Desde sus respectivos orígenes, empezando por supuesto por el del teléfono y luego el del ordenador, ambas clases de aparatos parecen haber ido experimentando entre sí una más o menos cierta alternancia en lo que a etapas hacia la generalización de la portabilidad se refiere. Ésta sería la secuencia cronológica identificable: teléfono fijo, ordenador de sobremesa, teléfono móvil, ordenador portátil y, junto con el concepto de la tableta, teléfono móvil inteligente.
La tríada tecnológica que teléfono móvil inteligente, ordenador portátil y tableta conforman concebidos todavía, por lo menos terminológicamente, en tanto que dispositivos diferenciados, representa al fin y al cabo un mismo dispositivo que según la finalidad ergonómica para la que lo precisemos será más móvil portátil o portátil móvil, un teléfono al que con la conectividad pertinente usemos como ordenador mediante un adecuado teclado físico anexo o un ordenador por el que usando o no, y de hecho más bien poniéndole o quitándole, un teclado usemos de teléfono, sea para llamadas convencionales o videollamadas. A la práctica, por la creciente asimilación de capacidades del ordenador por parte del móvil, ambos y la tableta son el mismo dispositivo con diferentes tamaños en función de los cuales podemos, y más aún, debemos adaptar nuestros continuos cambios de necesidades ergonómicas según a lo largo de nuestra rutina vayamos desarrollando nuestra constante presencia en la blogosfera y, en general, nuestra presencia virtual internáutica, además de otras tareas informáticas no necesariamente con finalidades de vehicularse hacia el ciberespacio.
Es, en perspectiva histórica, tan reciente la indistinción formal y funcional que han adquirido teléfono y ordenador en comparación a toda la trayectoria en la que yendo hacia la portabilidad se han ido alternando sus evoluciones, que seguramente todavía las respectivas denominaciones sigan manteniéndose por lo menos cierto tiempo. Que no te extrañe, sin embargo, que en algún momento y probablemente más pronto que tarde pudiera acabar popularizándose una sola denominación común, la cual, para no optar por una u otra de las clásicas y aprovechando el término más nuevo de la referida tríada, bien resultaría factible que fuese la de tableta.
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