Después de un año de lo que tenía que ser una guerra relámpago y el desgaste que para la propia Rusia supone, queda bastante patente que este conflicto va más allá de lo que ha sido propio de conflictos bélicos del pasado. No se trata, sólo por lo menos, de recursos y territorios; hay un evidente componente civilizacional.
Al identificar la base civilizacional de las guerras posmodernas, estamos abordando lo que es previsible que siga marcando la principal clase de conflictos en el panorama internacional a lo largo de los próximos tiempos. Lo característico que concierne con propiedad al método de la guerra puede que esté siendo, y siga siéndolo, la denominada guerra híbrida, pero en lo que se refiere a las causas detonantes de la guerra parece que los valores culturales van a primar.
Pese a ser, pues, contraproducente para la propia Rusia, con total probabilidad su oligarquía no va a desistir en esta guerra porque la sustenta en la errónea interpretación de los valores civilizacionales que defiende y a los cuales no aparenta querer renunciar por nada ni por nadie. He aquí, pues, la razón por la que se presenta sumamente complicado atisbar en qué momento puede llegar el término de la atroz locura que ha emprendido Moscú contra Ucrania.
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