De poco o nada sirve incidir en la inclusividad si ésta se aborda desde una extrema finalidad proselitista y supuestamente perfeccionista que por lo común no lleve sino a una tendencia homogeneizadora que, en mayor o en menor grado sutil, pretenda justificar poca más diferencia de la que represente la supuesta idoneidad de una férrea estructura de poder establecida y altamente personalizada que derive en prácticamente la sola diferenciación entre dominantes y sumisos. La inclusividad debe respetar e incluso fomentar el sano contraste de ideas y la diversidad.
A lo largo de la historia, y todavía más con las capacidades comunicativas actuales mediante Internet en general y blogs en particular, hemos ido logrando que, además de generalizarse el acceso a y la producción de la información, se generalice la libertad de sentimientos de pertenencia a culturas y territorios más allá de lo que a cada cual le pueda tocar por nacimiento, infancia y casi también buena parte de juventud, todo lo cual, si lo concebimos desde la perspectiva de una inclusividad cultural no perfeccionista, y por tanto, desde un respeto mutuo entre sensibilidades y entre individuos dentro de cada respectiva sensibilidad, es genial y desde luego la blogosfera deviene en este sentido un entorno magnífico para interactuar compartiendo, intercambiando y reflexionando. La clave de todo recae en la asunción de que la inclusividad cultural tiene sentido desde la base de que ninguna cultura asuma su supuesta perfección, una condición superior respecto a las demás con lo que intente acabar imponiéndose a las otras o anularlas, o en cambio, opte, menos o más conscientemente, por autocondenarse a vivir por completo al margen del resto de la humanidad. Nos parece, además de desearlo, que esta idea de una inclusividad omnimultimodal, que así sería denominable por su voluntad generalizadora a la vez que diversa, tiene su mayor virtud en que, lejos de ser un principio a ejecutar ni mucho menos por la fuerza, pues estaría entonces en contradicción consigo misma, es una tendencia de por sí natural y afortunadamente inevitable, si bien de maduración lenta, al igual que lo son la complejidad tecnológica y la liberación de mejores capacidades mentales, a las que de hecho va, o debiera ir, unida.
Igual que no tiene sentido desde la asunción de una condición de perfección, la inclusividad tampoco tiene por descontado sentido desde lo caótico. El caos, mediante lo cual se asuma la mezcla indiscriminada de todo sin más y donde nada tenga una validez mínimamente permanente, no derivaría sino en más bien perjudicar cualquier cultura o diversidad de culturas que tal caos abarcase. En la meticulosidad, el espíritu de mejora, la autocrítica, la revisión de preceptos y la asunción pero a su vez la voluntad de corrección en cuanto a errores, encontrarás lo esencial de una omnimultimodalidad inclusiva aplicable a los ámbitos virtuales y no virtuales.
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