La autocrítica, junto a razón y democracia, se supone que define el mundo occidental y debiera ser con lo que a su vez se defina cualquier primer mundo que pretenda erigirse como tal. Y autocrítica es de lo que Rusia carece por completo cuando, tal y como se aprecia con su invasión en Ucrania, asume unos preceptos neoimperialistas frente al mundo entero.
Se ha ido fraguando durante tanto tiempo este neoimperialismo ruso encabezado por Putin que, aun si Rusia cae como merece caer derrotada por su acometida contra Ucrania, es probable que difícilmente de un día para otro, e incluso contando con la voluntad de cambio de la propia ciudadanía rusa, tal neoimperialismo se desvanezca sin más. Que desde Occidente no se haya advertido lo suficientemente a dónde la represión interna de Putin podía acabar llevando en el plano exterior es motivo de autocrítica precisamente para el mundo occidental.
Mayor autocrítica y previsión de hacia dónde podía derivar la política de Putin a nivel internacional habrían hecho que Europa se hubiese provisto hoy de alternativas a la dependencia energética rusa. Con Europa desligada de esa dependencia, como mínimo a Rusia le costaría mucho más a estas alturas mantener una guerra absurda que ya le está costando más de lo que podía esperarse de una pretendida guerra relámpago.
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