Una fractura civilizacional que siga derivando en la escalada que está suponiendo la invasión en Ucrania por parte de Rusia no hace sino representar un fenómeno que nos aleja de la interconectividad y el colaboracionismo que la era de la información supone desde el nivel más local hasta justo el de mayor dimensión civilizacional. Que se trate de una guerra red no conlleva que tal conflicto refuerce especialmente los mejores aspectos de la sociedad red.
A la espera de que todavía dé sus resultados esperados, lo que a modo de algoritmo de paz puede entenderse que es la suma de acciones politicoeconómicas y sociales contra Rusia va a tener sin duda que tomarse en consideración para futuras ocasiones en las que eventuales circunstancias similares de peligrosidad nuclear puedan acontecer. Por esto, bien puede que la guerra albergue como mínimo algún posible aspecto positivo en ese sentido respecto a lo que una perspectiva en red entraña y por aquello de que de todo lo malo puede salir por lo menos algo bueno; ahora bien, los mejores aspectos de la sociedad red quedan muy dañados a nivel civilizacional.
Que Ucrania y Rusia en particular y, en general, Occidente y el marco civilizacional de base ortodoxa puedan recomponer lazos de confianza para fomentar un firme diálogo intercultural se presenta tristemente como algo de considerable dificultad en tiempos próximos, aun si en breve se acaba el conflicto. Si alguna vez el primer mundo ha tenido sentido, se ha alejado ahora de ese sentido y de la posibilidad de que, en su caso, tal sentido se recomponga asimismo en breve.
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