Si al igual que con el factor empático para lo propiamente vinculado a la condición de público, se tuviese que encontrar una denominación clara y pertinente para la clase de pensamiento que por oposición a la pura algoritmia define al pensamiento creativo humano se podría hallar con toda probabilidad el mejor punto de partida en la idea de laberinto. Lo laberíntico, no siendo calificable de caótico, tampoco es identificable del todo con la rigidez que, si bien puede causar cierta ilusión de aleatoriedad, emana de lo algorítmico.
La concepción del tiempo en función de estratos coyunturales nos parece que se acopla bastante bien, y a cualquier nivel, precisamente a la idea de montaña. Subir a la cumbre es aplicable en tanto que símil a la simple coyuntura más próxima y personal pero también a la más alejada y de dimensiones históricas; y en toda esta superposición es identificable el fenómeno red en el que mediante el ciberespacio en general y la blogosfera en particular estamos inmersos. Un mundo en el que lo algorítmico, lo puramente mecánico y pragmático, lo englobe todo haría que a la cúspide de lo que sea, cúspide sin prácticamente diferencia respecto a la base, tuviésemos que procurar llegar por la vía de la línea recta, pues parece siempre de entrada lo más lógico escoger la distancia más corta entre dos puntos, ¿qué razón, salvo en todo caso la de esquivar eventuales obstáculos físicos, podría más o menos por sí mismo un robot encontrar para llegar a cierto lugar por otra vía que no sea la de la línea recta? Los seres humanos, algunos por lo menos y, según queremos creer, muchos, pese a tener de único objetivo llegar a la cúspide no escogen necesariamente la línea recta como mejor alternativa, pues puede haber elementos circundantes, contextuales, que les llamen la atención más allá de un puro pragmatismo o, de cualquier modo, de lo que surja a partir de lo que tengan prefijado en una base de datos de la que vayan sacando promedios y demás resultados de carácter esencialmente cuantitativo. El ser humano puede querer y necesitar, de entrada pareciendo quizá que muy irracionalmente, dar rodeos, deambular, incluso perderse y dejar de vislumbrar la cúspide que por objetivo tiene; y pese a todo esto, salir del propio laberinto que a sí mismo se ha creado más enriquecido como ser y con más y mejores aportes que hacer a la sociedad en comparación al robot que hubiese procurado, como no podría resultar de otro modo, mantener la senda rectilínea.
En tanto que humano necesitas, o a lo menos te conviene, cultivar por descontado el pensamiento pragmático que, no obstante, va siendo más capaz de automatizarse y de autogenerarse por el propio avance de la robótica, pero ahondar en tu pensamiento no tan algorítmico es lo que te hará marcar la diferencia si mantienes una vocación creativa. No están reñidos lógica rectilínea y pensamiento laberíntico más que para quien esté convencido del incongruente sustitutivismo robótico y que en este sentido apoye que la primera debe ser, además de base, lo que condicione hasta toda la cúspide de la montaña que la humanidad está escalando en la actualidad.
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