Posguerra civilizacional

En la medida en que la guerra que Rusia ha acometido contra Ucrania es un conflicto de tipo civilizacional, puede concebirse como civilizacional asimismo la posguerra que la suceda. El primer mundo, tal como creíamos conocerlo, esto es con Rusia supuestamente incluida, va a acusar por lo menos una considerable temporada sin ser así.

Con toda probabilidad, la posguerra que derive de la actual contienda en Ucrania sea la primera que auténticamente quede marcada con notoriedad en las páginas de la historia como posguerra civilizacional ya que sus consecuencias a gran escala para la configuración del orden mundial van a ser determinantes. La Rusia desprendida del primer mundo quedará probablemente como sólo concebible bajo, si no el concepto de tercer mundo, sí una especie de recuperado concepto de segundo mundo.

No podía seguramente una acción tan retrógrada como la de tipo imperialista que a Rusia está guiando para emprender la guerra contra Ucrania sino derivar, aun en el mejor de los casos, en consecuencias retrógradas. Así que, de un modo u otro, Rusia parece abocada a desmarcarse por completo de la configuración del hasta ahora vigente orden mundial, donde se suponía que era una digna o casi digna potencia, para pasar a ser otra cosa que desde luego nada bueno para ella misma ni para el resto del planeta comporta.

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Un posible final cercano de la guerra Rusia-Ucrania

Antes que pretender mostrar demasiado optimismo y mejor, de hecho, lejos que pretenderlo en modo alguno, encuentro recomendable la cautela opinativa ante cualquier signo de flaqueza ruso al no ser precisamente el conflicto entre Rusia y Ucrania sino tristemente uno bélico, a lo cual nunca se debiera haber llegado. Mientras la actual oligarquía rusa siga al frente del Kremlin, puede esperarse prácticamente cualquier cosa de tal abominable forma de gobierno.

Sin embargo, la sola muestra de flaqueza que en su conjunto, pese por supuesto a toda la devastación que ha perpetrado, parece demostrar Rusia con lo que se le está dilatando esta guerra a la vez que está menguando sus objetivos alcanzables cabe entenderla como motivo para la esperanza en que a Rusia no le acabe quedando, más pronto que tarde, otra opción más que como mínimo el abandono de esta locura neoimperialista que ha desatado. Esperemos que la, por una parte, dilatación de la guerra que tanta destrucción comporta derive, por otra, en un posible final cercano de la guerra Rusia-Ucrania no a mucho más tardar dentro de lo que tal a priori indeseada dilatación ha supuesto.

¿Cuándo podría considerarse, no obstante, que un final a esta guerra va a ser pronto? Si se tratase de días o semanas sería, por descontado, pronto aun habiendo sido siempre lo deseable que esta guerra no hubiera existido en absoluto. A tenor de lo que otras guerras han llegado a durar en la historia, sin embargo, incluso algunos meses más para que finalizase representaría un plazo relativamente corto, si bien por ello no dejando de ser deseable que en realidad no dure ni un segundo más esta tragedia.

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La actual ciudadanía joven rusa

Incluso si en Rusia no vuelven las redes sociales occidentales y siendo como justo parece que son las redes sociales una parte esencial de la gran tendencia que Internet supone como infraestructura propia de la posmodernidad, tarde o temprano la actual ciudadanía joven rusa requerirá plataformas de redes sociales como las mencionadas. Lo reclamará seguramente por, sobre todo, ser nuevas generaciones ya nativas digitales.

Rusia, por lo tanto, podrá seguir arrastrando aun con todo el empeño que su oligarquía quiera la inadaptación a la sociedad red y era de la información, pero si la historia consolida lo que apunta a esa clara tendencia que en Occidente es realidad resulta inevitable que las nuevas generaciones rusas dejen definitivamente de identificarse con el actual Kremlin, así como con su proceder dictatorial interno y neoimperialista exterior como se aprecia respecto a Ucrania. Lejos que pretender caer en tópicos, los jóvenes son el futuro, y lo son más que nunca en Rusia; hay que mantener la esperanza en ello y en que sirva para un acercamiento con Occidente de nuevo.

Cabe no olvidar que en la ciudadanía joven rusa en la que hay que creer que contribuirá a cambiar el futuro están los que en su caso hayan salido ya precisamente de Rusia por estar en desacuerdo con el Kremlin a raíz del conflicto desatado contra Ucrania. Tanto desde dentro como desde fuera de Rusia, sus jóvenes de hoy ojalá se vuelquen en que su país, aunque sea a largo plazo, cambie su naturaleza opresora y belicista.

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Cuando desapareció la URSS

Las limitaciones impuestas por el Kremlin al acceso a servicios de Internet, en concreto a redes sociales, son buena muestra de la inadaptación arrastrada por Rusia en cuanto a sociedad red y era de la información. Ya coincidiendo con la eclosión de Internet, eso costó la, por otra parte beneficiosa para el mundo, desaparición de la URSS, y ahora le puede volver a costar caro a Rusia tal inadaptación.

Con ese empeño que la oligarquía rusa en su demencia tiene por llevar a su propio país al conflicto con Ucrania en particular y con el mundo entero en general, no puede sino sentirse verdadera lástima por el buen potencial de una nación como la rusa, que se está desperdiciando cuando, de otra forma, podría ser un referente para su propio entorno civilizacional y para el conjunto del planeta. Lo ha estado desperdiciando durante décadas como cuando desapareció la URSS, y su dinámica bélica actual va a hacer que, en el mejor de los casos, sea muy a largo plazo lo que revertir tal desperdicio requiera.

A la espera de que Rusia, desde su sociedad hasta una nueva clase dirigente rusa, muestre por lo menos un atisbo de cambio de conducta en sus relaciones internas y exteriores, seguirá siendo necesario cualquier nuevo parámetro que contribuya al algoritmo de paz bajo el que la acción de Occidente puede concebirse para lograr la victoria de Ucrania. Que a partir de ese cambio, Rusia pueda realmente ser una nación primermundista será probablemente viable.

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El cambio civilizacional de Rusia

Todo apunta a que Rusia está decidida a mantener su inadaptación a la sociedad red y la era de la información, lo cual ya arrastraba en buena medida desde los antecedentes y la eclosión de Internet. Tiene que ser muy hondo el cambio civilizacional de Rusia para que devenga un país que no sólo procure ser mínimamente cordial con el resto del mundo, sino para que con su propia población sea respetuoso.

Un cambio civilizacional en Rusia no tiene por qué pasar por asimilarse por completo a Occidente; es factible, e incluso más que recomendable, que Rusia mantenga su idiosincrasia cultural, si bien por supuesto cabe que la reoriente porque no es esta deriva neoimperialista que ha emprendido contra Ucrania manera alguna de justificar unos principios a partir de los que comportarse con la propia población civil rusa y con otros países. Con el algoritmo de paz que ojalá permita resolver cuanto antes el conflicto bélico con Ucrania puede lograrse bastante para ese cambio civilizacional, pero completarlo requerirá una perspectiva a largo plazo.

Motivos para la esperanza en cuanto al necesario cambio civilizacional ruso son los propios signos de flaqueza que Rusia va manifestando a lo largo de la contienda contra Ucrania, pues aunque ante la población rusa se pudiese atribuir cierta victoria ha quedado claro, y a toda luz, que precisamente a Rusia no le salen las cosas como pretendía. Esto bien puede derivar en germen para un descontento generalizado de la población rusa que ni la mayor represión del Kremlin sea capaz de mitigar.

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Unos preceptos neoimperialistas

La autocrítica, junto a razón y democracia, se supone que define el mundo occidental y debiera ser con lo que a su vez se defina cualquier primer mundo que pretenda erigirse como tal. Y autocrítica es de lo que Rusia carece por completo cuando, tal y como se aprecia con su invasión en Ucrania, asume unos preceptos neoimperialistas frente al mundo entero.

Se ha ido fraguando durante tanto tiempo este neoimperialismo ruso encabezado por Putin que, aun si Rusia cae como merece caer derrotada por su acometida contra Ucrania, es probable que difícilmente de un día para otro, e incluso contando con la voluntad de cambio de la propia ciudadanía rusa, tal neoimperialismo se desvanezca sin más. Que desde Occidente no se haya advertido lo suficientemente a dónde la represión interna de Putin podía acabar llevando en el plano exterior es motivo de autocrítica precisamente para el mundo occidental.

Mayor autocrítica y previsión de hacia dónde podía derivar la política de Putin a nivel internacional habrían hecho que Europa se hubiese provisto hoy de alternativas a la dependencia energética rusa. Con Europa desligada de esa dependencia, como mínimo a Rusia le costaría mucho más a estas alturas mantener una guerra absurda que ya le está costando más de lo que podía esperarse de una pretendida guerra relámpago.

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Francia y el futuro próximo de Europa

Que hasta el propio primer mundo tal vez diste bastante de lo que en efecto de un primer mundo cabría esperar es un interesante tema a plantearse tanto desde una perspectiva que evalúe el pasado remoto como desde una que trate de atisbar el futuro próximo. La última de tales perspectivas atañe particularmente a lo que en pleno ambiente electoral se está produciendo en Francia.

Debiera un primer mundo distar muchísimo de los planteamientos ultraconservadores que, por otra parte, no de ahora, sino de hace tiempo parecen estar reviviendo con cierta fuerza a lo largo del continente europeo y que en Estados Unidos han tenido su reciente manifestación en el ascenso de Trump a la presidencia del país. Aun con todos los defectos que la política de Macron haya podido acumular en estos años, una Le Pen presidenta de Francia no haría entrever para la misma Francia y el futuro próximo de Europa sino una grave involución que sin duda debiera como mínimo poner en seria alerta tanto a Europa como al conjunto del primer mundo, máxime en el contexto de la guerra que Rusia mantiene contra Ucrania.

Lejos, de hecho, de que un ascenso de la ultraderecha europea atenuara por supuestas afinidades ideológicas con Putin las tensiones con el Kremlin actual, muy probablemente las empeoraría. Al fin y al cabo, Rusia pretende justificar su guerra por una cuestión desnazificadora, por lo que en principio una Europa de ultraderecha vendría a representar para Rusia una Europa claramente nazi y, por ello, una Europa más enemiga.

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Norte primermundista

Si bien el que supuestamente debiera ser el primer mundo puede que, de acuerdo con algunos planteamientos formulados incluso desde tal primer mundo, esté alejado de ser lo que justo de un primer mundo cabría esperar, entendamos por lo menos a nivel convencional que en principio vendría a abarcar el norte planetario fundamentalmente. A esto no dejemos de añadir también, en todos los aspectos afines a lo occidental, a Australia y Nueva Zelanda.

Este primer mundo, ahora sacudido por la atroz guerra que Rusia ha emprendido contra Ucrania, está quedando manifiestamente, a cada día que pasa, más limitado a sólo Occidente. Partiendo de que razón y democracia son lo que cuando menos debiera haber como tendencia en ese primer mundo y si ya la democracia brillaba por su ausencia en Rusia, queda claro por completo que tampoco la razón prevalece en la mentalidad de cualquier integrante de la actual clase dirigente rusa a tenor de cómo su ejército, alejado de cualquier atisbo de profesionalidad y buen hacer, está llevando a cabo en Ucrania un genocidio en toda regla.

Así pues, como norte primermundista ya sólo puede concebirse lo que territorialmente es una parte, en concreto la que tanto geográfica como culturalmente es su parte occidental. Por lo tanto, Occidente junto con Australia y Nueva Zelanda van a quedar como lo que en los próximos tiempos va a seguir representando esa noción de primer mundo a la espera de que algún día Rusia entre aunque sea mínimamente en razón y pueda considerarse, ojalá entonces en serio, una nación primermundista de verdad.

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Guerra híbrida

Tras la barbarie que sigue decidida a llevar adelante Rusia en Ucrania, la fractura civilizacional que esto deja entre la propia Rusia y Occidente va a requerir una regeneración de la clase dirigente del Kremlin para lo que no puede faltar la propia predisposición de la ciudadanía rusa. A partir de eso, cabe plantearse si Rusia regresará al primer mundo, si es que, de hecho, alguna vez ha estado.

La maniobra rusa de desinformación a nivel internacional a la vez que hacia su propia población es por completo impropia de un mundo en el que prima la tendencia a la apertura informativa y comunicacional característica de una sociedad red y una era de la información. Por muy poco a poco que sea, es preciso que la ciudadanía rusa abra sus propios ojos y se niegue a continuar bajo semejante régimen oligárquico que a todas luces pretende imponer desde el máximo grado dictatorial y neoimperialista sus amenazantes y destructivos planes al conjunto del planeta.

Si por guerra híbrida se quiere entender guerra por cuantos medios haga falta por crueles y despiadados que sean y haciendo víctima a cualquiera, sea o no propiamente militar, entonces estamos ante una guerra híbrida en lo que por lo menos a Rusia se refiere. Quedando patente cómo el ejército ruso ha sido capaz de masacrar tan vil e inhumanamente a la población civil ucraniana, la desinformación habría sido, pese a todo, de las más leves entre las calamidades perpetradas por Moscú en esta sinrazón de conflicto.

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Algoritmo bélico ruso

Dentro de lo prácticamente incomprensible que está haciendo Rusia en su delirio invasor contra Ucrania, intentemos entender aunque sea aproximada y sólo tácticamente esto que a costa de los ucranianos está llevando a cabo, y tenemos para ello que asimismo considerar la noción que nos brinda el concepto red. Es, pues, la táctica de Moscú un algoritmo cuyas medidas, a diferencia de las convenientemente prudentes de Occidente, sí conciben la confrontación directa más allá de Ucrania.

Resulta, pues, fruto de todo un delirio el algoritmo bélico ruso que puede entenderse que precisamente guía al bando del Kremlin, pues no parece importarle lo más mínimo desencadenar una III Guerra Mundial, que no sería sino una confrontación atómica y, por lo tanto, de unas magnitudes destructivas que, aunque por supuesto destrozarían también a la propia Rusia, son asumidas desde la más profunda locura por parte de los dirigentes rusos. Cabe esperar que, pese a esto, quede o aflore algún atisbo de cordura entre alguien de los dirigentes en Moscú para que, aun si en todo o en parte no logran sus planes, cualquier ataque nuclear sea descartado.

Un algoritmo como el que a partir del cual puede entenderse la estrategia rusa poco parece exceder lo que se circunscribiría al círculo propiamente político y al oligárquico que concentran el poder en Rusia. Sin embargo, es este algoritmo una muestra de cómo la concentración de poder en ciertas ideologías puede derivar en catástrofes de proporciones impredecibles y, en cualquier caso, gravísimas.

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La UE

Con altibajos desde su fundación, la Unión Europea se halla ahora en otro momento decisivo a raíz de la invasión de Rusia en Ucrania. Siendo como es una organización representativa de una de las partes eminentes, la más eminente desde una perspectiva histórica, de la civilización occidental y estando justo junto a Ucrania y Rusia, deviene la UE un actor clave en este conflicto.

Siendo asimismo un potencial, o incluso ya efectivo, buen ejemplo de lo que, trasladando el informático concepto red a lo político, puede identificarse con la idea de Estado red, desempeña la UE una función decisiva para Ucrania apoyándola por cuantos más cauces pueda en esta contienda contra la Rusia de Putin. Tales cauces no pueden sino vehicularse bajo la concepción del conflicto bélico como guerra red que, a diferencia del obsoleto aunque letal de todos modos proceder ruso, debe consistir en un algoritmo entendido como conjunto de medidas de no confrontación directa con Rusia.

Este conjunto de medidas de no confrontación directa con Rusia se puede entender que se enmarcan en lo que bien se puede convenir en denominar algoritmo de paz. La opción que representa este algoritmo tiene en buena medida su quid en evitar a toda costa la guerra atómica que habría riesgo de desencadenarse a tenor de las delirantes intenciones manifestadas por el propio Putin dentro de su perspectiva neoimperialista.

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La OTAN

La civilización occidental tendría como algo semejante a una estructura propia la OTAN, cuya potencial ampliación territorial subyace notablemente en la motivación de la guerra emprendida por Rusia contra Ucrania. En cambio, es una organización que para ser verdaderamente de todo Occidente cabría que como la propia civilización occidental se concibiese como bastante más allá del sentido territorial estricto del propio Occidente.

Del mismo modo que el primer mundo no se limita, aunque a menudo por simplificar se considere así, con el norte planetario, tampoco Occidente se corresponde culturalmente sólo con Europa y Norteamérica, áreas eminentemente de la OTAN, sino que abarcaría también, de nuevo como en lo referente al primer mundo, particularmente Australia y Nueva Zelanda. Que cada una de las civilizaciones tengan alguna organización propia de tipo civilizacional puede que fuere una interesante proposición, si bien complicada, por ahora al menos, de llevarse a la práctica.

Conllevaría, no obstante, mucho menos problema, como mínimo por lo que a la deriva que ha tomado Rusia respecta, que la OTAN o un organismo similar se configurase entre Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda. La posible adhesión a la OTAN de otros países europeos territorialmente próximos a Rusia queda para el oligárquico Kremlin como algo inadmisible.

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El Kremlin

Parece que desde su reprobable concepción de la propia civilización, el Kremlin se empeña en postularse como una suerte de estructura intercivilizacional como debiera ser la ONU, pero aplicando la idiosincrasia de un régimen oligárquico. De ahí que sin dudar en recurrir a la constante amenaza, Rusia pretende seguir vendiéndose como quien merecidamente protagoniza el relato de la guerra contra Ucrania.

Otra muestra más, en definitiva, de que está obsoleto lo que puede entenderse por el algoritmo de guerra puesto en marcha por Rusia es precisamente el hecho de que intente erigirse en voz y mando descaradamente dictatoriales y neoimperialistas para cualquier parte del mundo que le interese. Así demuestra estar haciéndolo desde luego con la propia Ucrania, además de con particularmente también Finlandia y Suecia.

Si la tendencia hacia razón y democracia es como debiera ser una tendencia intercivilizacional, tarde o temprano la ciudadanía rusa debería de inclinarse todavía más hacia un perfil disidente que, cuando menos, lo refleje en las urnas cuando proceda. Junto a la derrota en el exterior, el algoritmo occidental de paz tiene que completarse con la participación de la propia ciudadanía rusa contra el actual Kremlin oligárquico.

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La ONU

Hay muchas identidades civilizacionales que no quedan claras por completo y que incluso se mezclan en una misma nación sin que por fuerza se tenga que dar una fractura como la que territorialmente es identificable en Ucrania y que ha provocado la sinrazón de la guerra impulsada por Rusia. Las civilizaciones, no obstante, al estar a un nivel contextual muy superior al de los propios países, no tienen unas correspondientes formas o estructuras de gobierno.

Lo más parecido a una estructura intercivilizacional vendría a poder ser la ONU, pero la evidencia en la guerra que Rusia ha emprendido contra el pueblo ucraniano muestra cómo el, en principio, esperable rol determinante de Naciones Unidas en cuanto a poder hacer algo por frenar esta grave confrontación bélica ha sido y está siendo nulo. Debiera tal organismo, del que bien es cierto que resulta más que recomendable su existencia, poder aunar en mayor grado acciones activas y preventivas por la paz a lo largo y ancho de todo el globo.

Cierto que de por sí la ONU queda en esos planos contextuales más alejados de la ciudadanía corriente y esto dificulta que cualquiera le atribuya un motivo de peso para que exista. Sin embargo, poniendo algo de interés al respecto cada país miembro que abogue por la paz, seguro que esta organización podría adquirir un papel clave en fomentar una cultura mundial de la paz y la prevención de conflictos.

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El Moskva, hundido

Un hecho tan significativo como el hundimiento del buque Moskva no puede sino marcar sin duda un punto de inflexión determinante en el desarrollo de la invasión que Rusia trata de acometer sobre Ucrania. A medio camino entre la mejor de las esperanzas por el daño para el ejército ruso y el mayor de los riesgos por si en su desesperación Putin recurre al armamento nuclear, este punto refleja de entrada la confirmación de que el Kremlin está como mínimo en serios aprietos.

Ni el mayor de los esfuerzos que Putin pueda destinar a querer mantener su de por sí frío y recto temple puede negar, ni siquiera disimular, que los malévolos objetivos rusos sobre Ucrania quedan lejos ya de cualquier pretendida operación relámpago con la que se mostrase al mundo una Rusia poderosa e imparable. Sin que desde Ucrania ni todo Occidente tengamos que caer ni mucho menos en un precipitado triunfalismo, el hundimiento del Moskva suma otra seria sospecha de que Rusia dista mucho más de lo que en un principio pudiera parecer en cuanto a unas indudables y ambiciosas opciones de plena victoria.

En última instancia, da bastante igual por qué se haya hundido el Moskva: si por los ucranianos, por algún incidente propio del buque o si hubiese sido por algo parecido al hundimiento del Titanic hace 110 años. Lo que denota el Moskva, hundido por la razón que sea, es que Rusia está flaqueando; y si encima es por un incidente del mismo barco podría significar todavía algo peor para Rusia que si ha sido por el enemigo, pues a todas luces quedaría de manifiesto un fortísimo punto débil militar ruso, de hecho otro más, por propia inoperancia.

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El buen ejemplo que Ucrania representa

Los conflictos de línea de fractura como el que tristemente está azotando ahora a Ucrania se dan, en esencia, porque las fronteras de ciertos países no se corresponden exactamente con los límites de como mínimo dos determinadas civilizaciones. Tal circunstancia hace complejo, y conflictivo, definir a qué civilización o civilizaciones pertenecen esos países.

Igual que la disidencia rusa, la heroica Ucrania que tan admirablemente resistente y combativa se muestra contra Rusia es por lo común, cuando menos, afín a Occidente si no plenamente occidental; sin embargo, como país en su pleno conjunto, a la espera por supuesto de cómo quede finalmente tras la guerra, ¿Ucrania es asimismo por lo menos afín a Occidente?, ¿o lo es toda la nación salvo la parte eminentemente rusófona? Desde luego, la guerra no contribuye seguramente sino a polarizar posiciones; pero en cualquier caso, el buen ejemplo que Ucrania representa es el de un marco cultural que, de una u otra civilización, tiene nítidas aspiraciones racionales y demócratas.

Civilizacionalmente dentro o fuera de Occidente, Ucrania merece de todos modos un futuro de hermandad con el mundo occidental. Es lo mínimo que el racional y demócrata Occidente puede y debe hacer por un país que, a priori con tanta desventaja respecto a su agresor, no hace sino darnos una lección al mundo entero en cuanto a defensa a ultranza de los valores más elevados de la dignidad humana.

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Razón y democracia

Aunque sea en la occidental donde han calado en mayor medida razón y democracia como nociones esenciales que acompañan a la vida en sociedad, seguro que en cualquier otra civilización pueden apreciarse tendencias en la misma línea. Por eso merece no hacerse de lo racional y lo democrático un patrimonio exclusivo de Occidente, si bien históricamente pueda considerarse que sus cunas yazcan ahí.

Que razón y democracia sean tendencias que de un modo u otro eclosionen en otras civilizaciones es motivo para albergar firmes esperanzas en que un mundo de convivencia armónica global sea factible. De poco serviría, al fin y al cabo, que razón y democracia fuesen sólo patrimonio de una única civilización, incluso si se tratase de la civilización donde se considera que nacieron; de ser así, no quedarían razón y democracia sino como excepciones en vez de como pautas del mundo civilizacional y de la posmodernidad.

Justo que, además de en Occidente, se aprecie que existen tendencias racionales y demócratas en otras civilizaciones confirmaría que cada civilización puede estar dirigiéndose, a su manera y a su ritmo, al equivalente de lo que por posmodernidad es calificable. La actual disidencia rusa y la Ucrania que resiste al Kremlin invasor son pruebas de ello.

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Una potencia mundial digna

La disidencia rusa no tiene por qué ser gente que reniega de su civilización: sencillamente, la entiende de otra manera respecto a la que la oligarquía de Rusia la concibe. De ahí que no tenga que darse como evidente e indudable que la disidencia rusa se siente occidental, aunque pueda sobre todo ahora mismo sentirse más a gusto en Occidente.

Cabe entender que la ciudadanía rusa que disiente de la actual deriva neoimperialista de Rusia representa un auténtico mérito social en el marco de unas directrices políticas intolerantes contra su propia población y ahora también contra Ucrania en particular y el resto del mundo en general. Desde Occidente no cabe sino estrechar lazos con tal ciudadanía y así promover que no a mucho tardar Rusia sea una potencia mundial digna como debiera ser; quizá de este modo Occidente y Rusia podrán volver a conformar lo que pueda entenderse por primer mundo.

Será una verdadera lástima que un referente como podría ser Rusia para el resto del planeta no lo sea por la permanencia de la actual y trasnochada oligarquía rusa. Una disidencia que durante décadas lleva padeciendo a tal régimen merece tomar las riendas de su país concreto y su civilización en general para vivir, y convivir, en paz de manera estable.

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Civilizaciones hermanas

Máxime tratándose de un nivel contextual tan amplio como el de una civilización entera, no todos sus integrantes conforman un conjunto cultural homogéneo, así que de por sí es normal que, sea en Rusia, sea en Occidente o en otros casos, haya disidencias respecto a lo que la propia concepción civilizacional suponga en una determinada época. Y la época de la Rusia de Putin se ha caracterizado por una falta absoluta de tolerancia a cualquier disidencia.

Al contrario de lo que debiera representar el primer mundo, en el que tras la Guerra Fría se suponía que quedaba integrada Rusia, ha conllevado el régimen de Putin un caso tras otro de represión desde los mismos inicios de este régimen, lo cual ahora Putin traslada decididamente de su política interna a la política exterior. ¿Qué límite puede tener esto?, ¿Ucrania?, ¿una parte de Ucrania?, ¿otros países? El obsoleto algoritmo bélico diseñado por Moscú para esta abominable guerra contra Ucrania tiene que terminar siendo desactivado por el algoritmo occidental de paz o la imprevisibilidad propia de un régimen tan déspota como el de Putin seguirá aterrando al mundo.

Hay que poner la máxima esperanza en que la disidencia rusa, tanto la que ha escapado de Rusia como la que sigue allí, estreche sus lazos con Occidente para que, desde el respeto mutuo entre los respectivos marcos civilizacionales, construyamos un futuro mejor. Es así como podremos lograr una convivencia pacífica entre civilizaciones hermanas como precisamente son la occidental y la de tradición ortodoxa.

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El sector disidente ruso

Puesto que el concepto red, en informática, ha sido particularmente desarrollado en Occidente y, por otra parte, al estar justo restringiéndose Internet en Rusia, tal vez parezca que, siendo como es este concepto un determinante del salto a la posmodernidad y del entendimiento intercultural, poco o nada pueda jamás Rusia tener voluntad alguna para este salto y este tipo de entendimiento. Aun con lo difícil que su infame guerra contra Ucrania hace que ese salto y entendimiento prosperen, Rusia puede cambiar.

Los gestos sociales que forman parte del que puede denominarse algoritmo de paz desde el bando occidental son asimismo extensibles a los gestos que de un modo u otro hace también una parte de la población rusa que, como se puede apreciar, disiente por completo de la salvajada que al Kremlin le ha dado por emprender contra los ucranianos. Resulta muy importante tener en cuenta el sector disidente ruso porque representa el potencial nexo con el que Occidente y Rusia pueden hacer encajar sus respectivos marcos civilizacionales en pro de unas futuras relaciones interculturales prósperas.

Es insostenible el régimen oligárquico que desde ya demasiado tiempo dirige a Rusia. No tanto porque lo sea para la misma Rusia, que también, sino porque por lo que estamos presenciando en Ucrania es insostenible para el mundo entero si la política exterior rusa va a ser la de cariz neoimperialista que se está llevando a cabo; pero para que Rusia cambie es necesario que quienes disienten ganen cada vez más voz.

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Un atroz cortocircuito algorítmico

Cada civilización, en el plano más contextual, y cada individuo, en el más particular o textual, adapta la laberíntica condición de la psique humana a alguna clase de orden que, justo por oposición a la idea de laberinto, puede calificarse de algoritmo. Son tales algoritmos unas pautas culturales y conductuales con las que sociedades y personas llegan a entendimientos.

Entre civilizaciones diferentes, aun partiendo de sus respectivos algoritmos culturales y conductuales, que por ser algoritmos puede parecer que debieran acoplarse sin más por sus eminentes condiciones racionales, bien es factible que ocurra, sin embargo, un desajuste entre esas civilizaciones, igual que no se ajustan sistemas operativos informáticos entre sí. Tal sería el caso de las civilizaciones cuyos límites geográficos friccionan en áreas calificables de líneas de fractura como la que entre Ucrania y Rusia es identificable.

Invadiendo Ucrania, Rusia ha provocado más aún que un desajuste entre civilizaciones; ha producido un atroz cortocircuito algorítmico entre las respectivas pautas culturales entre Occidente y la propia Rusia, haciendo con ello que sea enormemente difícil la viabilidad de casi cualquier futuro de entendimiento, paz y cordialidad. Este choque y cortocircuito es impropio de lo que por primer mundo cabría entender.

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Psique humana

Si bien guerras y paz son concebibles a partir de una perspectiva algorítmica, puede considerarse que los conflictos bélicos no responden sino con la más notoria claridad a la condición laberíntica de las mentes humanas. La siempre posible manifestación exacerbada e irracional de ese laberinto mental que nuestra psique humana es puede que explique en buena parte por qué ha montado esta horrorosa invasión de Ucrania el régimen oligárquico ruso.

Por más racionales que consigamos ser, y en Occidente es un rasgo bastante distintivo serlo, no deja de albergar la mente humana una cierta condición que, lejos del sólido orden de un algoritmo, resulta laberíntica y, en este sentido, conecta con lo irracional con lo que cualquier ser humano nace y que se supone que va domándose a lo largo de la vida a través de la educación y la socialización. Esto, llevado al más alto nivel contextual, apunta a las razones por las que las civilizaciones pueden aún a estas alturas del siglo XXI caer en contiendas tan fatídicas como la que por parte de Rusia se está provocando contra Ucrania.

La aplicación de un algoritmo de paz, y a todas luces más actualizado, por parte de Occidente debiera decantar la balanza de la guerra Rusia-Ucrania a favor de que el bando ruso pare el irracional comportamiento que lo ha llevado a desatar este condenable conflicto bélico y regrese a una actitud alejada de su obsoleto pero destructivo algoritmo de guerra. De este modo, la solución diplomática tendría, aunque in extremis, todavía una importante posibilidad de éxito.

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Una concepción algorítmica de las guerras

Puede entenderse que Rusia está empleando, a su modo, una concepción algorítmica de las guerras y que tal concepción está fundamentada en un algoritmo obsoleto porque, aun con la aparente intencionalidad de una novedosa modalidad bajo la etiqueta de guerra híbrida, parece que está resultando la ofensiva rusa en Ucrania una de mayor tipo tradicional. Conviene apreciar esto como ventaja para una perspectiva militar occidental que está más actualizada.

Contra el algoritmo obsoleto ruso de un ataque de modalidad bélica tradicional, tiene que representar lo que puede denominarse algoritmo de la paz, practicado por Occidente, una forma de terminar contrarrestando la ofensiva de Rusia hasta que acabe cuanto antes la barbarie contra Ucrania. Sumando a una diplomacia que ya está desde hace mucho en fase in extremis las medidas politicoeconómicas y los gestos sociales, el algoritmo que puede considerarse que de ello resulta es el camino que mejor parece conducirnos al final de tal barbarie sin incurrir en los fatales riesgos que una III Guerra Mundial conllevaría.

En la medida en que un algoritmo es representable por un diagrama de flujo, pudieran concebirse justo las guerras a partir de algoritmos, al margen de que se lleven a cabo o no acciones bélicas propiamente por medios informáticos. Un diagrama de flujo, y por ende un algoritmo, es en definitiva aplicable a gran variedad de asuntos entre los que el ámbito militar no es extraño que esté, máxime al ser como fue Arpanet el precedente de la Internet de hoy.

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Las redes sociales en la guerra Rusia-Ucrania

Como parte de la blogosfera que son, se aprecia que las redes sociales en la guerra Rusia-Ucrania están funcionando como weblogs que sirven de medio de expresión fundamental en cuanto a un fenómeno tan relevante como ha resultado ser este conflicto bélico. Por lo menos, así han funcionado y están funcionando en Occidente.

En la parte rusa, provocadora de esta insensata guerra de corte civilizacional, han sido la supresión y censura de las plataformas de redes sociales la, de hecho, nada sorprendente reacción de un régimen oligárquico como el que el Kremlin representa. Queda patente, pues, lo que a cada una de las civilizaciones en contienda caracteriza respectivamente en cuanto a sus concepciones del derecho a la información y de la libertad de expresión; y de ahí que, en efecto, se trate justo de dos civilizaciones distintas y de un verdadero choque civilizacional.

Que uno de los bandos en contienda, el ruso agresor, ataque entre su propia población lo que el acceso a Internet supone no invalida que esta guerra se pueda calificar de guerra red. Por parte del contendiente occidental, desde luego lo es; por parte del ruso, puede cuando menos entenderse como una guerra red si bien fundamentada en un algoritmo obsoleto.

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Aprendizaje mutuo entre culturas

Lo que las diferentes civilizaciones comparten, tanto en perspectiva de futuro como en tradición, respecto a los valores de la paz es lo que tiene que devenir en lazos más estrechos entre las propias civilizaciones. Cuando una guerra como la que ha desatado Rusia contra Ucrania se lleva a cabo, lo que las respectivas civilizaciones reflejan queda muy alejado de los valores mencionados.

Si un temor a que las civilizaciones se diluyan demasiado entre sí es lo que frena a que compartan los valores pacíficos, con más motivo cabría que se frenase toda guerra, pues no pone de manifiesto un conflicto de esta índole sino unos mismos valores compartidos entre civilizaciones, pero bélicos, y por ello desde sus vertientes más inhumanas y despiadadas. Que una cultura no asimile o sustituya otra no se demuestra queriendo dar una lección, como parece que quiere dar en este caso Rusia, en el plano bélico; se da desde el respeto y el entendimiento.

Con Internet en general y la blogosfera en particular, disponemos de una adecuada y óptima tecnología para el acceso al aprendizaje mutuo entre culturas como nunca antes habíamos tenido. Aunque fuese muy probablemente el fin primigenio de Internet como Arpanet, en vez de usar lo telemático como arma de guerra, cabe potenciar su uso didáctico y divulgativo.

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La paz intercivilizacional

En ese salto al futuro que en la búsqueda de la paz intercivilizacional debe pesar más, lo que del pasado merece ser tenido en cuenta es justo aquello que a menudo las tradiciones entrañan en cuanto a sus respectivos valores pacíficos. Merece tenerse esto en cuenta porque revisar el pasado no implica por sistema ir hacia un tiempo cada vez más salvaje, pues hasta en los tiempos más primitivos la paz era asimismo deseable.

Puesto que cada vez en el transcurso de la historia nos hemos vuelto intelectuales y civilizados en mayor grado, ¿debiéramos fijarnos en el pasado para aprender de paz?, ¿no será evidente que, puesto que hemos ido abandonando nuestra condición salvaje, revisitar el pasado será siempre fijarnos en aspectos precisamente más salvajes en comparación a los humanos de hoy? A tenor de las guerras cada vez mayores en intensidad potencial o efectiva que hemos ido configurando, como tal es el caso de la que en la actualidad se vive en Ucrania por la perversa invasión de Rusia, no está tan claro que en términos de conflictividad entre los propios humanos hayamos auténticamente progresado hacia un ser humano más pacífico por naturaleza.

La no en pocas ocasiones demasiado férrea perspectiva histórica occidental de un solo sentido siempre de pasado a futuro y que considera que en ese mismo solo sentido se produce el progreso y la mejora de la misma condición humana puede resultar en una nada provechosa percepción supresora de lo pasado a cada cambio histórico. Si bien la guerra es común en el pasado de cada civilización, lo es la paz asimismo.

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Tanto un salto al futuro como una vuelta a la tradición

Cualquier etapa de cambio histórico supone en cierto modo algún tipo de vuelta a algún estadio previo a la vez que toman forma las novedades genuinas del nuevo capítulo a emprender. No es únicamente de carácter supresor de lo previo un cambio de tal calibre por muy profundo que resulte.

Aunque su tradicional concepción lineal de la historia simplifica a veces demasiado para Occidente su propia percepción del cambio histórico, va a servir probablemente el mundo civilizacional para que el mismo Occidente y el resto de civilizaciones aprecien que, en efecto, la era posterior a la Guerra Fría conlleva tanto o casi tanto un salto al futuro como una vuelta a la tradición. Desde esta perspectiva es desde la que debemos hallar las necesarias vías de diálogo y entendimiento entre civilizaciones lo cual permita evitar otras tragedias como la que la intolerable invasión rusa en Ucrania supone.

Si en los próximos tiempos conseguimos que, en el sentido de búsqueda y consolidación de la paz, pese más el salto al futuro que la tradición estaremos dando buen ejemplo para la ciudadanía del mundo en eras venideras. Cabe, pues, dejar atrás, en esa parte del pasado que no debiera haber regresado, los conflictos civilizacionales que hoy están plasmándose de nuevo en el injusto sufrimiento de la población ucraniana.

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Las raíces civilizacionales

Si bien es lo que apunta a caracterizar la posmodernidad, no deja de representar la perspectiva civilizacional un cierto regreso a las concepciones pretéritas que la humanidad tenía. Guarda estrecha relación con la cultura tradicional que cada civilización desarrolló en su momento y que se mantuvo durante siglos hasta por lo menos, y en lo que en particular respecta a Occidente, la Edad Moderna.

Bien podría ser, y esperemos que lo acabe siendo, muy provechoso revisar ciertos valores de la tradición que cada civilización alberga e intentar conjugarlos, en lo positivo, con el presente y las perspectivas de futuro. La humanidad podría así seguir progresando con plena ausencia de toda ingenuidad que conduzca a minusvalorar sistemáticamente lo tradicional; es cuestión de que, sin perder las raíces civilizacionales de cada una de las que en la actualidad configuran el panorama mundial, hallemos las necesarias vías de diálogo y entendimiento entre civilizaciones que nos permita evitar tragedias como la actual entre Ucrania y Rusia.

La combinación de una revisión del pasado y una firme determinación a avanzar hacia un mejor futuro debiera ser un reto motivador para prácticamente cualquiera, teniendo además como tenemos a día de hoy herramientas para la comunicación tan potentes como Internet. Compartamos desde todas las civilizaciones la convicción de que aprender del otro y con el otro nos deparará un mejor porvenir.

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Un análisis histórico nuevo

El primer mundo, pues, ha sido una especie de constructo que ha servido para dar la impresión de que definitivamente Occidente y su sistema capitalista eran lo que podía y debía guiar la paz y el desarrollo en todo el planeta. Sin perjuicio de que Occidente seguía siendo civilizacionalmente susceptible de desatar conflictos de línea de fractura como ha terminado desarrollando hoy en Ucrania por culpa de Rusia, tenía que ser ese norte rico del planeta el menos probable de los sitios conflictivos en tal sentido.

Más esperable habría sido, en principio, que, en vez de producirse la guerra en Ucrania, se hubiese recrudecido, tal y como no en pocas ocasiones parecía que ocurriría, la conflictividad protagonizada justo desde esa excepción que dentro de la supuestamente avanzada zona norplanetaria representa Corea del Norte: una auténtica y notoria, por minúscula que se presente, reminiscencia de la plena Guerra Fría. En tal circunstancia, aquel supuesto primer mundo que en teoría no había duda de que incluía a Rusia hubiese en el peor de los casos intervenido convenientemente para neutralizar con seguramente relativa facilidad tal eventual ofensiva norcoreana.

Ha querido, sin embargo, la historia que donde menos cabía que amenazase un grave choque de civilizaciones fuese donde se está produciendo: en pleno territorio europeo, y de pleno en el corazón de Occidente por lo tanto. Si sólo o casi sólo fijarse en las etapas más recientes de la historia dificulta explicar por qué aquí ha ocurrido esto, considerar un análisis histórico nuevo, de mayor alcance y profundidad, sería entonces muy recomendable.

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¿Dónde se supone que el segundo mundo está?

Se dan tan por sentados los conceptos de primer y tercer mundo que, a menudo, apenas parece siquiera mínimamente necesario plantearse cómo es que no nos referimos asimismo a algo que pueda definirse como segundo mundo. Dándose el actual ahondamiento de fractura civilizacional entre Occidente y el gran territorio de tradición ortodoxa que es Rusia, bien puede que esa idea de segundo mundo deba pasar a tenerse, de hecho tenerse de nuevo, en cuenta.

Y es que, en efecto, existió un segundo mundo. No es que sólo referirse a primer y tercer mundo elida la segunda posición como una manera de resaltar la extrema diferencia que los países de un grupo y otro mantienen entre sí; ni se trata la denominación de segundo mundo de aplicación a las potencias emergentes, que no están exactamente ni en uno ni en otro; aunque bien podría ser, este sentido, digno de considerarse, máxime con lo que segundo mundo significaba y la deriva que Rusia está tomando volviéndose a separar del primer mundo. Si bien igualmente desde una perspectiva eminentemente occidental, parece que en el marco de la Guerra Fría se pasó a distinguir entre: primer mundo, formado por los países capitalistas o el mundo libre, con el liderazgo de Estados Unidos; segundo mundo, el del bloque comunista o la URSS y países de su órbita; y un tercer mundo que englobaba todo lo demás, en esencia el continente africano.

Remito, por supuesto, a consultar fuentes historiográficas expertas para corroborar o no esta exposición, pero por lo que personalmente he podido aprender en su momento, así era, por lo menos aproximadamente. La cuestión es que, claro, al desmoronarse la URSS, ¿dónde se supone que el segundo mundo está?, pues desaparecido, permaneciendo supuestamente sólo por una parte el primer mundo, pasando a incluir además lo que fue el segundo, y por otra parte el tercer mundo.

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