Por más que la economía, sobre todo la capitalista, en su fijación por maximizar la producción y aumentar el público consumidor, no suela querer prestar demasiada atención a la cuestión medioambiental, no le queda otra que al final, tal y como de manera menos o más consciente hizo tres décadas atrás, aceptar los límites de la explotación del planeta. De ahí que la plena informatización telemática, con el ahorro que permite, resultara la vía de escape que en efecto, por lo menos de entrada, resultó.
No es casual que entre los movimientos sociales contemporáneos el ecologismo haya sido de los más remarcables. Éste no ha sido sino reflejo de una importantísima toma de conciencia social respecto a una nada agradable realidad a la que la economía conducía irremediablemente de no reformularse de un modo contundente. Más allá de la curiosidad que de por sí se desprende de que términos como economía y ecología, tan formalmente similares por lo menos en varios idiomas, representen realidades tan opuestas pero que finalmente parecen tener que acabar entendiéndose, lo cierto es que una economía que no contemple la ecología no es que sea ya imposible por una cuestión de que sin más una perspectiva, la económica, haya querido ceder ante la otra, la ecológica, o sea por lo que sería una cuestión de pura voluntad bienintencionada, sino que es imposible porque la economía, por más que quiera seguir creciendo, está desde hace por lo menos tres décadas en un punto en el cual el propio planeta no da más de sí desde un tipo de economía del todo analógica.
¿Hasta dónde permitirán las capacidades de la economía digital explotar el planeta? Probablemente, si se consigue un, según cómo se gestione, más que factible equilibrio en el aprovechamiento de los recursos y que no ha sido posible con la economía analógica, hasta puedas llegar a contemplar una realidad en que deje de haber sentido alguno en plantearse límites en esto, pues un equilibrio bien conseguido evita respecto a exceder límite alguno tener la necesidad.
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