Parece que desde su reprobable concepción de la propia civilización, el Kremlin se empeña en postularse como una suerte de estructura intercivilizacional como debiera ser la ONU, pero aplicando la idiosincrasia de un régimen oligárquico. De ahí que sin dudar en recurrir a la constante amenaza, Rusia pretende seguir vendiéndose como quien merecidamente protagoniza el relato de la guerra contra Ucrania.
Otra muestra más, en definitiva, de que está obsoleto lo que puede entenderse por el algoritmo de guerra puesto en marcha por Rusia es precisamente el hecho de que intente erigirse en voz y mando descaradamente dictatoriales y neoimperialistas para cualquier parte del mundo que le interese. Así demuestra estar haciéndolo desde luego con la propia Ucrania, además de con particularmente también Finlandia y Suecia.
Si la tendencia hacia razón y democracia es como debiera ser una tendencia intercivilizacional, tarde o temprano la ciudadanía rusa debería de inclinarse todavía más hacia un perfil disidente que, cuando menos, lo refleje en las urnas cuando proceda. Junto a la derrota en el exterior, el algoritmo occidental de paz tiene que completarse con la participación de la propia ciudadanía rusa contra el actual Kremlin oligárquico.
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