Si bien para el pensamiento lógico del que emana aquello más bien impersonal o técnico cobra relevancia la observación, se requiere de como mínimo cierta imaginación también a fin de, haciendo las pertinentes suposiciones, empezar a dar forma a aquello que de la observación pueda o no derivarse. Igual que, de hecho, en lo personal o artístico, poco suele dar de sí la imaginación sin la observación, tiene la pura observación que dotarse de lo que imaginar aporta.
Aquello que de lo observacional emana de eminente carácter impersonal o técnico se encuentra ante una época muy propicia, lejos asimismo de que el avance tecnológico, en particular en lo que concierne a tecnología artificial y automatización, tenga que derivar en que el ser humano abandone su capacidad de pensar. Bien es cierto, no obstante, que si en algún ámbito la IA, lo automático y, en general, toda la robótica van a favorecer que devenga prescindible la intervención humana va a ser en lo observacional y no tanto en lo más personal o artístico por sus eminentes índoles imaginativas. Mientras lo observacional es más procesable algorítmicamente, lo imaginativo es más laberíntico y tiende a escapar, pues, de lo estrictamente lógico.
El intelecto humano tiene todavía mucho recorrido ante sí tanto en su vertiente observacional como imaginativa. Cierto es que en la primera los robots van a poder sustituir multitud de funciones, lo cual, sin embargo, hará que tal intelecto quede liberado para desarrollar otros interesantes campos por descubrir; y pese a su esencia más escurridiza respecto a lo algorítmico, también parece que lo artístico va a poder resultar en gran medida reemplazable mediante robots, aunque en efecto la laberíntica imaginación queda fuera del alcance de todo algoritmo.
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