Las distintas clases de experiencias comunicacionales, fundamentalmente la introspectiva y la envolvente, se han estado dando de una forma u otra, unas veces predominando la primera y otras la segunda, a lo largo de la historia. Ahora, además, a esto se añade el poder hacerse en analógico o digital según convenga.
Puesto que el saber no ocupa lugar y, de ahí, que para que las sociedades progresen haya que procurar seguir produciendo, inteligentemente, conocimiento e información, lo analógico parece haber llegado a un punto en el último estadio de la Edad Moderna en que deviene social y medioambientalmente insostenible, por lo que lo digital resulta de imperativa necesidad. Y, aun así, no es suficiente con lo digital si no es, como ha acabado inevitablemente siendo, también telemático.
Lo digital permite precisamente facilitar otras experiencias comunicacionales, a saber, la inmersiva y la holográfica, más o menos derivadas respectivamente de la introspectiva y la envolvente, y que como mínimo serían mucho más complicadas de llevar a cabo, por lo menos a gran escala, en analógico. Una resituación y reorientación de aquello para lo que cabe continuar recurriendo a lo analógico tiene que acometerse.
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