Las nuevas relaciones diplomáticas debieran ser reflejo de una actitud global que tienda a concebir como primordiales la bidireccionalidad y reciprocidad entre las civilizaciones y, dentro de éstas, las distintas culturas y sociedades. Se trataría, así pues, de una actitud global en pro de una verdadera globalización diferente de la que busca el habitual puro interés político unidireccional.
De tal bidireccionalidad y reciprocidad tendría que, al mismo tiempo, ser precisamente reflejo cada vez más el conjunto de las culturas y sociedades para que la diversidad cultural sea fuente de enriquecimiento en ideas y valores entre los pueblos, no motivo de miedo y ataque al otro. La globalización acometida a partir de una actitud en esa línea podrá devenir una globalización más próspera y pacífica.
La reconfiguración del orden mundial que el paso de los bloques a las civilizaciones conlleva supondrá un marco de prosperidad y paz si tanto desde las esferas diplomáticas como desde las de la ciudadanía se pone mayor énfasis en lo bueno que las culturas pueden aportarse unas a otras. Considerar al otro, al diferente, un peligro no hace sino sacar lo peor de la condición humana.
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