Hubo, ya a medida que se apreciaba que la era de la información surgía, un interesante planteamiento de si asimismo, o en vez de eso, cabía considerar esta nueva etapa como era del conocimiento. A tenor del cariz tan vergonzosamente bélico que está cobrando el contexto actual en el supuesto primer mundo, determinar que se está en cualquier época calificable como del conocimiento queda, más bien, fuera de lugar.
Así como va quedando claro, especialmente por la amenaza nuclear que se cierne sobre el mundo, que al ser humano le queda muchísimo para aprender a utilizar sus herramientas e infraestructuras para lo mejor, queda también claro, por esta misma guerra, que los valores y conocimientos civilizados que, en principio, a estas alturas del siglo XXI debiéramos compartir en como mínimo la inmensa mayor parte del mundo avanzado están lejos de ser aprovechados para lo mejor, que sería una sana convivencia entre países, culturas y civilizaciones. Entonces, aunque en la era de la información sí estamos, a la que sería la del conocimiento se la está tirando por la borda.
Si alguna vez llega como debería acabar llegando irreversiblemente una auténtica era de algo más que la información sólo, no será extraño que, respecto a esta época que vivimos, alguien se plantee en aquel futuro instante: ¿qué fue de la era del conocimiento? En lo que hemos denominado triste norma histórica, que esperemos que para entonces haya dejado de regir siempre tanto, podrá identificarse una respuesta.
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