Moros y cristianos

Cuando el devenir de la historia hoy, y ya también en el momento en que aconteció el 11S, apunta a un claro cambio de ciclo hacia la posmodernidad por la insostenibilidad de los valores e infraestructuras de lo que ha supuesto la Edad Moderna, todavía el mundo sigue, casi o por completo paradójicamente, inmerso en absurdos y condenables conflictos premodernos como del que el propio 11S es representativo. Lejos de un entendimiento civilizacional, permanecen las fracturas.

Es bien cierto que en su mayor parte las razones que lamentablemente llevan a conflictos como los bélicos y semejantes a menudo, si no siempre, tienen más de puros intereses materiales que en verdad supuestos ideales firmes y nobles, pero esas razones, en por lo menos un considerable número de quienes participan y quienes siguen el desarrollo de tales conflictos, en concreto los conflictos entre Occidente y los fundamentalismos islámicos, no dejan de ir acompañadas de un substrato que nos retrotrae a los tan pretéritos como anticuados y caducos conflictos que de manera un tanto simplista se definirían como entre moros y cristianos al estilo de lo común en etapas premodernas de la historia. Propio, sin embargo, de un punto de inflexión como el que desde las últimas décadas estamos experimentando en el globo es que, mientras lo nuevo emerge, lo antiguo se resiste a sucumbir.

Unas veces, lo nuevo y lo antiguo friccionan; otras acontecen yendo, más bien, en paralelo. El terrible episodio que el 11S supuso responde claramente a una fricción violenta a la vez que triste y absurda como todo lo violento inherentemente es. Habiendo pasado 20 años, urge apreciar que haya atisbos de que desaparezcan similares fricciones civilizacionales para no seguir retrasando la deseable globalidad pacífica.

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