Cualquier estilo tiene su, cuando menos, base recurrente de partida porque debe construirse a partir de algún código establecido y luego, según tal estilo cobre forma, será a su vez recurrente o, en su caso y dependiendo del extremo al que se oriente, caótico o repetitivo. Es, al adquirir la estilística un extremo repetitivo, cuando la recurrencia se transforma en monotonía y pierde, de hecho, su condición de estilística.
Puesto que la repetitividad formal hace que, incluso empleando elementos de códigos más o menos establecidos, no podamos prácticamente apreciar estilo identificable alguno, el desorden comunicacional formal se aleja todavía más de lo que un mensaje inteligible y un estilo son. Al fin y al cabo, de la repetitividad de elementos formales puede que a lo menos intuyamos que, pese a no comprenderlo, hay en efecto un mensaje de intencionalidad inteligible y hasta densa, profunda, compleja. Con un supuesto mensaje formalmente caótico, estaremos entrando del todo en el ámbito de lo descifrable y, por ende, se tratará de un mensaje al que, por la razón que sea, se le ha querido dotar de dificultad para ser conocido.
Al igual que la repetitividad puede estar justificada cuando la emplees a conciencia para crear cierto efecto comunicativo, lo caótico puede asimismo ser justificable si pretendes plantear un mensaje que tenga que ser descifrado. Más allá de que tal vez vayas a abordar una labor científica de desciframiento, valerte de lo descifrable como recurso para, en tu blog u otro soporte similar o afín, hacer entretenimiento puede ser un buen recurso especialmente en piezas literarias o también a modo de juego de pasatiempo.
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