Hacer encajar la originalidad entre las referencias que supongan apoyos y la experiencia propia que suponga el aporte particular es el reto que todo pretendido buen planteamiento debe asumir para enfrentar bien un debate o una simple exposición. Sin originalidad, sólo se logra en el mejor de los casos confirmar aquello que en su momento las referencias planteasen.
El desconcierto de a quien expongamos nuestra postura de debate es lo que en la elaboración de la originalidad debemos evitar a toda costa, sin perjuicio de buscar un cierto y hasta imprescindible efecto sorpresa bajo la intencionalidad de devenir sorpresa causante de curiosidad, no de ese desconcierto que no hará más que acrecentar nuestras opciones de sufrir rechazo. En lo artístico, y en esta línea lo que en los blogs se correspondería más con blogs personales, es habitual que encontremos la originalidad como un elemento esencial, pero lo que concierne a lo científico, o impersonal, no está, o no debiera estar, exento de una necesaria originalidad, aunque sólo sea en lo formal y si se quiere no tanto en lo que concierne al fondo.
Mientras la evidencia no experimente detrimento, buscar la originalidad en lo científico, precisamente en pro del avance de la ciencia, es legítimo y, de hecho, imprescindible. Cuando la historia está, como sin duda parece que está, dando un gran paso tras el cual poco parece que va a parecerse a la etapa anterior, resultan más acuciantes que nunca nuevas reinterpretaciones científicas y, por ende, aportar dentro de lo riguroso originalidad.
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