La propia bidireccionalidad que hace de los estratos sociales unos nodos de más igualitaria interactividad tendría, de por sí, que contribuir a que asimismo de las grandes capas sociales entre la población común se trasladen actitudes posmodernas a las esferas políticas y diplomáticas. Las relaciones entre civilizaciones probablemente mejorarían.
Ucrania es la mayor prueba acuciante que ahora mismo tiene por delante la era civilizacional para hallar un modo de aunque sólo sea atisbar un mundo en el que las civilizaciones puedan convivir en concordia. Poner fin a este injustificable drama al que el pueblo ucraniano se ha tenido que ver sometido por las trasnochadas obsesiones de una oligarquía rusa que ni ante su propio autoperjuicio se detiene es lo que la humanidad tiene que lograr de inmediato.
Reforcemos, en la línea de las expectativas generadas en Madrid a raíz de la cumbre de la OTAN, ese algoritmo de paz con el que puede y debe demostrarse ante un régimen oligárquico que hoy el mundo no es el de autoritaristas propios de épocas modernas y premodernas. Cumplir con tales expectativas es lo que Ucrania merece ante la inhumana invasión de su territorio.
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