Cabe esperar que el nuevo uso bélico que de la energía nuclear se está haciendo no pase de la movilización de determinados efectivos ofensivos que la Rusia de Putin ha puesto en marcha. Pasar de movilización atómica a la orden de fuego con esos u otros efectivos nucleares representaría la muy probable no vuelta atrás de una escalada que llevaría al tan arrasador choque civilizacional.
Incluso si Putin limitase a la propia Ucrania un eventual ataque atómico, lo cual ya de por sí terminaría de confirmar el completo carácter desalmado e inhumano del dirigente ruso y de su régimen, sería prácticamente inevitable desde ese momento una escalada hacia el choque que a su vez, por no poder sino conllevar la implicación directa occidental que hasta ahora se contiene, desataría un conflicto propiamente de dimensiones mundiales. La rapidez de tal escalada dependería entonces de realmente hasta qué punto esté dispuesto Occidente a seguir sin intervenir cuando, dado el caso, hubiese sido pulsado el botón atómico por Rusia pero sin suponer un ataque a un país propia y formalmente aliado.
Las dimensiones mundiales y de choque de civilizaciones que a la guerra de armas nucleares acompañarían sólo pueden empujar hacia un descorazonador futuro inmediato. Comportarán, además, la confirmación definitiva de que al ser humano le queda todavía una largo camino para aprender a sacar el mejor provecho de las cosas, en este caso la energía atómica, antes que en cambio emplearlas para lo peor.
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