Occidente en la encrucijada

Formalmente, la guerra que tan inconscientemente ha desatado Rusia contra Ucrania es un conflicto bélico del tipo más convencional entre países, como tantas otras o similares contiendas bélicas que tristemente se libran o se han librado en el mundo. No hay que olvidarlo, por descontado: todavía a estas alturas de la historia, la sinrazón del ser humano que le lleva a luchar a muerte con sus propios semejantes es manifiesta, sin que el actual caso ucraniano suponga, pues, una única excepción a la deseable paz mundial.

Tampoco una eventual perspectiva eurocéntrica es necesariamente lo que hace de por sí esta cruel batalla más destacable o denunciable que otras; pero no hay que dejar de lado que, guste más o menos, y justo porque se emprende por parte de una determinada nación como es Rusia, supuestamente del primer mundo y que, en cualquier caso, es además una potencia nuclear, esta guerra pone el orbe en serio riesgo a diferencia de cualquier otra guerra librada hasta hoy. Que Rusia no recurra al armamento nuclear si Ucrania se mantiene formalmente como su único rival o si a ésta como mucho se le suma militarmente otra nación u otras naciones que asimismo no fuesen nucleares ni de la OTAN, seguramente es bastante probable; que Ucrania resista y, más aún, venza sin, en cambio, la acción directa de la OTAN, y las potenciales implicaciones nucleares que ello alberga, no lo es.

Se encuentra, por lo tanto, Occidente en la encrucijada que tal vez sea la de mayor trascendencia para que, si estamos como en verdad parece que estamos abriendo la etapa histórica de la posmodernidad, ésta no tenga que ser recordada por haber nacido de un tan dramático como global episodio de caos nuclear. Mientras, bien es cierto que lo deseable sería que, por sí sola, la política de sanciones contra el régimen de Putin consiguiese ahogar la capacidad rusa para continuar con esta locura un solo segundo más.

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