A medida que Internet se ha ido popularizando, demuestra ser una tecnología que causa disrupción en el ecosistema de medios por los que la comunicación social moderna se ha vertebrado. Por ello, sin lugar a dudas, es la infraestructura que mejor puede servir para la posmodernidad.
Con tanta capacidad de dar respuesta efectiva y más sostenible a las mismas, y también otras nuevas, necesidades a todos los niveles de la vida humana, la red de redes sobrepasa lo que hasta la última fase de la modernidad, marcada por el marco de bloques y la Guerra Fría, eran capaces de aportar los otros medios hasta entonces, y por lo menos en buena medida hasta ahora todavía, existentes. En esta línea, la comparativamente elevadísima condición multifuncional de Internet hace, a su vez, que con facilidad no siempre abunden precisamente sus mejores usos.
Las buenas prácticas que en la utilización de Internet debieran primar irán logrando mayores cotas según transcurra el tiempo. Esto es, al menos, lo esperable. En cualquier caso, no es extraño que justo una tecnología disruptiva tal requiera su debido tiempo a escala histórica para verdaderamente asentar el buen uso de esa tecnología misma como lo habitual.
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