Que la tecnología está para hacer más cómodas las cosas es una verdad casi tan absoluta que es aplicable incluso a la, aunque muy rudimentaria, tecnología que desarrollen los animales, puede que incluso liberando éstos también, a su manera, ciertas capacidades mentales según lo hacen. Lo que cabe no dejar de lado es en efecto, en especial en tanto que humanos, la inherente unión entre facilitar las cosas por vía tecnológica y la eclosión de nuevas y mejores funcionalidades racionales.
La ciencia y en general el raciocinio corren el gran peligro de desvirtuarse y de corromperse a sí mismos cuando incidiendo, como de hecho deben incidir, en el objetivo de que la propia humanidad vaya a una situación mejor en el sentido de más cómoda, dejan de concebir cualquier otra cuestión más allá de esto y hasta tal punto obsesivo que se asocia la tan pretendida comodidad con la finalidad última del total ahorro de tener que pensar, ahorro para el cual los conceptos de mecanización y automatización encajan muy bien. Llegados a, o en camino de, tal extremo nos estaríamos olvidando, no obstante, de que ningún sentido tiene pretender que la mente humana alcance un estado de tal nivel de despreocupación que no conduce sino a prácticamente la inactividad, pues la dinámica histórica desde el mismo inicio de los tiempos de la humanidad, y por algo será si durante tanto ha sido así, demuestra que a medida que hemos desarrollado tecnología, no hemos ido dejando de pensar, sino que hemos ido cada vez pensando más, a lo que hay que sumar que cada vez el constantemente evolutivo raciocinio humano ha tenido tendencia a generalizarse más, y a compartirse también más, entre la propia humanidad: ¿qué sentido tiene, si no, la propia tecnología del ciberespacio y de la blogosfera? La tecnología facilita las cosas y a medida que lo hace será normal que, por el hecho de que a lo largo de la historia así ha sido, los humanos continúen teniendo tendencia a seguir cultivando y compartiendo su raciocinio y no a dormirlo y mucho menos a dormirlo permanentemente, pues estarían entonces yendo en contra de lo que ha demostrado constituir el quid del ser humano durante toda su existencia.
Aspirar a que como humano la tecnología te permita la eterna despreocupación por todo es por completo antinatural y resultaría una esperpéntica ironía que, cuando a medida que la tecnología se ha desarrollado los humanos hemos ido pensando más, dejásemos de pensar por completo precisamente en la época en que el desarrollo tecnológico es tan asombroso. Razón y tecnología, teoría y práctica, son dos caras de la misma moneda que así se han mantenido en un transcurso para nada corto, ni por tanto que constituya una excepción a nuestra condición humana, sino así pues al contrario, el desarrollo de ambas al unísono, su generalización y su objetivo básico del mayor bien compartido posible es lo que hace que la humanidad sea lo que es y que continúe siéndolo.
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