Las civilizaciones que establezcan relaciones colaboracionistas podrán con más facilidad fortalecerse mutua y recíprocamente, por lo que bajo esa circunstancia temer que una diluyese a la otra no tendría el mínimo sentido. Tales relaciones significan la puesta en práctica de una bidireccionalidad interactiva.
Entre Occidente y Rusia parecía haberse establecido, al caer la URSS, esa interactividad bidireccional intercivilizacional a partir de la que, de haberse efectivamente materializado, ni siquiera habría cabido imaginar que una invasión de Ucrania como la que Rusia ha decidido emprender se produjese. El Kremlin, sin embargo, ha optado por acabar trasladando al plano internacional sus ya típicas y perversas prácticas autoritaristas en los asuntos internos rusos.
Tras la Guerra Fría, la aparente configuración de un primer mundo en el que Rusia quedaba incluida invitaba a pensar que, en efecto, entre este país y Occidente el colaboracionismo intercivilizacional tenía opciones de prosperar. Al haber demostrado el Kremlin y la oligarquía que lo dirige una completa falta de empatía con su propia ciudadanía y con el resto del mundo, la interactividad bidireccional que tan beneficiosa habría sido para ese primer mundo queda lejos de ser una realidad.
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