La guerra que Rusia ha decidido tan inconscientemente emprender contra Ucrania retrasa a la propia Rusia y, por extensión, a su marco civilizacional en lo que a su camino hacia la posmodernidad, o fenómeno equivalente, respecta. La respuesta de Occidente, en cambio, bien puede que resulte para el propio Occidente una aceleración de ese mismo camino a transitar.
Rusia se está sometiendo a conciencia a una involución tan grave como impropia de lo que supuestamente tendría que ser una nación del primer mundo. Por más victoria que en su caso llegue a lograr en este sinsentido bélico, la nación rusa va irremediablemente hacia un aislamiento que, de no producirse un verdadero cambio profundo de la actual oligarquía a un régimen más igualitarista, conllevará muy probablemente, cuando menos, un estancamiento civilizacional de difícil remontada.
Es una involución a conciencia, por lo tanto, a lo que contra todo lo que las instituciones de un país debieran hacer está el Kremlin dirigiendo a Rusia. La lástima de esto es también que tenga que suponer asimismo el forzoso arrastre de Ucrania a la involución en términos de bienestar social y económico.
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