Que hasta el propio primer mundo tal vez diste bastante de lo que en efecto de un primer mundo cabría esperar es un interesante tema a plantearse tanto desde una perspectiva que evalúe el pasado remoto como desde una que trate de atisbar el futuro próximo. La última de tales perspectivas atañe particularmente a lo que en pleno ambiente electoral se está produciendo en Francia.
Debiera un primer mundo distar muchísimo de los planteamientos ultraconservadores que, por otra parte, no de ahora, sino de hace tiempo parecen estar reviviendo con cierta fuerza a lo largo del continente europeo y que en Estados Unidos han tenido su reciente manifestación en el ascenso de Trump a la presidencia del país. Aun con todos los defectos que la política de Macron haya podido acumular en estos años, una Le Pen presidenta de Francia no haría entrever para la misma Francia y el futuro próximo de Europa sino una grave involución que sin duda debiera como mínimo poner en seria alerta tanto a Europa como al conjunto del primer mundo, máxime en el contexto de la guerra que Rusia mantiene contra Ucrania.
Lejos, de hecho, de que un ascenso de la ultraderecha europea atenuara por supuestas afinidades ideológicas con Putin las tensiones con el Kremlin actual, muy probablemente las empeoraría. Al fin y al cabo, Rusia pretende justificar su guerra por una cuestión desnazificadora, por lo que en principio una Europa de ultraderecha vendría a representar para Rusia una Europa claramente nazi y, por ello, una Europa más enemiga.
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