Unos dispositivos informáticos tan portables como los que actualmente se utilizan en multitud de operaciones dentro y fuera de la teleofimática son la muestra de que el espacio fijo de oficina o de tareas en el hogar estaba destinado a diluirse para que, a partir de la misma esencia de Internet, fuese factible realizar ubicuamente casi cualquier acción digital. Es ésta una comodidad que da forma a la IoT, por lo menos en buena parte.
La teleofimática hecha más practicable por los dispositivos móviles inteligentes de los que hoy disponemos representa la esencia de la transformación que se vislumbra en el devenir próximo y que ya es en gran medida una realidad: un cambio revolucionario que da sentido a la tan habitualmente mencionada revolución digital en la que estamos inmersos. De la revolución digital es esperable que, si no el culminante, uno de sus puntos decisivos resulte el de la conformación de la Internet de las cosas, la IoT. Es éste el modo en que con toda probabilidad convenga que, además, justo bajo la etiqueta de IoT, superemos definitivamente la ya trasnochada denominación de nuevas tecnologías.
Para que puedas en verdad considerar que hay una revolución digital, ésta debe ser concebida en base a Internet en general y la IoT en particular, en la línea de lo que puede establecerse que supuso la teleofimática en su momento. Si lo digital se hubiese quedado en lo no telemático y no hubiese habido, por ende, más que ofimática y no teleofimática, hubiese lo digital experimentado en cualquier caso un papel decisivo en la historia de la comunicación, pero lejos del que tiene en la actualidad.
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