Lo que una infraestructura como Internet es está tan lejos de cualquier clase de realidad más o menos orwelliana que justo uno de sus mayores rasgos diferenciales, y desde luego uno de sus méritos, es que no es propiedad de nadie. Aún tiene más mérito cuando algo de tanta importancia pero que carece de propiedad y cuya construcción es de esencia tan colaborativa ha surgido de un mundo en el que el capitalismo, del que tan definitoria es la propiedad privada, ha sido el sistema económico dominante.
Ante cualquier duda que pudiese quedar, si Internet ya aleja de por sí al propio capitalismo de que, si es que llegase a plantearse siquiera, se emprenda la formación de un mundo orwelliano, todavía supondría un mayor alejamiento desde unos principios de base comunista. El colaborativismo que Internet requiere trasciende ambas concepciones que tan concretas y específicas, cada una a su modo, son en cuanto a la propiedad. Desde una pura y simple perspectiva de la sostenibilidad, una infraestructura global, como lo es Internet, es inviable, además de ya de por sí indeseable, desde una única entidad propietaria, sea pública, sea privada: requeriría tal única entidad una cantidad tan descomunal de recursos a concentrar en su poder que, aun siendo en particular respecto a libertad de expresión esa entidad supuestamente más tolerante y abierta que orwelliana, no podría dejarse a la economía ningún margen de circulación ni desarrollo que no fuese el propio mantenimiento de la infraestructura, todo lo cual no tiene ningún sentido. Que pese a la que en verdad puede considerarse una renuncia acertada del capitalismo a un importante aspecto de la idea de propiedad, haya precisamente prosperado Internet permite intuir en el marco del capitalismo un punto de inflexión muy claro, contribuyendo a dar de entrada por hecho que en efecto Internet se construye con ciertas intenciones buenas y no para consagrar un dominio elitista global al que de hecho, e independientemente de que en sí es ya malvado y reprobable, no tendría siquiera sentido plantearse incluso por quien más malvado y reprobable fuese intentar darle forma.
Si respecto a una infraestructura que ni a nadie pertenece, ni por nadie es controlable y en la que no hay prácticamente ninguna obligación de adentrarse en modo alguno, se ha volcado tanto ni más ni menos que un sistema económico tan basado en la propiedad privada y que sin tal infraestructura estaba ya en principio tan consolidado, puedes tener por seguro que un fenómeno transformador está por lo menos latente. Hasta qué punto el capitalismo sigue o no transformándose será curioso de observar.
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