Rara es la vez que, a raíz de los asuntos de la automatización y la robotización, no vaya aparejado a éstos el de sus consecuencias económicas, habitualmente concebidas como, cuando menos, nefastas para una amplia mayoría de gente, lo cual a su vez suele engarzar con las perspectivas elitistas. El impulso que de esto se deriva para reclamar una explicación al respecto a también la perspectiva liberadora es ineludible.
Es tan fácil como legítimo exigir a la propuesta liberadora de tareas humanas, en general y robótica en particular, el que especifique de qué modo, según esta propuesta, se conjuga tal liberación con la prosperidad económica para el conjunto de la humanidad en la mayor medida posible. Sin pretender, por la misma imposibilidad de ofrecer fórmulas mágicas, intentar aportar una fórmula de esta clase, está claro, de entrada, que las perspectivas sustitutivistas parten de que no cabe siquiera que contemplemos la prosperidad económica para el mayor número de gente factible. Por eso mismo, una vez más, merece la postura liberadora una mayor atención, aun sin poder aportar fórmula mágica alguna, pero sí por lo menos alguna clase de fórmula.
Las más nefastas de las consecuencias económicas de los avances tecnológicos en cada período histórico han ido, mejor o peor, y quizá cierto es que muy a menudo más peor que mejor, solventándose aun cuando la liberación de tareas que tales avances han conllevado no han representado una mejoría como mínimo inmediata para mucha gente. Seguro, pues, que ahora lo peor que la actual tecnología pueda económicamente representar encuentra su modo de solucionarse.
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