El Moskva, hundido

Un hecho tan significativo como el hundimiento del buque Moskva no puede sino marcar sin duda un punto de inflexión determinante en el desarrollo de la invasión que Rusia trata de acometer sobre Ucrania. A medio camino entre la mejor de las esperanzas por el daño para el ejército ruso y el mayor de los riesgos por si en su desesperación Putin recurre al armamento nuclear, este punto refleja de entrada la confirmación de que el Kremlin está como mínimo en serios aprietos.

Ni el mayor de los esfuerzos que Putin pueda destinar a querer mantener su de por sí frío y recto temple puede negar, ni siquiera disimular, que los malévolos objetivos rusos sobre Ucrania quedan lejos ya de cualquier pretendida operación relámpago con la que se mostrase al mundo una Rusia poderosa e imparable. Sin que desde Ucrania ni todo Occidente tengamos que caer ni mucho menos en un precipitado triunfalismo, el hundimiento del Moskva suma otra seria sospecha de que Rusia dista mucho más de lo que en un principio pudiera parecer en cuanto a unas indudables y ambiciosas opciones de plena victoria.

En última instancia, da bastante igual por qué se haya hundido el Moskva: si por los ucranianos, por algún incidente propio del buque o si hubiese sido por algo parecido al hundimiento del Titanic hace 110 años. Lo que denota el Moskva, hundido por la razón que sea, es que Rusia está flaqueando; y si encima es por un incidente del mismo barco podría significar todavía algo peor para Rusia que si ha sido por el enemigo, pues a todas luces quedaría de manifiesto un fortísimo punto débil militar ruso, de hecho otro más, por propia inoperancia.

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