Estando ante una época tan prometedora como puede llegar a ser la posmodernidad, que un país a priori igualmente prometedor como habría sido Rusia esté siendo deliberado causante de la más retrógrada y salvaje barbarie supone un verdadero drama. Ante todo lo es para Ucrania, por descontado, y para la propia Rusia, pero igualmente para el resto del mundo.
Con la guerra que el Kremlin está provocando en Ucrania, nos encontramos ante la lamentable confirmación de que, a consecuencia de una especie de triste norma histórica, la humanidad sigue sin ser demasiado capaz de acometer profundos cambios de ciclo histórico sin infligirse algún daño a sí misma, lo cual en nuestros días se materializa muy particularmente en el terrible conflicto de línea de fractura que el pueblo ucraniano sufre. Un conflicto que, de facto, supone un choque civilizacional.
Nos guste más o menos, cierto es que justo tal clase de conflictos estaban llamados a ser los característicos de la posmodernidad. Sin embargo, que una supuesta nación primermundista haya tenido que ser la que acometa uno de semejantes proporciones y de tal peligrosidad para el conjunto del planeta merece que acerca de cómo se está reconfigurando el orden internacional hagamos una muy seria reflexión.
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