Así como hoy las tendencias comunicacionales que trascienden la típica experiencia de pantalla van bastante decididamente hacia lo inmersivo, parece que en por lo menos cierto momento hubo intención de que fuesen justo en dirección opuesta. Con ello nos referimos a los hologramas.
Tratándose de trascender la experiencia de pantalla existe, en efecto, la doble posibilidad de propiciar la sensación de que sea el usuario quien se mete en el contenido que se reproduce, o bien, propiciar la sensación de que sea, en cambio, el contenido el que salga del dispositivo para cobrar forma aparentemente corpórea en el mundo real. En el primer caso, estamos ante la experiencia inmersiva; en el segundo, y si bien con cierta similitud respecto a la realidad aumentada, ante la experiencia holográfica.
¿Los hologramas serían, entonces, definibles como un tipo de virtualidad posmoderna? Si, a diferencia de lo que parece ser su actual posición, terminan desarrollándose y generando el suficiente interés como para equipararse a las experiencias inmersivas, probablemente sí; de lo contrario, quedarían, en esencia, circunscritos a la modernidad como un interesante intento de nueva virtualidad que pretendía, en cuanto a la experiencia de pantalla, ser una alternativa o un complemento.
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