En contraposición al impulso algorítmico, hasta en la elaboración de cualquier proyecto o de la actividad metodizada que sea, el ser humano no puede evitar estar sujeto también a un impulso laberíntico que condiciona nuestro raciocinio. Profundicemos igualmente en tal asunto.
Con la limitación a un pensamiento laberíntico, la humanidad no deja de asemejarse mucho al resto de especies, que, por lo que parece, sólo o casi sólo se guían por acciones instintivas e impulsivas. Por lo común, el ser humano civilizado logra canalizar el impulso laberíntico a través del algorítmico, desarrollando así las ciencias, las artes y el conocimiento en general.
Redes neuronales y supercomputadoras carecen, por más que progrese la IA, de impulso laberíntico que no sea simulado. Si bien, pues, en lo más algorítmico estas tecnologías pueden superar con creces las mejores capacidades humanas, en lo más laberíntico pueden fácilmente desembocar en errores de parametrización.
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