Si, además de en lo propiamente comunicacional, en algo está suponiendo de máxima relevancia evaluar cómo las sociedades van a tener que enfocar la globalidad a la que se encamina la historia es en la salud de las personas. Habiendo habido graves enfermedades ya transmitidas de unas sociedades a otras en los desplazamientos de épocas incluso premodernas, lo acontecido con la COVID recuerda que hoy no se está al margen de aquello.
La extrema celeridad con la que por Internet y en concreto la blogosfera circula la información por el planeta tendría que haber contribuido a que, lejos de la ya primera expansión rapidísima del coronavirus y el actual revés de Ómicron, hubiésemos previsto y coordinado globalmente una estrategia sanitaria que tal vez hubiese cortado de raíz el problema o, por lo menos, seguramente lo habría contenido mucho más. Partiendo de la opacidad que sigue envolviendo el origen del virus, hasta la subsiguiente descoordinación puesta de manifiesto en cuanto a políticas de urgencia comunes entre países, hemos desaprovechado el potencial que las presentes tecnologías de la comunicación tienen.
Igual que en circunstancias puramente bélicas, también en una como la verdaderamente catastrófica que supone la COVID, la información es poder. Aunque Ómicron parece apuntar a una clara tendencia a la debilidad del patógeno, para futuras ocasiones crear un pertinente volumen de información amplia y fiable que tan fácilmente puede telemáticamente compartirse mejor desde el principio en situaciones parecidas justo a gestionar a Ómicron o la COVID en general es tarea a abordar desde ahora mismo.
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