Hay personalidades que, al margen de que agraden o desagraden, merecen ser reconocidas como notablemente destacables en la historia hasta por quienes menos afinidades puedan sentir hacia ellas. Una de tales personalidades es la reina británica Isabel II.
En plena era hipertecnológica como la actual, de multimedia, weblogs, IoT, IoB y demás conceptos similares, puede parecer anacrónico que el mundo esté en vilo por la salud y vida de una anciana que ostenta el trono del Reino Unido. Pero estamos también en la era civilizacional, y para Occidente los regímenes monárquicos como la monarquía británica y otras realezas son, guste más o guste menos, parte indisoluble de su historia como civilización hasta el mismísimo presente.
Por descontado, la reina Isabel II destaca especialmente dentro de la ya de por sí importancia histórica de las monarquías. No podía ser de otra forma teniendo en cuenta el largo tiempo de su reinado, cuyos altibajos no han impedido que la soberana británica desprenda simpatías incluso allende sus fronteras.
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