los propios valores civilizacionales junto al respeto y reciprocidad en cuanto a los valores de las otras. Esa tecnología es Internet y, a su vez y dentro de ella, la blogosfera especialmente; usémoslas, así pues, del mejor modo posible en pro de un mundo civilizacional de concordia y prosperidad.

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Nuevos valores para la era posmoderna

Con la preeminencia que lo cultural, social y educacional debieran cobrar en los tiempos que han de ir dejando atrás una última etapa de la modernidad en la que parece haber primado el puro interés político y económico en la escena internacional, tendrían que fortalecerse formas de interactividad más bidireccionales entre civilizaciones. Los conflictos de línea de fractura, entonces, se evitarían y mitigarían mejor.

Hacen falta, pues, nuevos valores para la era posmoderna que va tomando forma a pesar de fenómenos que tienden a forzar a lo contrario, como es en definitiva propio de cualquier etapa de profundo cambio en la historia. Fijándonos en la escena mundial hoy, un fenómeno contrario tal estamos tristemente observándolo en Rusia y su régimen autoritarista, lo cual ha llevado, por otra parte, a desatar un conflicto propio ya de la posmodernidad al tratarse de uno de línea de fractura.

Se solucione como se solucione, la guerra en Ucrania servirá muy posiblemente, de principio a fin, como precedente de cómo van a seguir siendo los principales conflictos futuros. Los nuevos valores para la era posmoderna deben contribuir a que seamos capaces de encontrarles unas soluciones definitivas antes que se llegue al conflicto abierto y a que, llegado el caso, se solventen con celeridad y la paz regrese.

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Actitud global

Las nuevas relaciones diplomáticas debieran ser reflejo de una actitud global que tienda a concebir como primordiales la bidireccionalidad y reciprocidad entre las civilizaciones y, dentro de éstas, las distintas culturas y sociedades. Se trataría, así pues, de una actitud global en pro de una verdadera globalización diferente de la que busca el habitual puro interés político unidireccional.

De tal bidireccionalidad y reciprocidad tendría que, al mismo tiempo, ser precisamente reflejo cada vez más el conjunto de las culturas y sociedades para que la diversidad cultural sea fuente de enriquecimiento en ideas y valores entre los pueblos, no motivo de miedo y ataque al otro. La globalización acometida a partir de una actitud en esa línea podrá devenir una globalización más próspera y pacífica.

La reconfiguración del orden mundial que el paso de los bloques a las civilizaciones conlleva supondrá un marco de prosperidad y paz si tanto desde las esferas diplomáticas como desde las de la ciudadanía se pone mayor énfasis en lo bueno que las culturas pueden aportarse unas a otras. Considerar al otro, al diferente, un peligro no hace sino sacar lo peor de la condición humana.

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Un Estado nación y un Estado red

La política es, junto a la economía, un ámbito que, sin perder su inherente importancia, debiera dejar sus intereses al margen para que la globalización pueda ser capitaneada por principios más sociales, culturales y educacionales. De hecho, el propio tránsito de un marco bloque a un marco civilización entraña un cambio de modelo en lo que al Estado moderno se refiere.

Ya que ese tránsito marca el paso de la modernidad a la posmodernidad, no podía ser, en efecto, de otro modo: en política, el Estado moderno deja paso al Estado posmoderno. Pero, ¿cómo es el Estado posmoderno? La teoría de la comunicación puede darnos alguna noción al respecto. Si, al mismo tiempo que Internet, globalización y fin de la Guerra Fría, se da asimismo un paso decisivo hacia la sociedad red, es el Estado red lo que mejor definiría el nuevo modelo político.

En el tránsito entre un Estado nación y un Estado red, propios respectivamente de la modernidad y de la posmodernidad, cristaliza lo que se ha dado a conocer como la era de la información. Si la política global se reforma de manera apropiada en tal sentido, las relaciones diplomáticas podrán ser más capaces de prever y evitar conflictos tan graves como, especialmente, los de línea de fractura.

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Un marco bloque y un marco civilización

El tránsito de un panorama internacional de bloques a uno de civilizaciones representó un profundo cambio de marcos contextuales a nivel mundial. Internet, globalización y fin de la Guerra Fría son elementos especialmente a destacar respecto a lo que ese tránsito entre un marco bloque y un marco civilización significó.

Nos interesa particularmente Internet por lo que respecto al ámbito de la blogosfera representa una mayor afinidad. La red de redes estaba llamada a devenir la infraestructura por la que las civilizaciones podían verter sus bagajes para el acceso y conocimiento a escala global, circunstancia de la que lamentablemente no parece que se haya sacado el mejor provecho aún hoy.

La globalización supondrían respecto a Internet un fenómeno a desarrollarse simultáneamente a partir de prácticamente el mismo instante. La Guerra Fría, aun con sus reminiscencias evidentes hasta nuestros días, debía suponer un fenómeno a dejar atrás por completo.

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La ejemplaridad de Occidente

Justo por ser el supuesto ejemplo a seguir, parece que a menudo Occidente genera más fobias que filias. El carácter efectivo, o supuesto, de ejemplar no contribuye sistemáticamente, por lo complejo y a veces absurdo de lo que es el ser humano, a que se ponga la debida atención al efectivo o supuesto sujeto ejemplar del que se trate.

Si bien, pues, en lo que a posmodernidad se refiere, la ejemplaridad de Occidente debiera ser notable y notoria, puede que por lo menos a algunos marcos civilizaciones como, en especial, sería al que Rusia pertenece sigan, pese a todo, mostrando hacia lo occidental un asimismo notable y notorio antagonismo. Claro está, sin embargo, que, como civilización, Occidente no se halla, por descontado, exenta de graves errores cometidos, en el pasado y en el presente.

Los errores cometidos por Occidente, de los que no habría que evitar a su vez tratarlos en profundidad, yacen con absoluta probabilidad en cualquier antagonismo a esta civilización. Aunque cierta justificación a ese antagonismo sería comprensible, no puede tolerarse que por ello los autoritarismos como el actual de Rusia impongan sus perversas ideas.

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Reformulando Moscú

Por muy a largo plazo que sólo probablemente haya posibilidad de que Occidente y Rusia comiencen una etapa en la que sean verdaderamente englobables por igual bajo el primermundismo, merece esto emprenderse lo más pronto posible. Hace falta, para ello, que Rusia acometa su profunda reforma política cuanto antes.

Únicamente reformando la política rusa en su conjunto y, muy específicamente, reformulando Moscú como capital gubernamental en pro de una concienciación aperturista a partir de la que Rusia pueda entenderse con Occidente y el resto del mundo, los lazos civilizacionales entre la nación rusa y el resto de marcos culturales y civilizacionales estarán en disposición de restablecerse y potenciarse. Sería, por lo menos, de las mejores versiones de un mundo posmoderno que podríamos alcanzar.

La posmodernidad no está siendo sencilla de configurarse incluso en civilizaciones que, como la occidental, están mejor posicionadas para consolidarla. Entonces, en un caso como el de Rusia, que se ha anclado en incluso un pasado más remoto que el que ya supondría la modernidad, el camino va a presentar con toda probabilidad mucha mayor complicación.

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La Europa posmoderna

El continente europeo está encarando su posmodernidad con el conflicto bélico de Ucrania, que no supone sino prácticamente un choque de civilizaciones y no es, por ende, la mejor de las posiciones para encaminarse a tal nueva etapa. Además, el clima de inestabilidad política en varios de los principales países europeos es notoria.

Sin embargo, y no deja de ser ante tal panorama un cierto mérito, la unidad que a nivel europeo se mantiene gracias a sus instituciones supranacionales junto a la coordinación que el bloque occidental al completo pone en práctica hace que Ucrania logre sus incesantes avances contraofensivos. Mantener esta línea a la vez que se consiguiese una mayor estabilidad política en todo el conjunto de países europeos potenciaría, seguro, la aproximación al final de la guerra con la definitiva victoria ucraniana.

Con esta definitiva victoria, la Europa posmoderna podría terminar de configurarse convenientemente mucho antes y servir, así, como pertinente ejemplo al que muy particularmente Rusia tendría que procurar asemejarse. A partir de ahí, la reconstrucción de lazos civilizacionales entre Occidente y Rusia sería una realidad mucho más próxima.

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El giro que a Rusia le interesa aparentar

Desde que se emprendiese como una supuesta guerra relámpago bajo el eufemismo de operación especial hasta que se llegase a la movilización parcial, la oligarquía rusa seguro que incluso entre los suyos tiene cada vez más dificultades para seguir convencida y seguir convenciendo de su posible victoria. Así pues, el giro que a Rusia le interesa aparentar sería el de que Ucrania es ahora el invasor.

A ese giro interesado es a lo que puede explicarse que responden tanto los referéndums ilegales de anexión, como la propia formalización supuesta de las anexiones y la ahora decretada ley marcial. El Kremlin continúa, pues, en su propia realidad alternativa creyendo que tal vez la comunidad internacional deba darle, y vaya a dárselas, alguna credibilidad y validez al procedimiento por el que pretende que se consideren rusos los territorios ucranianos invadidos.

Máxime cuando poco o nulo apoyo está recibiendo Rusia de sus propios países socios o afines, tendría que surgir de Moscú un atisbo de sensatez entre la locura que a sus dirigentes caracteriza y hacer que tales dirigentes asuman de una vez por todas que esta contienda no tiene sentido. Una renovación política profunda de la nación rusa podría entonces iniciarse cuanto antes para no tardar más a empezar a dejar atrás el actual régimen neoimperialista.

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Las leyes marciales

Rusia decreta su ley marcial en los territorios supuestamente anexionados de Ucrania como si, en efecto, aún considerase que hay que seguir la guerra, cuando si en verdad se los ha anexionado no tendría ya motivos para continuarla. Es, pues, de las de mayor sinsentido que pueda haber entre las leyes marciales que existan o hayan existido.

Desde el Kremlin se prosigue un conflicto bélico en Ucrania que, a todos los efectos, debiera cesar atendiendo a que considera suyos los correspondientes territorios que se suponen anexionados. Claro que si no lo hace es porque, desde su perspectiva del discurso, considerará que Ucrania es ahora el país invasor, y además lo considerará injustamente invasor, como si la propia Rusia no lo hubiese sido en primer lugar.

Una ley marcial como la que Rusia ha decretado en territorios de Ucrania no es, en consecuencia, a la práctica más que papel mojado, si bien puede servir como elemento propagandístico para en uno y otro bando provocar determinadas reacciones. En realidad, la guerra sigue siendo la misma y las estrategias de Moscú, como justo la de la ley marcial, apuntan a ser, ante la propia inoperancia y desesperación rusa, cada vez más imaginativas que propiamente bélicas.

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Navegar a través del ciberespacio posmoderno

Puesto que hubo una Internet preglobal y previa, además y por lo tanto, a la posmodernidad, puede aplicarse la misma condición a las demás expresiones para referirse a ella y a los recursos telemáticos de los que puede identificarse precedentes cuando lo que existía era Arpanet. Y por lo mismo, en oposición, puede aplicarse en cuanto a la condición posmoderna.

La Internet, o el ciberespacio o la red de redes, en la modernidad era de un alto nivel restringido en comparación a lo que, hoy particularmente, se concibe como de acceso público y abierto. En cambio, navegar a través del ciberespacio posmoderno que en la actualidad nos es tan común hasta el punto de haber una generación que no conoce un mundo sin Internet es lo que en buena medida nos define en esencia como miembros del nuevo orden social.

A su vez, la Internet posmoderna ha experimentado dos fases bastante claramente diferenciadas. La primera, como una infraestructura esencialmente teleofimática; la segunda, como una infraestructura que trasciende los típicos dispositivos agrupables bajo el concepto de lo que por lo común se entiende por computadora: se trata de la IoT.

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De una guerra fría a un choque de civilizaciones

Si a lo largo de las últimas décadas se ha configurado un mundo que corría el riesgo del choque civilizacional, habría sido de esperar mayor previsión ante conflictos de línea de fractura. Para ello, en pro de una buena interactividad entre culturas y civilizaciones, tendría que haberse incidido menos en el puro interés político y económico.

La humanidad ha ido, a lo largo de los últimos decenios, de una guerra fría a un choque de civilizaciones como a la práctica es, casi si no por completo, el que representa la guerra en Ucrania. Ahora es momento para, a la vez que poner fin a este cruel conflicto, que los lazos culturales y, por extensión, civilizacionales vislumbren su momento de restablecerse y reforzarse mientras los ámbitos político y económico se repiensan.

Que las dimensiones cultural, social y educacional tomen su merecido mayor protagonismo en el panorama global no exime a lo político y económico de sus debidas relevancias. Las dimensiones política y económica tienen que repensarse a fondo para precisamente desempeñar, en adelante, sus funciones mucho mejor.

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Una concienciación aperturista

Tratándose la Guerra Fría de un conflicto eminentemente político y económico, no es de extrañar que la etapa que la sucediera adquiriese, aunque fuese por simple inercia, los mismos tintes. Sin embargo, el carácter civilizacional del mundo que entonces se configuraba habría hecho recomendable que la globalización comenzase por lo cultural, social y educacional.

La globalización parece como mínimo haber promovido unas dinámicas y unas tendencias que contribuyen a una concienciación aperturista en cuanto a la disposición a comunicarse y entenderse con los demás no sólo entre los de la propia cultura, sino también respecto a los de las otras del mundo. Claro que, al haberse orientado desde particularmente lo económico y político, ha respondido bastante al puro interés del que hoy cabe lamentarse al darnos cuenta del engaño al que el régimen ruso ha jugado en los últimos decenios aprovechándose de ese interés mismo.

El aperturismo de conciencia cultural al que habría que aspirar debiera reforzar o reconstruir, aunque tenga que ser en el muy largo plazo, el entendimiento hasta entre las culturas y civilizaciones más enfrentadas. De lo contrario, el conflicto cultural y el choque de civilizaciones va a devenir la calamitosa tónica de los próximos tiempos.

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La Internet preglobal

A la vez que cabe encaminarse a la WoT, WoB, IoT e IoB, que por definición serían globales y posmodernas, merece repasarse lo que fue la Internet preglobal que, en efecto, también existió. Hubo una Internet que, fundamentalmente bajo la denominación de Arpanet, ya se desarrolló durante décadas hasta sus plenas generalización y popularización mundiales.

No en pocas ocasiones puede parecer que la idea más extendida sobre Internet es que prácticamente surgió súbita y repentinamente, como si hubiese sido el inmediato producto resultante de una época que ya de por sí se caracterizaba por la innovación tecnológica en general y la de la informática en particular. Si bien puede ser comprensible y aceptable hasta cierto punto esa idea, Arpanet se forjó, en cambio, a lo largo de décadas, aún durante la modernidad y, si no del todo, sí en buena medida durante la plena Guerra Fría, pero a espaldas del gran público.

Tenía cierto sentido que, desarrollándose esencialmente por y para círculos de defensa y académicos, no accediera precisamente el gran público aún a tal infraestructura en aquel entonces. Que Arpanet pasase a ser Internet supuso, en ese sentido, tal disrupción que puede considerarse que marca el paso de la modernidad a la posmodernidad.

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Hacia globalizar las culturas

El quid de la globalización radica en que empiece a ser más cultural, pero desprovista de cualquier orientación darwinista que impela una cultura o unas culturas a que hagan, o tiendan a hacer, desaparecer a otras. En eso, y aplicando por otra parte una clara determinación más política y económica, parece haber fallado la globalización hasta ahora.

Debiera, pues, la globalización ir más, en definitiva, hacia globalizar las culturas que en todo el mundo existen, para lo cual no hay más que, por lo menos de entrada, volcarlas y dinamizarlas más y mejor en Internet y particularmente en la blogosfera. La mayor perspectiva política y económica, a la vez que de voluntad hegemónica primermundista tras la Guerra Fría, conllevó considerar precipitadamente Rusia como una potencia fiable que lejos se le suponía estar de pretender invadir territorio ucraniano.

Sin un respeto y una reciprocidad entre las culturas del mundo, difícilmente la paz y la concordia prevalecerán sobre los conflictos tan propios de esta era como son los de carácter civilizacional. Bloguear apropiadamente tanto en macro como en microblogosfera es un buen primer paso para cualquiera en cuanto a mejorar la convivencia entre las culturas y entre las civilizaciones.

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WoB global posmoderna

La WoB es la noción por la que bien puede encajarse la Web, en su sentido más amplio, con el mundo civilizacional que justo a su mismo tiempo, el de la Web, eclosionó. Ese mismo tiempo no fue otro sino el posterior a la Guerra Fría, el del nacimiento, por lo tanto, de la globalización y la posmodernidad.

Así pues, la Web sin ser calificable todavía como WoT ni como WoB, apareció siendo ya global y posmoderna. Lo que ahora cabe concebir, yendo como conviene que vaya la Web hacia los conceptos de WoT y de WoB, sería esa WoB global posmoderna que propiamente enmarque y denote el ajuste de la WoB a los valores civilizaciones que están llamados a definir el mundo de los próximos tiempos.

Una vez que esto goce de una mayor concienciación, el uso de la Web y, por ende, de la blogosfera supondrá un mejor y profundo aprovechamiento de estos ámbitos telemáticos en pro de las mejores virtudes de cada civilización, así como en pro del diálogo entre las mismas. Sin duda, un porvenir que será prometedor de aprovecharlo debidamente.

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Interactuando civilizacionalmente

Sólo interactuando civilizacionalmente va a poder tomarse conciencia de lo que en verdad conlleva el mundo civilizacional. ¿Y cómo se hace esto? Ante todo, la importancia recae en el respeto al otro, entendiendo el de otra cultura o civilización, y desde ahí la bidireccionalidad y reciprocidad van a manifestarse prácticamente por sí mismas.

A estas alturas, a la Edad Moderna no se le puede pretender destinar esfuerzos a concebirla desde una apropiada perspectiva civilizacional porque su marco ha sido, en buena medida, otro y no precisamente de los más pacíficos de la historia. Sin embargo, a la posmodernidad, que justo está en sus inicios y se presenta como una etapa eminentemente civilizacional, sí estamos a tiempo de encauzarla convenientemente para que primen las conductas dialogantes.

Otras etapas históricas podrían quizá calificarse, salvando las distancias con el presente, de civilizacionales y bien sabido es de los innumerables conflictos que los humanos de todos los lugares del planeta han librado con sus prójimos, máxime cuando mayores diferencias culturales hubiese. Hagamos, pues, todo lo posible para que esta nueva era civilizacional se desmarque llegando a ser muy considerablemente pacífica.

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La cultura en la configuración del nuevo orden mundial

De los diálogos intercivilizacionales a acometer para dar convenientemente el paso de modernidad a posmodernidad, representa el intercultural uno en el que se merece poner atención atendiendo a que es un concepto bastante desarrollado ya. Supone, además, y seguramente por ello mismo, una noción, la de la cultura, que muy fácilmente se asocia a la de civilización.

Lejos de dar continuidad a una pugna cultural propia de etapas pasadas de la historia, la cultura en la configuración del nuevo orden mundial ha de partir, por ese mismo concepto de diálogo intercultural, desde una interactividad notablemente bidireccional por la que la reciprocidad sea apreciable por unas y otras civilizaciones. Condenar las culturas, y por extensión las civilizaciones, a la ausencia de diálogo con las demás y a un supuesto estado permanente de amenaza sólo conduce a erróneas ideas de supuesta perfección.

Con tales ideas de perfección a preservar ante la supuesta amenaza, se tiende a erigir ideologías muy poco dignas como son los autoritarismos. Y en este punto están, tristemente, ciertas culturas actuales, incluso algunas a las que se les presuponía una plena condición propia del primermundismo.

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Posmodernizarse

Así como tan habituados estamos a la idea de modernizarse, recorrer la senda hacia la globalidad y, por ello, dar el paso de la modernidad a la posmodernidad ha de ser motivo para que el concepto de posmodernizarse devenga también habitual. Por lo menos, habitual como concepto o idea en sí.

Cabe abordar a escala global los diálogos intercultural, intersocial, intereducacional, intereconómico e interpolítico para que el mundo civilizacional mitigue y prevenga sus conflictos en general y los que le son especialmente característicos en particular, los de línea de fractura. Tales diálogos intercivilizacionales van a permitir una mejor conjunción de las civilizaciones, máxime si se dejan conducir por ideologías cuya esencia contemple el progreso como base.

Si el conjunto de civilizaciones avanza hacia unas formas dialogantes y bidireccionales para entenderse unas con otras, lo peor de lo que todavía ha pervivido hasta la modernidad va a poder quedar atrás y podrá quedar lo mejor de esa etapa histórica como legado para seguir marcando la posmodernidad. El hecho de posmodernizar no tiene que implicar una pérdida total de rasgos civilizacionales definitorios; al contrario, tiene que implicar un fortalecimiento de los mejores de tales rasgos.

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No tanta jerarquía, sí más red

La senda hacia la globalidad a la que la globalización debe conducir tendría que implicar tendencias de no tanta jerarquía, sí más red, para que la posmodernidad alcance su pleno sentido. Quedarían, así, diferenciadas una etapa moderna, en la que lamentablemente los autoritarismos no han dejado de conservar notable presencia, y una posmoderna, en la que debieran quedar sólo en el recuerdo.

Pese a todo el progreso que ha conllevado, la Edad Moderna ha sido marco histórico para autoritarismos de los peores que se han instaurado a lo largo de la humanidad. Con el inicio de la globalización a la vez que de lo que ya puede considerarse posmodernidad, un primermundismo que tras la Guerra Fría decidió incluir a Rusia hacía parecer que la sociedad red y el conjunto de preceptos de la era de la información se mundializarían siendo este país uno de los potenciales referentes.

Sin embargo, Rusia ha demostrado seguir anclada en una trasnochada nostalgia por las jerarquías autoritaristas que se creen legitimadas a invadir territorios que erróneamente consideran suyos. Así, sólo logran desatar conflictos como los de línea de fractura, y otros similares, a los que la perspectiva de concepto red supondría mejores opciones de mitigación y prevención.

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Democracia posmoderna

Los diálogos intercultural, intersocial, intereducacional, intereconómico e interpolítico podrían agruparse bajo la denominación de diálogos intercivilizacionales. Es lo que institucional e individualmente tendría que guiar la mitigación y prevención de fracturas y choques civilizacionales.

Seguro que a partir de un diálogo intercivilizacional en todas sus vertientes y a escala verdaderamente global se fomentarán más y mejores ideologías dignas, que pongan, pues, su foco en el progreso. Atrás, a modo de esos pasados supuestamente perfectos que pretenden preservar, han de ir quedando de esta manera los autoritarismos para jamás volver a reinstaurarse.

Un mundo civilizacional como es el propio de la posmodernidad que va cobrando forma tendría que, en ese sentido, ir hacia un marco de democracia posmoderna ampliamente generalizada en el mundo entero. Lo político, entonces, igual que lo económico, tiene que pasar en general a un plano más discreto, que no irrelevante, para reformularse y mejorar mientras lo social, educacional y cultural cobra protagonismo.

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¿Qué es un diálogo intersocial o intereducacional?

La perspectiva civilizacional para encaminar una globalización de fase social, educacional y cultural va a requerir unas estrategias como el diálogo intercultural tanto en esos planos de la globalización como en los, también de la globalización y hasta ahora predominantes, económico y político. A partir de ahí, la globalidad que en última instancia tendría que producirse irá definiéndose mejor.

Parece ser bastante conocido el concepto de diálogo intercultural, pero ¿qué es un diálogo intersocial o intereducacional? Para empezar, una forma de interactividad primordialmente bidireccional; además de esto, se llevarían a cabo no, o no tanto, entre agentes del ámbito cultural, sino respectivamente entre agentes sociales o educativos. Esto que parece tan obvio, cabe exponerlo tal cual para añadir que aquí los agentes sociales, educacionales o culturales pueden y deben ser desde institucionales hasta individuales.

¿Y qué es, por su parte y aunque en términos generales debieran comparativamente primar algo menos, un diálogo intereconómico o interpolítico? También una forma de interacción bidireccional entre agentes institucionales o individuales de marcos económicos y políticos diferentes, donde en el ámbito político podría considerarse en buena medida la diplomacia el equivalente al diálogo intercultural en el ámbito precisamente de la cultura.

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Nueva fase de la globalización

En pro de un orden mundial en el que prevalezca la paz y la concordia, conviene que como nueva fase de la globalización se termine de configurar una de mayor calado social, educacional y cultural. La globalización primordialmente económica y política que hasta ahora se ha desarrollado no ha evitado llevarnos al borde del choque de civilizaciones y sus terribles consecuencias.

Con una globalización que no parece haber cuidado demasiado lo que no respondiera fundamentalmente a criterios de interés económico y político, se ha creído contar con Rusia como un socio fiable a incluir de lleno en el primer mundo pese a los graves indicios que desde su política interna se apreciaban en cuanto a su más que cuestionable tipo de régimen. Desde una mayor perspectiva civilizacional, con énfasis en la sociedad, la educación y la cultura, resulta esperable otra deriva.

No tiene que llevarse la perspectiva civilizacional hacia sólo buscar afinidades entre civilizaciones ya parecidas. El quid en este enfoque está asimismo en la conciliación y reconciliación de marcos civilizacionales diferentes y hasta enfrentados.

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Lo telemático en la preservación de las culturas

Si el problema que los autoritarismos tienen es que aquella cultura que supuestamente preservan está, también supuestamente, amenazada, sólo hace falta que se fijen en el despliegue de la tecnología telemática y el potencial de preservación que alberga. Con ello, los temores de los autoritarismos pierden su sentido por completo.

Habiendo a nuestro fácil y ubicuo alcance una infraestructura como la red de redes, el bagaje cultural de cualquier rincón del planeta puede almacenarse sin complicaciones en la nube. Al ser una tecnología multimedia, varios son además los formatos comunicacionales en los que las manifestaciones culturales pueden conservarse de modo permanente, seguro y accesible.

Tenemos que reconocerle su merecida alta valía a lo telemático en la preservación de las culturas porque, de lo contrario, estaremos desperdiciando un enorme potencial que ninguna tecnología previa ha proporcionado. Igual o casi igual que, con su línea autoritarista, Rusia desperdicia las posibilidades que tendría de ser un referente en el panorama internacional.

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Una convivencia global pacífica

De haber una transformación civilizacional a hacer imperiosamente, dando por sentado que sea una transformación para mejorar, ésa es la de Rusia y el conjunto del marco civilizacional especialmente de base cultural y religiosa ortodoxa. Haciéndola, Rusia podría desplegar el verdadero y positivo aporte con el que es capaz de beneficiar al mundo.

Con tal positivo aporte, seguro que Rusia se beneficiaría igualmente en lo que debiera establecerse, en definitiva, como una relación de interactividad bidireccional entre ella y las otras civilizaciones. En comparación a cómo es Rusia ahora, se trataría, pues, de las mayores transformaciones civilizacionales a hacer para que la comunidad internacional se acerque a una convivencia global pacífica en un previsible corto o medio plazo.

En esencia, Rusia tiene que escoger entre la deriva positiva hacia una buena transformación civilizacional o la negativa hacia devenir un ya poco inevitable gran agujero negro civilizacional. ¿Cuál será la deriva que tomará finalmente? Es bastante probable que, sea cual sea, Rusia tenga que transitar en mayor o menor medida tanto por una como por la otra.

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Transformaciones civilizacionales

La configuración de un orden mundial marcado por su eminente carácter civilizacional tiene que aspirar a encontrar cómo prevenir, y por descontando solucionar, entre sus conflictos, los que le son particularmente definitorios: los conflictos de línea de fractura. Hoy, el de Ucrania es el que ha alcanzado cotas de prácticamente choque de civilizaciones.

Prevenir y solucionar esta tipología de conflictos va a requerir que las civilizaciones sigan evolucionando lejos de, tal y como es propio de neoimperialismos, ultrapatriotismos y fundamentalismos, atrincherarse en lo que pueda considerarse unos supuestos valores culturales amenazados. Tienen que producirse transformaciones civilizacionales con la mirada puesta en marcos ideológicos realmente compatibles con la garantía de paz y concordia.

Unas civilizaciones que conformen un orden mundial en el que puedan prevenirse y solucionarse los conflictos de línea de fractura mucho más eficazmente es una realidad posible de alcanzar no en un largo plazo necesariamente. A base de impulsar el diálogo intercultural al máximo, se trata de algo que puede acontecer en un relativamente corto o medio plazo.

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La Ucrania de posguerra

Deseando como hay que desear una transformación de Rusia, no podía ser menos el desear para Ucrania la pronta recuperación tras la tan terrible como injusta guerra que ha tenido que librar. Más que nunca, la cooperación internacional tiene que ser efectiva con el pueblo ucraniano, también cuando finalice el conflicto.

Garantizar el suficiente apoyo a la Ucrania de posguerra ha de ser una realidad que ponga de manifiesto que lo calificable de algoritmo de paz no queda restringido a la propia acción de guerra. Como forma de interactividad bidireccional en la que tal cooperación internacional ha de devenir, el mencionado apoyo tiene que hacer destacar los buenos valores de la civilización occidental.

En el caso de que la esperada transformación de Rusia se aprecie como un hecho con opciones de consolidarse, las relaciones cooperativas y diplomáticas debieran restablecerse asimismo a no mucho tardar. No deja de ser, buena parte de la población rusa, inocente en cuanto a las atrocidades que su perversa clase dirigente ha decidido cometer.

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Rusia en la posmodernidad

La importante posición que en la globalización y la posmodernidad podría tener Rusia quedará, más que probablemente, lejos de que ésta pueda lograrla tras provocar la guerra en Ucrania y haber puesto el mundo entero bajo un consiguiente peligro tan considerable. Era el de la nación rusa un buen potencial que lamentablemente su clase dirigente está desperdiciando.

Del estatus primermundista que Rusia podría ya haber adquirido tras la Guerra Fría y que, en otras circunstancias, habría mantenido hasta hoy, poco o nada va a ser factible que se impulse en un plazo razonable por mayor cambio profundo que en las altas esferas de Moscú se produjese. Lo que suponga Rusia en la posmodernidad apunta a ser, en el mejor de los casos, mucho menos relevante de lo que habría podido resultar.

Mantengamos, no obstante, la esperanza de que Rusia termine cuanto antes la locura de guerra que ha desatado y que a partir de ahí pueda producirse en su seno una transformación hacia un verdadero primermundismo. La configuración de un próspero orden mundial será, entonces, una realidad plena o bastante próxima.

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El Kremlin y sus acólitos

Nadie salvo el Kremlin y sus acólitos puede o debiera poder dar la más mínima legitimidad a las anexiones que de los territorios ucranianos invadidos ha hecho Rusia. La oligarquía rusa y allegados demuestran por enésima vez que están fuera de sí.

Las consultas forzosas de anexión a Rusia en las principales zonas de conflicto en Ucrania no parece que sean sino una necesaria escenificación para atribuirse el Kremlin un tanto a su favor ante el avance de la contraofensiva ucraniana. Máxime cuando ha constatado que la propia población rusa ha optado por protestar o huir tras el anuncio de movilización parcial, al Kremlin sólo le quedaba sacarse de la manga una farsa como la que los referéndums de anexión han supuesto.

Queda claro que antes que retomar la vía diplomática para poner fin a este conflicto que nunca debiera haberse producido, el actual Kremlin sigue dispuesto a cualquier maniobra por ilegítima y burda que sea. Así la oligarquía rusa y sus afines vuelven a poner de manifiesto que ni están por la paz y la concordia, ni conciben un porvenir sin conflictividad y belicismo.

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