Tratándose la Guerra Fría de un conflicto eminentemente político y económico, no es de extrañar que la etapa que la sucediera adquiriese, aunque fuese por simple inercia, los mismos tintes. Sin embargo, el carácter civilizacional del mundo que entonces se configuraba habría hecho recomendable que la globalización comenzase por lo cultural, social y educacional.
La globalización parece como mínimo haber promovido unas dinámicas y unas tendencias que contribuyen a una concienciación aperturista en cuanto a la disposición a comunicarse y entenderse con los demás no sólo entre los de la propia cultura, sino también respecto a los de las otras del mundo. Claro que, al haberse orientado desde particularmente lo económico y político, ha respondido bastante al puro interés del que hoy cabe lamentarse al darnos cuenta del engaño al que el régimen ruso ha jugado en los últimos decenios aprovechándose de ese interés mismo.
El aperturismo de conciencia cultural al que habría que aspirar debiera reforzar o reconstruir, aunque tenga que ser en el muy largo plazo, el entendimiento hasta entre las culturas y civilizaciones más enfrentadas. De lo contrario, el conflicto cultural y el choque de civilizaciones va a devenir la calamitosa tónica de los próximos tiempos.
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