Las experiencias inmersivas, aunque también las holográficas, suponen una virtualidad eminentemente digital, si bien con su mínimo indispensable de hardware o parte analógica. Además, la inmersividad aparenta no sólo evocar algo fuera del entorno circundante inmediato, sino crear un entorno circundante por completo o alterar el existente.
Por más real o realista que fuese una experiencia comunicacional, hasta ahora había, con carácter general por lo menos, tanto una distancia física como una percepción sensorial y unas técnicas que, combinando todo ello, no dejan de garantizar, por lo menos bastante, cómo la persona receptora puede diferenciar su propio ser y espacio de todo aquello que el mensaje que recibe pretende trasladarle. En la actualidad, lo hipervirtualizado o lo que puede generarse, con hasta tanto realismo, a través de experiencias inmersivas cambia estos parámetros.
Si un perjuicio que parece no destacarse lo suficiente puede acarrear el mal uso y el abuso de experiencias hipervirtualizadas e hiperrealistas de carácter inmersivo, ése sería el del posible deterioro de la capacidad creativa, no sólo el de la actividad física o movilidad. Lo que la habilidad para la abstracción y el raciocinio ha comportado a la humanidad para su extraordinario avance como especie yace precisamente en lo creativo.
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