Bien cierto es que otras especies han desarrollado asimismo sus lenguajes, pero no más allá de lo que parece que podamos definir como códigos muy rudimentarios e intransmisibles por las propias especies dejando tales códigos grabados de algún modo sobre cierto soporte duradero. El caso de los humanos y el virtualismo que nos es tan propio resulta, pues, muy distinto.
A lo largo de los tiempos, los humanos hemos ido siendo capaces de dejar cada vez mayor cantidad de ideas, pensamientos o recuerdos plasmados con técnicas y soportes que garantizan la suficiente durabilidad para que otros en un futuro lo relean o reinterpreten y reproduzcan o amplíen el conocimiento. Y esto no sólo en cuanto a cuestiones estrictamente circundantes, también en cuanto a lo evocado, simbólico o abstracto y que constituye el concepto más amplio del virtualismo y de cada clase específica de virtualidad.
La más reciente forma que cobra esta evolución en nuestros tiempos de posmodernidad es la del multimedia, tanto en el consumo de contenidos por vía de experiencia introspectiva, como por la de vía envolvente o por la de vía inmersiva. Si sabemos valorar debidamente todo lo positivo que nos aporta esto, estaremos en condición de configurar un buen porvenir en cuanto a información y conocimiento.
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