Unas ideas y unos valores que puedan emanar de las civilizaciones en pro de una globalización que llegue a buen puerto han de tomar el diálogo intercultural como base y, de ahí, el diálogo intercivilizacional. Sin embargo, la completa ausencia de diplomacia en favor de la pura vía bélica en la que Rusia lamentablemente ha caído lo dificulta.
Por un lado, aunque el nuevo recrudecimiento del discurso ruso es otra indudable muestra de que siguen sin salirle a Moscú los planes como esperaba y ello es bueno en sí, resulta que, por otro lado, la probable deriva aún más irracional por la que el Kremlin, y Putin en particular, puede optar se presenta como una triste e imprevisible realidad cercana. Rusia no se enfrenta ya, no obstante, sólo a Occidente, sino que los países que pudieran serle afines y hasta la misma población rusa parecen empezar a ser claros discrepantes respecto al Kremlin y a su condenable y absurda guerra contra Ucrania.
Lejos de que cualquier país extranjero esté pretendiendo atacar directamente suelo ruso, es el propio Kremlin el que desde su irracionalidad está haciendo que vaya Rusia contra ella misma al provocar cada vez más voces discordantes entre quienes todavía pudieran apoyarla o simplemente no contrariarla. Desde luego, continuar en su irracionalidad está resultándole a Rusia una aceleración hasta devenir ese gran agujero negro civilizacional en el que difícilmente podrá evitar convertirse.
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