Hasta antes de lo digital por lo menos, la actualización hacia adelante ha sido la natural en la escritura, la escritura por supuesto propia del tramo que, dentro de la larga época analógica, la imprenta condicionó. No podía ser de otro modo por las características mismas de la tecnología impresa: una vez impreso y difundido, no hay modo de que la imprenta incida directamente sobre cada ejemplar de los repartidos a un gran público.
Que una pieza comunicativa la actualicemos actuando sobre esa misma, y única, pieza realizada y resultando la actualización en cuestión apreciable de inmediato por un público relevante, masivo aunque lo sea mínimamente, ha sido propio de lo analógico pero muy en particular en la escultura, la arquitectura o la pintura. Esta actualización en efecto hacia atrás no podía experimentarse sobre texto más que en texto de inscripciones, texto por tanto que por defecto no suele devenir mucho más que complementario a precisamente lo escultórico, arquitectónico o pictórico. La determinante aportación de la imprenta, sin duda respondiendo a un contexto en el que lo escrito demandaba devenir un lenguaje mucho más difundible y expandible, radicó en que, si bien sin capacidad para actualizarse hacia atrás, el texto escrito superase en cuanto a capacidad de llegar a grandes públicos las citadas formas de expresión.
Pero a lo que interesaba que el texto escrito superase muy en concreto, era a las capacidades de la comunicación oral, tipo de comunicación por su parte indisolublemente hermanada a justo lo escrito y asimismo sólo actualizable, en lo analógico, hacia adelante en comunicación a público amplio. En plena época cibernáutica, la blogosfera llegó para cambiarlo todo y, en este sentido y por extensión, para eso llegaron también el conjunto de herramientas telemáticas.
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