Hacer referencia a una globalización de las culturas, en plural, es significativo cuando lo que se pretende, como es el caso, es incidir en la idea de que la globalización, a diferencia de lo que parece haber representado hasta ahora, no debiera orientarse a la globalización de una cultura por encima de las demás. Vale esto para cualquier cultura y civilización, pero especialmente para Occidente.
La pluralidad de las culturas es un tesoro a cuidar y a preservarse desde el respeto mutuo entre las distintas que el conjunto de civilizaciones del mundo contienen; si no, es probable que hagamos ahondar en mayor grado aún las fracturas civilizacionales y entonces, por desgracia, se exacerben todavía más la clase de conflictos como los que el de Ucrania representa. La globalización, pues, tiene que ser, además de no sólo eminentemente económica y política, una globalización social y culturalmente en plural, no de una única pretendida sociedad y cultura global hegemónica.
Cierto es que, a partir de ahí, tenemos que estar dispuestos a que, en efecto, las sociedades, culturas y civilizaciones se relacionen, se nutran y se enriquezcan mutua y recíprocamente, y por lo tanto que, entonces, cambien y evolucionen para, en principio, siempre mejorar en lo que a convivencia pacífica respecta. Tal mejor convivencia desde una pluralidad en evolución hará que la globalización dé paso a unas óptimas globalidad y posmodernidad.
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