Cada civilización, en el plano más contextual, y cada individuo, en el más particular o textual, adapta la laberíntica condición de la psique humana a alguna clase de orden que, justo por oposición a la idea de laberinto, puede calificarse de algoritmo. Son tales algoritmos unas pautas culturales y conductuales con las que sociedades y personas llegan a entendimientos.
Entre civilizaciones diferentes, aun partiendo de sus respectivos algoritmos culturales y conductuales, que por ser algoritmos puede parecer que debieran acoplarse sin más por sus eminentes condiciones racionales, bien es factible que ocurra, sin embargo, un desajuste entre esas civilizaciones, igual que no se ajustan sistemas operativos informáticos entre sí. Tal sería el caso de las civilizaciones cuyos límites geográficos friccionan en áreas calificables de líneas de fractura como la que entre Ucrania y Rusia es identificable.
Invadiendo Ucrania, Rusia ha provocado más aún que un desajuste entre civilizaciones; ha producido un atroz cortocircuito algorítmico entre las respectivas pautas culturales entre Occidente y la propia Rusia, haciendo con ello que sea enormemente difícil la viabilidad de casi cualquier futuro de entendimiento, paz y cordialidad. Este choque y cortocircuito es impropio de lo que por primer mundo cabría entender.
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