Por mucho que cualquiera se haya acabando perfeccionando en la clase de contenidos comunicativos que sea, la perfección total no sólo no sea, con toda probabilidad, alcanzable por lo menos fácilmente, sino que seguramente no es siquiera deseable alcanzarla. La plena perfección de algo implica dar ese algo por concluido, sin más trayectoria que recorrer, lo cual supone un riesgo por la propia dinámica evolutiva de los contextos en su más elevada dimensión.
Si bien todo lo relacionado con Internet en general y la blogosfera en particular nos puede maravillar respecto a lo que la tecnología nos proporciona a fechas actuales, recurrir a principios que han perdurado a lo largo de varios contextos pasados, lo cual implica que tales principios se han más o menos estandarizado, nos puede ser útil; y en este sentido, el principio del ensayo y error nos parece que es uno muy bueno en base al que concebir nuestra particular senda hacia aquello respecto a lo cual al final nos hayamos acabando perfeccionando. Se nos dé mejor o peor lo que sea, nos conviene asumir que en una mínima medida siempre estaremos sometidos a tener que proceder a base de ensayo y error. Lo importante no es tanto cometer errores sino la forma en la que los afrontemos, algo que por poco que sea, todo público acabará de un modo u otro por percibir en nosotros según se interesen por lo que publiquemos. Puesto que en los ciclos de madurez de quien sea y de lo que sea, hay que evitar caer en una introspección y en una autoinspiración demasiado cerradas como para que aíslen de lo que convenga captar para reinventarse, el ensayo y error no sólo es aplicable a blogueros, u otra clase de emprendedores, que estén en sus ciclos potenciales e incipientes. Lo que tal vez sí cambie, y no necesariamente en favor de los veteranos, es el mayor grado de responsabilidad que uno asume, o debe asumir, a medida que progresa hacia ciclos de madurez; no obstante, quien esté en sus comienzos y por eso mismo se despreocupe por las consecuencias de sus errores, no estará sino prolongando su llegada precisamente a la veteranía.
Mientras te vayas perfeccionando en todo aquello que hagas, sin la obsesión por conseguir una perfección absoluta, lo que transmitas a tu público, o a tus públicos, tendrá con toda probabilidad un mínimo grado de aceptación y comprensión. Al fin y al cabo, la perfección total quizá no sea más que, a lo sumo, una combinación de pequeñas perfecciones puntuales que no dejarán de serlo debido a que se las considere así en función de su contexto específico, pero que a la que cambie el contexto cambiará también la consideración de esas perfecciones como tales.
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