Para un contexto de hiperproducción de información, cultura y conocimiento como el que en particular se ha ido desarrollando a partir del siglo XX, no sólo es por insostenibilidad medioambiental que la tecnología analógica deviene obsolescente. A ello se le suma la necesaria consecución de un mejor método que los puramente o casi puramente manuales, y por ello analógicos, para que con ese mejor método el propio ser humano pueda ejecutar tal hiperproducción.
La transición de la tecnología analógica a la digital redunda, pues, en un asunto ergonómico para que la hiperproducción a la que responde la tendencia hacia lo multimedia sea cómoda y asumible para cualquier individuo, debidamente formado y habituado por supuesto. Los lenguajes visuales tienen analógicamente el inconveniente de que, salvo con la máquina de escribir, obligan a concentrar el esfuerzo en la mano con la que se redacta, dibuja o pinta; los audiovisuales, por su parte, y analógicamente también, derivan en una aparatosa diversidad de artilugios.
Digitalizar la tecnología aporta una doble ventaja crucial. Por una parte, nos facilita para el manejo de cualquier lenguaje visual, y de hecho audiovisual también, el aprovechamiento, particularmente con el teclado, de todos los dedos de las manos, prescindiéndose así del tradicional esfuerzo de trazar con una mano sola; por otra, condensa los formatos y aparatos de producción, y reproducción, tanto visual como audiovisual.
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