Habiendo pasado de operación especial a movilización parcial, a lo que se le suma las absurdas consultas de anexión a las que se obliga a acudir a la población ucraniana que queda en las zonas de especial conflicto, el Kremlin demuestra que, si lo que al fin y al cabo por guerra híbrida cabía entender es una guerra del sinsentido absoluto, desde luego su actual guerra lo es. Y lo es en todos los aspectos.
De por sí, cualquier guerra entraña, o debería entrañar para cualquier mentalidad mínimamente coherente propia del siglo XXI, el mayor de los sinsentidos que pueda atribuirse a la condición humana. La guerra que Rusia ha emprendido irracionalmente contra Ucrania, sin perjuicio de que en efecto es catalogable como conflicto de línea de fractura, es incluso peor que el mayor de los sinsentidos, mostrando tanto en motivaciones como en estrategia una constante absurdidad que, por el hecho de provenir de un tan peligroso régimen, ha derivado en una condenable e injusta masacre contra Ucrania y un grave desafío para la comunidad internacional.
La que tenía que ser una guerra relámpago se le ha complicado mucho más de la cuenta, su propia población protesta en sus calles o huye a otros países, en los territorios a ocupar se pretende que unos referéndums bajo coacción avalen algún tipo de carácter democrático a la invasión, y pese a todo ello Rusia parece creer que mantiene alguna legitimación, que en realidad nunca tuvo, para acometer sus atrocidades en Ucrania. Ante esto, si quedaba alguna duda, no queda ya ninguna de que al Kremlin lo dirige una oligarquía paranoica que está fuera de control.
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