En la diplomacia in extremis que se está presenciando para la resolución de la guerra en Ucrania, sería clave una perspectiva de diálogo intercultural y ello conllevaría reconocerse como iguales quienes dialoguen. Si bien por parte ucraniana no parece que habría problema alguno con ello, la postura de Rusia demuestra, más bien, que no está dispuesta a considerarse en plano de igualdad respecto al país que está invadiendo.
De no practicarse la diplomacia in extremis con diálogo intercultural debido a que, en efecto, estamos ante una fractura entre territorios civilizacionalmente diferentes, poco resultado recíprocamente beneficioso dará con toda probabilidad cualquier reunión diplomática que entre las partes ucraniana y rusa se siga manteniendo. Va a quedar poca alternativa, entonces, a seguir creyendo en que surta efecto la continuidad de las medidas politicoeconómicas aplicadas desde Occidente al régimen de Moscú.
El Kremlin acusa una inaplazable regeneración de su clase política cuando las acciones sociales que tanto desde el propio Occidente como desde la misma sociedad rusa están teniendo lugar con fuerza contra tal forma oligárquica de gobernar. Una regeneración de esta guisa podría hacer que el concepto de primer mundo incluyese de nuevo a Rusia, pero esta vez en serio.
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