Igual como en economía el capitalismo estaría llamado a por lo menos cambiar sustancialmente, los cambios políticos apuntarían a que los modelos autoritaristas, oligárquicos y demás que vayan en una férrea línea interactivamente unidireccional, elitista al fin y al cabo, como es el de Rusia uno de los peores casos, tendrían que estar ante su inminente disolución en pro de regímenes genuinamente democráticos. Seguro que los países con mejores democracias van a poder seguir contribuyendo mejor a altas cotas de paz y concordia.
La mitigación de las fracturas civilizacionales y, en definitiva, de cualquier clase de conflicto internacional, y asimismo nacional, puede alcanzarse, en gran medida, con una empatía social a partir de la educación. Pero necesita, en buena medida también, de un sistema político empático como de por sí es la democracia y que favorezca, más de lo que justo las democracias ya lo puedan estar haciendo, el diálogo constructivo y mutuamente beneficioso entre, por un lado, instituciones de un mismo país y, por otro, entre los distintos gobiernos nacionales del mundo.
Desde las instituciones internacionales habría que desarrollar especialmente una función vehiculante del sistema empático que la democracia representa y con el que fomentar las buenas prácticas y relaciones en y entre países. Se trataría, de hecho, de hacer hincapié en una de las funciones esenciales que, en principio, a tales instituciones se les puede presuponer.
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