En este mundo ya configurado, en buena medida por lo menos, bajo parámetros civilizacionales y, de ahí, con conflictos de línea de fractura como el de Ucrania siendo el reto clave a solucionar en pro de la paz, hay festividades como las navideñas que, al parecer, logran trascender marcos civilizacionales para ser más o menos asumidas como propias en todos o casi todos ellos. Hay otras no eminentemente occidentales que, a su vez, justo penetran en Occidente como festividades que parecen afianzarse.
La infraestructura en red que Internet supone nos facilita el conocimiento intercultural e intercivilizacional como nunca antes había podido darse a niveles de tanta inmediatez al tiempo que a escala global. Si bien la convivencia intercultural e intercivilizacional, pues, no es en sí nueva ni exclusivamente propia de nuestra época, tenemos a nuestra disposición los mejores medios técnicos para acceder a las distintas culturas y civilizaciones desde los propios contenidos elaborados, totalmente o en gran parte, por sus integrantes.
Claro que los propios integrantes y ciertos intermediarios no son, a veces, quienes muestran la mejor versión de determinada cultura o civilización. Ahí deben intervenir, por un lado, los integrantes e intermediarios que ejerzan de contrapeso con sus contenidos multimedia y, por otro, un público al que, con el amplio acceso a la información y al conocimiento que hoy existe, se le presupone un sólido sentido crítico.
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